José María Mansilla Ré - Cuentos y Narraciones en tiempos de Pandemia

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Cuentos y Narraciones en tiempos de Pandemia: краткое содержание, описание и аннотация

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En tiempos de Pandemia, cuando tuvimos que refugiarnos en nuestro hogar solo saliendo en casos de necesidad, muchos transformamos este período en algo que suponemos positivo, sobrellevando estos días de la mejor manera posible. Unos aprovecharon a refaccionar la casa, pintar paredes o dedicarse al arte pictórico sobre lienzos; también aumentando los conocimientos culinarios inventando platos, o amasando panes, (que resultó estupendo para atemperar los nervios) y algunos incursionamos en el arte de contar anécdotas verdaderas o escribir ficción. Aquí presento mi segundo trabajo editado, el primero fue una novela llamada «Sucedió en un Verano», y dos que permanecieron sin salir a la luz, uno de poemas y otro de novela deportiva. Espero que les guste y un fuerte abrazo a mis lectores!
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De regreso pensaba descansar una semana o diez días con la familia antes de lanzarse a la parte sur que le convenía más que el norte, porque muchos pagaban en efectivo y no tenía que trabajar con cheques.

A medida que iban avanzando los minutos y el tiempo, vio que en el horizonte el sol ya se había recostado en su descanso nocturno y el foco del vehículo iluminó un par de perdices que prestas alzaron vuelo desde la ruta a dos metros del bólido que iba a una velocidad de 120 kilómetros. Al principio se sobresaltó y reaccionando pensó: “Un casalito”. Y deseó que esas infelices criaturas no terminaran siendo uno de los platos favoritos de los furtivos cazadores. “Pero”, razonó. “Es la vida; con las vacas pasa lo mismo y no decimos nada”. Vio lucecitas allá a lo lejos. Era una pequeña población por la cual nunca había pasado, ya que estaba haciendo zonas nuevas y de pronto sus focos señalaban el fin del camino. Se había encontrado con una curva muy cerrada y atinó a frenar y maniobrar la dirección hacia la izquierda, pero el peso y la velocidad del automóvil fueron ingobernables, y derrapando en el pastizal que bordeaba la ruta, hizo un trompo de 360 grados y volcó dando una vuelta entera y quedando en posición sobre sus cuatro ruedas. Las lucecitas que ahora estarían a dos kilómetros fueron lo único que recordó. Ya en estado inconsciente soñaba que una gran mano apretaba su cuello hasta quitarle la respiración. La opresión era angustiante, trataba de zafarse de esa tenaza que lo ahorcaba. Luchaba para sobrevivir y se estaba resignando al destino cuando comenzó a aliviarse. Volvió de a poco a recuperar el sentido a medida que sus bronquios se normalizaban y respiraba mejor. Vio la penumbra del anochecer apenas abrió los ojos y luego un rostro angelical de una joven mujer que lo miraba fijamente, sin pestañear, pero de un modo que se acercaba a la dulzura.

—¿Qué pasó?... ¿dónde estoy? —preguntó. Y la hermosa niña que estaba a cuarenta centímetros de él, con la puerta abierta le contestó con voz fina y acústica.

—En su auto… veo que todavía sigue mareado, pero lo importante es que… ¡está vivo!... —La niña se acercó un poco más y observó que no había heridas cortantes—. No hay sangre, señor, ¡la cabeza quedó sin golpes!... Tuvo mucha suerte, esta curva se ha llevado mucha gente, ¿no la conocía?… es muy peligrosa.

—Sí… la vi de golpe, no me dio tiempo a nada.

Y ella prosiguió:

—También tuvo mucha fortuna que pasaba por aquí y pude aflojarle el cinturón de seguridad, había quedado de tal manera que lo estaba ahorcando… ¡fue un milagro!

—Lo suyo fue el milagro, señorita. Ni que Dios la hubiese mandado en el momento justo y el lugar justo. No exagero en pensar que me ha salvado, ¡me ha prolongado la vida!

Ella giró la cabeza hacia un costado y Alberto observó que bajó la mirada como no aceptando ese reconocimiento.

—Todavía estoy un poco mareado, pero creo que estoy bien —contestó Alberto poniéndose de pie y tocando todos los huesos de su cuerpo. No sé por qué Vialidad no señaliza esa curva —protestó, y luego dirigiéndose a su salvadora—. Gracias a usted puedo contar el cuento… ¿señorita? —preguntó inquiriendo su nombre y ella respondió dándoselo, pero en tono más bajo.

—¿Vive por aquí cerca? —Ella miró hacia las luces más próximas y le dijo que allí, en ese pequeño pueblo llamado Las Hortensias.

—… Tiene tantas personas vivas como muertas en el cementerio… “Seremos” trescientos entre vivos y muertos. Mi casa es la anteúltima de la ruta yendo al norte, la casa de paredes blanca y puerta verde. —Vio mecer sus cabellos cuando giró su rostro.

Alberto la iluminaba con la luz del celular. Era una preciosa criatura, pero muy blanca de cara, sin pintura en los labios ni rubor en las mejillas. Sus ojos no mostraban un color definido y había un sino de tristeza en ellos. Llevaba una camisa blanca con mangas abotonadas en los puños y una prenda también blanca como pantalón o pollera pantalón. Alberto no pudo distinguir bien ese tipo de vestimenta, ya que la luz solo iluminaba el rostro.

—Si no fuera porque el auto quedó inutilizado, la llevaba a su casa, está muy oscuro para ir por el camino, yo me llamo Alberto y soy viajante de comercio.

—No se preocupe, señor. Yo tengo un camino, es un atajo por el que me gusta vagar para llegar a mi casita… gracias —contestó sin gracia. Ahora él la veía diferente al primer momento, cuando con decisión y una fuerza que parecía imposible que pudiera tener, le había quitado el cinturón. La notaba distante, como si hubiera cumplido la misión de salvarlo como un mandato divino. Dentro de su atolondramiento le pareció extraña.

El coche había quedado en la banquina, a un metro del asfalto, no estorbaría el paso de otros vehículos pero siendo de noche le pareció conveniente buscar las balizas de quedó en el primero que más cercano estaba.

Una vez ubicado llamó a su productor de Seguros y le manifestó lo ocurrido y el otro contestó que al mediodía del siguiente día ya iba a estar el remolque para traerlo a Buenos Aires. Cuando se acostó, con algunos dolores por los magullones que se encontró mientras se duchaba, empezó a circular por su cabeza un pensamiento enigmático. ¿La joven que lo socorrió era verdadera o todo había sido una ilusión provocada por el golpe? Si estaba conmigo y de repente desapareció... ¿Realmente fue producto de una confusión por el vuelco?... Lo que sea, pero al fin y al cabo ella deshizo el cinturón que me estaba ahorcando, no fui yo. ¿Y si el chofer del camión tuviera razón?... ¿que el fantasma de la joven que había muerto hacía unos meses se hubiera corporizado para salvarlo? Yo no creo en eso pero…

Al mediodía del siguiente día, que era sábado, y tal como le había expresado el productor, por la ventana del barcito del hotel vio llegar el remolque. Se montó al lado del chofer y cuando habían hecho tres cuadras se acordó de algo y al ver una florería le pidió al conductor que detuviera la marcha.

—Voy a comprar unas flores para una persona muy especial, dos minutos nomás. —Volvió al vehículo con un ramo dividido en rosas rojas y jazmines. El chofer miró las flores y luego lo observó esperando que le contara algo al respecto. Como Alberto no decía nada, curioso se atrevió a preguntar.

—¿Para su esposa?... ¿novia?… ¿amante? —Se sonrió el aludido por la pregunta y le dijo que eran para la persona que ayer le había salvado la vida. Y le contó brevemente los pormenores del caso. Entrando por la ruta donde comenzaba Las Hortensias, yendo para buscar el automóvil deteriorado, Alberto vio la casita blanca de puertas verdes tal como lo había señalado la niña el día anterior. Se alegró de que fuese verdad.

—Ahí es donde vive mi “salvadora” —señaló y luego pensó: “Que sea verdadera, no una aparición… por Dios”.

—¿Quiere que lo deje aquí?, levanto el auto y luego lo paso a buscar, dígame dónde está.

.—No, hombre, no, vayamos por el coche… espero que siga allí… bueno, muy lejos no puede ir con una “fractura de pierna derecha”, refiriéndose a la rueda imposibilitada—. A la vuelta le llevo estas flores que es lo menos que le puedo ofrecer a la flaquita.

—Mire, ¿usted me dice que le salvó la vida?... ¡se merece un monumento! —Alberto lo miró y razonó que eso sería lo más justo para alguien que por decisión propia logra salvar una vida. Miró las flores y le pareció absurdo. Pensó que en otra oportunidad le podría llevar algo más consistente… por el momento saludarla y unas lindas flores como tácito reconocimiento a su actitud.

Al regreso, llevando el automóvil de remolque, el chofer se detuvo en la casa de la dama. Frente a la misma ruta por medio vio bajarse a Alberto con su fragante ramo de flores.

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