Confieso que ese primer episodio “natural” me ocurrió en un avión, cuando regresaba desde Brasil. Era de noche, tenía 50 años y tuve la suerte de que las luces del Boeing estaban apagadas y todos los pasajeros, incluida mi familia, dormían, y también recuerdo que solo por pudor no llegué al desnudo total. ¡Me moría de calor!
Para mí fue terrible y lo fue más aún cuando este episodio comenzó a repetirse. El dragón me asaltaba en cualquier parte, era tan atrevido que incluso lo hizo en la sala de audiencias de mi tribunal, cuando dirigía un juicio. En esos momentos empezaba a sentir que las gotas de sudor caían por mi espalda…, etc. Y, al acudir a mi médico, obviamente diagnosticó, como correspondía, el famosísimo cambio hormonal.
Sí, lectores, hay cosas que nos pasan a las mujeres, sin el más mínimo aporte de nuestra voluntad, cuando nos vamos poniendo más grandes y aunque no lo queramos. Lo único que nos queda, para esas situaciones incómodas “naturales” que nos ha impuesto la vida, es hacernos las distraídas o las tontitas, irnos de los lugares donde estamos, al baño, los aseos, los servicios o al toilette y si fuera necesario, como en mi caso, suspender o levantar por unos minutos la audiencia para “refrescarnos” y luego regresar a ella, haciendo como que no hubiera pasado nada.
No es mentir, solo es disimular nuestro “accidente natural”, no podemos hacer más y por supuesto sugiero que tratemos de que la presencia del “fantástico” no cambie nuestro buen humor y que sigamos manteniendo con los otros un trato cordial.
Debía hacerme y lo hice, en el lugar de siempre, los estudios ordenados por mi médica ginecóloga, es decir, la cruel mamografía, la ecografía de las preciadas “lolas” y la otra eco, aquella correspondiente a la zona de mayor intimidad, ustedes, mujeres lectoras, saben de lo que hablo y que razones de pudor me impiden hacer referencias más específicas.
A todas nos ocurre lo mismo una o dos veces por año, ya lo tomamos como un compromiso femenino preventivo y diría en estos tiempos EXISTENCIAL. Aclaro, el de poder atajar a tiempo alguna célula depravada y no aquello otro, que se refiere a “la crisis que se atraviesa por no encontrarle un sentido a la vida “, la famosa crisis existencial por la que también pasamos los que pensamos un ratito, nada más.
En eso estaba cuando, además debí someterme a otro examen que me ordenó mi médica, un estudio de los huesos y con esto aludo aquí a la famosa densitometría.
Lo cierto fue que esa tarde antes de colocarme en esa camilla que, bajo los influjos de ese aparato de tipo espacial, mágicamente dice lo que corresponde a nuestro estado óseo y que por suerte no era cerrado, fui sometida a un sutil interrogatorio, por la médica o técnica que me atendía, es decir, debí declarar la fecha de nacimiento, la altura y el peso y sin mentir anuncié los 67 años, que medía un metro sesenta y que pesaba en mi balanza 53 kilos y estos dos últimos datos fueron rectificados inmediatamente por aquella mujer que me atendió, quien me midió y me pesó. Su conclusión fue que medía dos centímetros menos y pesaba dos kilogramos más.
Por supuesto me pareció un horror, tuve un disgusto esa tarde difícil de soportar y entonces, al regresar a casa, durante la cena le comenté a mi esposo con mucho pesar lo que me había ocurrido y él me manifestó rápidamente que estaba siendo afectada por la “compactación”.
Sí, chicas, lo que leyeron y esto sucedió por culpa de mi ginecóloga que me obligó a someterme a tan descarnados procedimientos.
Moraleja: hay que aceptar este nuevo fenómeno diría que estructural. Pregunto: ¿este fenómeno llegará también a los hombres?... Seguiré investigando…
Conversando con amigos, amigas, compañeros de trabajo, parientes, vecinos, es decir, con la gente en general, he llegado a la conclusión –no original– de que envejecer no tiene ninguna ventaja, sino al contrario mucha pesadumbre y también he concluido –como buena mujer occidental que soy– que este fenómeno se vive de manera diferente diría que en cada parte, tanto del cuerpo como del alma, y esto me parece así, sin que me permita confrontar con la idea de que el hombre sea una unidad como suele afirmarse en lo biológico, lo mental y lo espiritual.
Ambas cosas son verdad, la vejez y la unidad para todos los humanos. Ejemplos de todo esto que esbozo hay de sobra y empezaré por lo más visible.
Mas allá de la belleza o la fealdad o de alguna armonización que se logra con el uso de las cremas, tratamientos cosméticos y aun de actos quirúrgicos, ella es quien permanentemente delata nuestra edad y sin duda contribuye el cabello, por su aspecto, largo, corte y su color.
Es así, la cara confiesa más o menos la edad que tenemos y además expresa nuestro yo más íntimo, somos personas pesimistas u optimistas, se aprecia claramente en los gestos. Somos deportistas o fans de escritorios, según los tostados o el color cetrino de aquellos que nunca se exponen a los rayos del sol.
El rostro allana caminos cuando sonreímos aunque, si lo hacemos por demás, nos toman por tontos.
En la cara se refleja ampliamente lo que no nos gusta. Es así, “ponemos cara de cul...” o civilizadamente diríamos: cara de disgusto.
El rostro cuando se sonroja puede expresar muchas cosas, pudor, virtud, vergüenza, que nos pescaron en un “renuncio “ o diciendo una mentira o que comenzó la menopausia, justamente por el cambio de color. El rostro refleja nuestro adentro, la alegría, los momentos de felicidad, también la tristeza de lo que no tenemos y de aquello que tuvimos y pudimos haber perdido y aquí me refiero a la muerte, el dolor, la amistad y por qué no, el dinero y el cabello también acompaña esos estados, está brilloso y reluciente u opaco, grasoso, sucio, gris o desprolijo.
Por cierto la cara y el pelo son protagonistas del acometimiento, a veces salvaje del transcurso del tiempo y de nuestros humores, que suelen ser tantos como variados, en el correr de los días, de los años y las décadas.
Estas suelen ser juntas las “misses” de las mujeres y auguran muchas veces el éxito. Con el envejecimiento, son las candidatas firmes a la caída, la de los glúteos, dependerá de los años de estudio, del trabajo sentada, sea frente a una máquina de coser o a una computadora –para el caso es lo mismo– o la simple vagancia, vivir sentada o acostada, sin hacer nada.
Respecto de las segundas los embarazos y el amamantamiento serán un factor para tener en cuenta, ya que para el estado de las “lolas” no es lo mismo tener un solo hijo que ir teniendo varios hijos, dado que la consecuencia para este último caso suele pronosticar un derrumbe mayor o eficaz.
Los hombres en relación con estas partes del cuerpo zafan, aunque si están muy excedidos en el peso, en ambas zonas ello se notará. ¡¡¡Cuidado!!!
Empecemos aquí por el principio, naciste chueco o chueca o no, tus piernas son largas o cortas, del tipo estilizadas como las de los bailarines o como adoquinadas, todo eso, así nomás, como algo constitucional.
Le siguen por orden de aparición las famosas arañitas, como se las llama, casi como cariñosamente, cositas finitas como agujitas que el día que las mujeres descubrimos la primera ¡nos queremos matar!
A estas las suceden si engordaste y adelgazaste más de 500 gramos reiteradamente, lo que ocurre con habitualidad, las conocidas estrías, esas que se erigen como las “bandidas” más rebeldes y difíciles de apresar.
Ni que decir de la celulitis, que te empieza a mortificar desde pequeña siempre, como un soldado que quiere ascender en el ejército, la aeronáutica, la marina y que también abarca la marina mercante. La celulitis, más típica en las mujeres que en los hombres, no está dispuesta a parar jamás, y entonces los expertos te la califican por grados: primero, segundo, tercero o “desastre total”.
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