Natalia Silva Prada - Pasquines, cartas y enemigos

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El objetivo de esta obra es sistematizar los significados de las voces y gestos que mediaron los conflictos ocurridos en Hispanoamérica en los siglos XVI y XVII. Aunque aparentan ser resultado de momentos caóticos, expresan en conjunto, el valor dado en aquella época al privilegio, al honor y al prestigio. El estudio de los lenguajes verbales, simbólicos y de representación, pretende comprender mejor a la sociedad en la que se originaron las diversas formas del insulto, así como las estrategias de que la gente se valía para su manifestación y publicación. La aproximación al problema desde la historia cultural permite a la autora hacer visibles las diversas aristas del poder, la ambición, la sexualidad y las expectativas sociopolíticas de los vasallos americanos de la monarquía española: funcionarios, eclesiásticos y gente común. En los nueve capítulos del libro se exploran las formas que podía asumir el lenguaje de la pasión presente en cartas, grafiti, libelos infamatorios, objetos infamantes y muertes atroces.

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A esa altura de la carta el obispo vuelve a enfatizar en el tema de la enemistad pública entre él y el gobernador, la cual ha logrado que la gente no lo respete, se le extorsione y se le niegue el sueldo que se le había asignado en una cédula real, la cual además le extraviaron.

Después pasa a dar consejos precisos al rey de cómo mejorar el funcionamiento de los nombramientos y se queja de que las doctrinas están en tan miserable estado porque “no traen aquí otros religiosos sino los fugitivos y apóstatas que vienen de otras partes, y entre ellos mismos se trae por lenguaje que Cartagena es la isla de los apóstatas”. 160

Pasa después a insistir en los males que han causado los doctrineros, que para los indios se han convertido en algo peor que “los crueles seglares” hasta el punto de que, dice, “tengo por cosa ciertísima que, si hoy Santo Domingo y San Francisco vinieran, se postraran a los pies de Su Santidad y de Vuestra Majestad para que sus religiosos fueran excusados de doctrina”. 161

La carta termina con más consejos sobre la forma de mejorar la administración de las parroquias y de evitar abusos tales como el haberse hecho aparecer el gobernador como fundador del hospital real del cual no gastó ni “un real de su bolsa”, y “si Vuestra Majestad es patrón y el hospital es real, han de estar allí las armas de Vuestra Majestad y han de perecer las suyas”. 162El obispo pasa a la fórmula de despedida, reafirmándose en su verdad y expresando que su felicidad sería poder llegar a realizar la voluntad del rey.

En la carta del obispo hay un uso expreso o intencional de las emociones para preparar al rey de las malas noticias que transmitirá con relación a la mala gestión del gobernador. Las acusaciones contra este pueden leerse en el plano individual como una persecución personal y en el gubernativo como un abuso de la autoridad civil sobre la eclesial y como una transgresión al patronato regio. Si bien el caso denunciado por el obispo fue desestimado como una injuria explícita, él tenía razón en usar el concepto de enemistad capital, pues en los actos del gobernador estaban implícitos los deseos de perjudicar a la contraparte (tráfico de influencias, obstrucción del gobierno eclesial), la calumnia, la pérdida de la fama (con injurias y falsos testimonios) y la ambición, al punto que lo comparó con Enrique VIII, el adalid histórico del despotismo, la arrogancia y la infamia. La mala reputación de Enrique VIII creció exponencialmente desde que en los primeros años de su reinado personajes de la talla de Erasmo de Róterdam lo describieron como un rey culto y magnánimo hasta cuando al final de sus días fue considerado como el más nefasto gobernante de Inglaterra. 163La comparación que el obispo Juan de Montalvo hizo del gobernador con Enrique VIII pudo haberse inspirado en los conflictos entre el papa y el rey, los cuales habrían derivado en la proclamación del acta de supremacía de 1534 por la cual Enrique VIII se proclamó como máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, acto que terminó en la fundación de la Iglesia anglicana. El recurso retórico usado por Montalvo era una incisiva voz de alarma sobre los excesos que el patronato regio podía generar en perjuicio de la autonomía de la Iglesia americana.

La enemistad y la literatura subversiva

En los casos por libelos el tema de la enemistad capital se hace muy explícita. En una petición de febrero de 1624 podemos presenciar una importante cantidad de aspectos relacionados con esta pasión. Se trata de un intenso pleito ocurrido en la ciudad de los Reyes del valle de Upar entre autoridades locales pertenecientes a dos grupos básicos de poder ocurrido el año anterior. Juan Moreno, alcalde ordinario e hijo y nieto de conquistadores, Pedro Ruiz de Tapia Villavicencio, alcalde de la Santa Hermandad, Pedro Zambrano, caballero regidor y capitular perpetuo, así como Juan Navarro de Oñate, vecino de la villa, sus hermanos y parientes, recibieron afrentas de las que se culpó a un grupo de poderosos de la villa: el capitán Gaspar de Mendoza, alguacil mayor de la ciudad, noble y principal, Juan de Montaño, tesorero, Miguel de Valmaceda, alférez real, Diego Daza, contador oficial y el capitán Luis de Nozasdaca, así como sus consortes, parientes y vecinos de estos.

El defensor de Moreno y sus allegados argüía que el grupo encabezado por Mendoza eran hombres ricos y poderosos que se habían “aliado” y “confederado” para injuriar a Moreno y a su grupo porque en el desempeño de sus oficios municipales habían procedido de manera justa y recta. Sin embargo, sus contrincantes “han jurado de destruirle su hacienda y honor”. 164Es el primer momento de la carta petitoria enviada a la Real Audiencia en la que emerge el tema de la enemistad, el cual continúa en las frases de que, con intención “dañada”,

le han llamado por escrito y de palabra perro mulato mal nacido hombre vil y bajo de poca suerte y calidad y reo de fe y que le habían de echar una cadena al cuello como a perro y hacerle guardar sus guerras y continuando su mal intento y luego unos meses después le atribuyeron como autor de unos libelos, no siendo así sino al contrario. 165

En estas acusaciones están presentes una gran cantidad de expresiones de la existencia de una enemistad manifiesta: la injuria degradante usando palabras graves, la amenaza de provocarles un gran mal y la acusación de la publicación del libelo infamatorio en contra del grupo del capitán Mendoza. Juan Sánchez, defensor de Moreno, pedía para los ofensores que este “grave y atroz delito” 166fuera digno de “punición y castigo”. 167

El libelo infamatorio —del cual no aparece un traslado o transcripción— que había aparecido fijado en “la ceiba de la plaza desta dicha ciudad” 168en el año 1623 fue el detonante de esta “guerra” entre dos facciones de la corporación capitular. El alguacil menor Francisco del Álamo fue quien encontró la injuria pegada al árbol y por ende el primero que lo “vio, leyó y quitó”, 169pero no lo quiso romper a pesar de las advertencias que muchas personas que allí estaban le hicieron. A pesar de esto, Moreno y su grupo se quejaban de que este oficial no había sido ni siquiera llamado a declarar a los tribunales de justicia. 170

La Real Audiencia no parecía comprender muy bien lo perjudicial de juzgar este caso a través de autoridades regionales como el gobernador de Santa Marta, Antonio Maldonado de Mendoza, pues los lazos clientelares del grupo ofensor llegaban hasta allá. En el proceso de revocación de esta decisión y a favor de su parte, Sánchez expuso el concepto de enemistad mediante su expresión contraria, la amistad íntima, la cual era perjudicial a su parte:

Demás de que el dicho mi parte tiene por odiosos y sospechosos todas las justicias de aquella ciudad y su distrito por ser íntimos amigos de los dichos acusados y en particular el teniente de la dicha ciudad que es íntimo amigo de los dichos reos y come y bebe continuamente con ellos el cual dicho teniente es así mismo pariente del gobernador de Santa Marta por todo lo cual el dicho mi parte recusó a todos los sobredichos y yo en su nombre. 171

El grupo de querellantes había intentado que las partes acusadas renunciaran al pleito, “componiéndose”, pero ante la resistencia fueron hechos presos por más de un mes y les fue enviado un pesquisidor especial. El grupo de Moreno se resistió a ser juzgado por los partidarios del gobernador e incluso por el juez pesquisidor, don Pedro de Silva, y su escribano. En su defensa también argüían que el grupo de Mendoza tenía enemigos más poderosos que ellos. Al final, en mayo de 1623, el juez pesquisidor informaba que soltaba de prisión a Moreno y que las partes habían decido “componerse amigablemente”. 172Menos de un año después el pleito se mantenía vigente, como lo hemos visto en las peticiones de 1624, y los acuerdos amigables seguían contaminados por la enemistad capital de los afectos al gobernador de Santa Marta: “Somos nos los dichos acusados sus enemigos sin dar la causa de la dicha enemiga habiendo otras muchas personas con más fuertes y legítimas causas que les han dado para que lo sean como lo son y han sido”. 173En otra parte del proceso decían de forma similar, “sin que obstase la enemiga que los dichos querellantes dicen que les teníamos”. 174

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