En estos primeros días estoy conviviendo con cuatro mexicanos (Sebastián, Esteban, Jaime y Óscar) más una chica de Bolivia (Pamela). Jaime parece ser el más serio a simple vista, pero luego de un rato de confianza muestra su simpatía y sensibilidad. Esteban y Sebastián son muy divertidos y bien futboleros; y Óscar, renegadamente gracioso. Ella, Pamela, fue la primera persona en Irlanda que me consiguió una entrevista de trabajo. Creo haber coincidido con buena gente.
Como aún no logré terminar con todos los trámites que necesito para poder comenzar a trabajar de forma legal, aproveché la demora de las citas administrativas, y del tiempo que me tardará conseguir un trabajo, para caminar un poco por la ciudad. Por momentos, Dublin me parece una Londres en miniatura, sin tanto lujo, es cierto; pero con ese estilo británico que le ha quedado por su idiosincrasia de ex país del Reino Unido, aunque, eso sí: con un toque más de mística y rebeldía. Lo más atractivos son los bares; mejores, incluso, que los ingleses que he podido conocer en la “capital pirata”. En casi todos hay algún cantante (uno, dos o más) haciendo algún cover con sus guitarras: cuando escribí el primer renglón de esta novela, un rubio platinado en vísperas de quedar pelado estaba cantando “Don’t look back in anger” de Oasis con todo el coro de la gente que se apoya en la barra y que golpea en las mesas al ritmo de la música. ¿”La alegría es solo brasilera”? Aunque aquí abunden las nubes, la lluvia y el frío, esto prueba que no es cierto.
Ahora me toca disfrutar un poco. Juego a ser turista por unos días. Pero tampoco olvido que en mi cabeza no hay preocupación mayor que conseguir un trabajo lo antes posible. Ya supe ser turista en Europa y esa no fue la proa del avión que me trajo hasta aquí. Sé que en mi nuevo horizonte posa otro tipo de sol y que sus rayos enfocan una meta algo más lejana. Algunos la llaman experiencia, otros pocos “nueva vida”. Yo prefiero llamarla: Dublín.
–¡Hey, Boss! Can you give other Guinnes??
–¡Yes, Dude!
–Thanks, man.
–¡You´re welcome!
Sabado 5 de octubre de 2019
Los Bambies de Phoenix Park
Arranqué el día algo triste. Iba a encontrarme con un español; un andaluz que en los audios de WhatsApp me recuerda, por su acento, a esos hinchas del Badajoz que eran entrevistados por Diego Korol en aquellos últimos años de la década del ‘90 en que Marcelo Tinelli había comprado un club de esa ciudad. Escucharlo es divertido, su manera de hablar es una mezcla de español madrileño con ese tono provinciano argentino que, en vez de pronunciar la “s”, para facilitar y agilizar la velocidad del diálogo, alarga las últimas vocales de las palabras que terminen con esa consonante. Según tengo escuchado, al menos en algunos paisanos de Argentina, eso se debe a que a los italianos, cuando trataban de adaptarse al idioma castellano en sus primeras generaciones como inmigrantes, les resultaba menos trabajo alargar las últimas vocales: les era más fácil usar el “¿cómo andaaa’?”) que el “¿Cómo andás?”. Evidentemente la “S” les resultaba un plomo. Nunca supe si esto que cuento es cierto o no es más que un mito, pero de lo que no tengo la más mínima idea es sobre cuál podrá llegar a ser el motivo por el que los de Andalucía también se las comen (¡a las “S’s”, claro!).
Cuando estaba yendo a encontrarme con él, luego de que termine el partido en el que Los Pumas perdieron por paliza con la selección de Inglaterra en la copa del mundo de Japón, me mandó un mensaje diciendo que no vaya hoy porque la entrevista se había suspendido. El motivo de la cita era ver si yo me quedaba con el trabajo que él está por dejar. Estaba muy ilusionado con el hecho de que ya iba a tener algo como para hacer y de que iba a poder estar cobrando un dinero a fin de semana o de mes y así dejar de seguir gastando la ´pa$ta´ que traje; ´pa$tita´ que, temo, se me termine pronto. Además me es necesario trabajar para mantener la mente ocupada en algo: eso me mantendría lucido, y, lo más importante, no me quedaría mucho tiempo para deprimirme: mi ex psicóloga una vez me dijo “Javier, tratá de mantenerte siempre ocupando la cabeza en algo; vas a ver que la tristeza se va sin que te des cuenta”. Tomé el consejo, así que para no desperdiciar el día ¡ni bajonearme!, pensé que sería buena idea ir a conocer el Parque de Phoenix, una de las atracciones turísticas que aparecen como los primeros diez lugares que se deben conocer en esta ciudad.
Empecé a caminar desde la zona de Dublin 9, y no frené el andar durante dos horas o más. De repente me di con un espacio súper verde, con esos relieves de los que escribía al comienzo de este relato. Al igual que en los bosques de Palermo, pasan calles en las que transitan bicicletas, motos y autos, tanto dentro como a los costados de la campiña. Seguí mi caminata por un delgado camino encurvado que me llevó a la cima de una loma desde la que se podían contemplar algunos Montes. Todo ese bulto de copas de color verde serían los rejuntes de árboles en los que, según me dijo un irlandés que lideraba a una familia de rubios y cuasi morochos de ojos clarísimos, me encontraría con “los bambies”. Yo les digo “bambies”, creo que por los dibujitos de Disney; pero bien cierto es que se trata de venados bien maduros y adultos. Tuve la fortuna de cruzarme con cuatro de ellos. Traté de acercarme para darles pasto o algo de comer en la boca: Seba, uno de mis housemate´s de México, me dijo que son muy sociables y amistosos, y que si les llevas frijoles o comida en pequeños bocados, se acercan a comer y a jugar con el que se les arrime. “Frijoles” tiré, ¡ja!, no hace diez días que vivo con estos chamacos y ya me están contagiando su acento. Me han contagiado su acento pero no su suerte: ¡no sé me acercó ni uno! Estuve veinte minutos juntando hojas y otras cosas (frijoles, ponele) y no me dieron ni bola. Creo que si la hubiese cruzado a Pampita habría tenido más chances que las que tuve con estos forros de los venados. Pero bueno... tengo que agradecer que tampoco salieron escapando. Estaban realmente en la suya: se acercaban unos a otros y en un momento dos de ellos empezaron a chocarse los cuernos. No supe si lo hacían por una disputa de algún alimento, para determinar quién domina ese espacio de territorio, o si era más bien por diversión; la verdad que no tengo la más puta idea. Aunque puedo afirmar que fue un digno espectáculo de ver. En cuanto regrese a mi casa me voy a poner a googlear, o a meter en la página de Nat Geo y Animal Planet, para ver qué carajo dicen sobre el “choque cornal de los bambies irlandeses”.
Mientras yo indagaba sobre los misterios de la fauna forestal, llegando incluso, y sin fumar, a imaginaciones medievales de tipo La Mesa Redonda (con el Rey Arturo de gira por Irlanda para comprar unos quesos de Limerick y unos whiske´s de triple destilación), y la garúa empezaba a volverse lluvia; me decidí a venir en búsqueda de algún restobar a quitarme, no sólo el hambre, más bien la sed.
Mi Guinnes with fish and chip´s ya están sobre la mesa. El partido del Shamrock por comenzar. Pues bien... es hora de cerrar el cuaderno hasta nuevo aviso. ¡Salud!
Martes 8 de octubre de 2019
“¡¡¿¿What are you doing fuckin’ ashoele??!!”
–¡Cómo varían las imágenes de los lugares cuando uno cambia sus estados de ánimo, eh! –le comenté a Sebastián, uno de mis compañeros de hogar–.
–¿Por qué lo dices, Wey? –contestó–
–Hoy hace una semana y un día que estoy acá en Dublin. Y recuerdo que ese mojado y gris lunes, al bajar del Bus número 16 que me trajo del aeropuerto hasta aquí con la mochila colgada en mis hombros, las dos maletas que habían sido ordenadas por mi mamá, la desesperación por no perderme, con todo el cansancio por el jet lag pero con muchísimo entusiasmo, a todo lo veía como de cuentos o películas: las casas, los caminos con los carriles invertidos, los autos con el volante en el lado derecho, la estética bien irlandesa del Pub Beaumont House (el primero que llegué a ver y juro que me maravilló) y a cualquier otra cosa que me haya cruzado durante esos quince minutos en los que me tragué toda la lluvia. Sin embargo hoy, que veo que los días me corren y aún no he conseguido trabajo, que los tiempos para los trámites se me atrasan y todo me resulta un tanto tedioso; siento nostalgia por ese lunes del que hablo ¡Y lo loco es que fue hace apenas 8 días!
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