Como hemos expresado anteriormente, son muchos los estudiosos del chamanismo, lo cual diversifica las posturas. Hay quien compara el éxtasis cha-mánico con la mística cristiana y quien los diferencia; se discute si es o no un fenómeno religioso; se propone la existencia de un neo-chamanismo, etc. Parecen más bien asuntos de tipo intelectual que poco revierten sobre la esencia del proceso.
Entre otros autores-vivenciadores están Miguel Palafox Vargas y Alvaro Estrada, aunque menos conocidos, pues no están dentro del poderoso contexto económico norteamericano. El primero convivió con los huicholes dándonos una completa descripción de sus vidas y sus costumbres, así como de experiencias con la peregrinación del peyote. El segundo relata su relación con María Sabina, quien con sabia ingenuidad respondía: «las cositas (hongos) me dicen qué decir y cómo cantar». María Sabina se revela como una de las maestras del chamanismo mexicano desde que la noche del 29-30 de julio de 1955, R. Gordon Wasson se iniciara en su primera velada de hongos –puro derrumbe– en plena sierra Mazateca. El chamán mazateco , vocablo que significa “hombre venado” procedente de la sabiduría chichimeca y del maya quitxé distingue entre chotá-a-chi-née “la persona sabia” y el tji-ée “el hechicero”, en un plano interior. En un plano intermedio estaría el chotáa-xi-bendáa , el “curandero”.
Joan Halifax, antropóloga y exploradora del budismo y del chamanismo, opina que el psicoterapeuta tiene que aprender mucho del “curador herido”. Esto es tan importante que incluso el chamán no puede curar lo que él mismo no haya atravesado. Ya sabemos que nuestra estupidez racionalista tacha a estos chamanes de esquizofrénicos; lo doloroso es que se atreva a opinar por soberbia, lo que desde esa perspectiva ni se entiende, ni se puede entender. Joan Halifax apunta la conveniencia de que el psicoterapeuta investigue ciertas maneras de curar del chamán. Por ejemplo: la prescripción de soledad a la gente enferma, a veces en sitios acogedores, ayunando durante tres días y noches, costumbre que no es muy diferente de la terapia morita que se basa en el budismo zen, donde el paciente es puesto en una habitación vacía para pasar por un período de aislamiento. La utilización de la ermita para la búsqueda de visión interna es otro contexto usado por los indios de las praderas americanas, donde se busca el contacto con el Espíritu para encontrar el propio camino. Joan Halifax critica a las psicoterapias convencionales porque su contexto prohíbe o inhibe la expresión de la negatividad del sufrimiento originado en los estados más profundos, tendiendo a moldearlos en conceptos y en símbolos, lo cual producirá comprensión, pero también un distanciamiento con respecto a la vivencia de los estados «en carne viva». Añade que las terapias humanistas y transpersonales sí que se acercan a ello, pero critica en el caso de algunas terapias transpersonales que aunque provocan estados muy profundos, suelen dar mucha importancia a estados altos de consciencia, estados placenteros del ser que no siempre llegan a lo realmente esencial, para añadir que mucha gente usa las tradiciones espirituales para encubrir sentimientos de extrema negatividad, aferrándose a sus almohadones de meditación como si fueran balsas. Es interesante recalcar el vínculo estrecho que Halifax establece entre chamanismo y budismo marcado por sus propias experiencias e investigaciones en ambos campos. El budismo Vajrayana floreció en la religión chamánica bompo del Tíbet. (Recordemos a Trungpa.) lo que también sucedió en la orden zen chogie de Corea. Para Halifax el chamanismo es primordialmente un diálogo con la verdad a través del vehículo de la naturaleza, es decir una tradicición terrenal que conduce hacia lo celeste, mientras que el budismo sería lo contrario, es decir, lo mismo, (conclusión mía). El Nierika – la mente en forma de flor inacabable– en el rostro del huichole Don José, hecha de múltiples generaciones de todos aquéllos que han recibido el influjo de la sabiduría, también se produjo en Bhután en compañía de un maestro tibetano. El silencio de la mente carente de movimiento –principio zen– facilita el inicio del viaje chamánico. En ambas perspectivas se parte de lo mismo: la danza de la impermanencia contenida en la danza de la interdependencia.
Halifax ya no está en Ohio, donde programaba enseñanzas junto a otros maestros. Hoy día, después de superar algún obstáculo, vive en el sur de California, en esos pueblos de raigambre hispánica. Sus enseñanzas siguen esas dos vías chamanobudistas, en sus publicaciones y en sus cursos, revertiendo a las personas hacia sí mismas en la soledad silenciosa del desierto. Es una mujer viajera e incansable que recorre los cuatro rincones del planeta.
Para Holger Kalweit el mensaje del chamanismo se basa en que la demencia es una salvación, aunque las experiencias extrañas por sí mismas no son suficientes para convertir a una persona en chamán. Completada la crisis iniciática, los chamanes pueden entrar y salir a voluntad de los estados no ordinarios. Son capaces de curar, objetivo de su tarea, e incluso pueden inducir estados similares en otras personas. Dice Holger que si fuésemos capaces de entender el sufrimiento y la muerte como procesos de transformación física y psíquica, como hacen los pueblos de Asia y las culturas tribales, ganaríamos una visión más profunda y menos desviada de los procesos psicosomáticos y psicoespirituales, y empezaríamos a darnos cuenta de las muchas oportunidades que ofrecen el sufrimiento y la muerte del ego. Para estas culturas tradicionales, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son manifestaciones de la sabiduría inherente del cuerpo, a la que basta rendirnos para alcanzar áreas de percepción capaces de revelar el verdadero fundamento de nuestra existencia terrenal.
Recapitulando los procesos que se atraviesan para convertirse en chamán, indígenas de diversas partes del globo manifiestan que sus poderes curativos provinieron de la superación de una enfermendad. Esto sucede en la tribu sagay junto al río Yes, de la misma manera que sucede en la comunidad siberiana soyot, y entre los zulúes, indios peruanos, etc.. Las niñas pasan por las crisis iniciáticas entre los 10-12 años. Los jóvenes a los 20-25 años. En casi todos ellos un espíritu atormenta al futuro chamán, un animal aparece en escena, bien sea el lobo, el cuervo, etc. Holger se debe referir al animal totémico, decisivo en la personalidad futura de quien lo encarna. Así, la enfermedad se convierte en una limpieza radical de las impurezas, es una resurrección que sigue a los terribles tormentos que acercan a la muerte para convertirse en la puerta de la vida. Entre los indonesios sucede algo parecido: la enfermedad es enviada por los espíritus celestiales que proveen a los iniciados de sus conocimientos y poderes. En Corea, el 90% de los chamanes son mujeres. El señor de la montaña, de barba blanca, arquetipo de la sabiduría, promete salud y buena fortuna. Los relatos que cuentan indican que no estamos ante mentes descarriadas, sino ante una forma elevada de percepción interna intuitiva. Y, como vemos, existe una forma común a pesar de las diferencias de raza y cultura. En todas, si el futuro chamán no acepta el camino, se convierte en una persona infeliz para toda su vida, si es que no se le fuerza a través de la enfermedad a aceptar el mensaje. Según Holger esta enfermedad puede tomar formas puramente físicas, como vómitos, transpiración, inapetencia, dolor, fiebre, agotamiento extremo, una enfermedad real que hace aflorar obstáculos e impurezas a la superficie, etc. Todo ello es rechazado por la medicina occidental pues pone demasiado énfasis en la manipulación puramente tecnológica y por ello se ha alienado cada vez más de la experiencia real del estado del paciente.
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