El cirujano Blas de Paz Pinto también resultó en la lista de sus enemigos capitales porque este lo presionó para que le pagara una deuda, a lo que Gómez Barreto le dijo “que era un hombrecillo de poca consideración” 140y él a Gómez “que era un hombre de mal trato y que se lo había de pagar y hacer todo el mal que pudiera y otras cosas de amenaza”. 141
Según vimos, la calificación de enemigos capitales que aparece en este pleito específico era justa y estaba relacionada con amenazas de graves daños (como quitar la honra y la reputación), quitar el habla, desafiar y tratar de embustero, que según Quevedo y Hoyos hacían parte del derecho común. A estos actos de palabra se sumaron otros vinculados a acciones y deseos como el corte de lengua o desearle un gran mal.
Para Gómez Barreto la acusación que él hacía de sus “enemigos capitales” era razón de sobra para ser absuelto y dado por libre de la acusación y querella de ser judío judaizante.
Los pleitos entre Gómez Barreto y Rodríguez Mesa permiten entender las razones específicas que podían originar una enemistad capital y las formas concretas en las que esas pasiones se expresaban. En el primer grupo tenemos la consideración del otro como judío infame —la suma del sustantivo y del adjetivo implican una doble injuria—, 142el embargo de bienes, en este caso una fragata, y el cobro riguroso de deudas. Esas tres razones fueron el origen de la explosión de pasiones como el quitar el habla o la comunicación, el deseo de quitar la reputación del contrincante, la acusación de persona de “malos términos”, las amenazas de muerte, las amenazas de corte de lengua y las amenazas de provocar todo el mal posible. El conjunto de estas expresiones pasionales podemos asociarlas a deseos negativos y en particular al odio y la aversión. En este caso específico, las pasiones descritas se apegan con bastante exactitud a las definiciones jurídicas del enemigo capital, por lo que es posible que las pasiones descritas por Barreto Gómez buscaban acomodar las razones del derecho a la necesidad de invalidar al testigo que lo acusaba de judío. Una exploración del origen y desarrollo de este caso nos permite afirmar que Gómez Barreto usó certeramente la categoría de enemigo capital para librarse de graves acusaciones, sumado a las amistades íntimas que tenía entre miembros del Santo Oficio. En primer lugar, su caso es parte de la “gran complicidad” que llevó a juicio a un importante número de portugueses residentes en Cartagena. Aunque Gómez Barreto fue uno de los más notables inculpados en este proceso de represión y llegó a ser torturado, resultó absuelto en el año 1638. Once años después, el inquisidor Pedro de Medina Rico demostró que su proceso debía ser revisado luego de revocar la sentencia absolutoria a favor del depositario y regidor de Cartagena debido a la parcialidad que en él mostraron los servidores del oficio y la ausencia de un examen médico que hubiera revelado signos de circuncisión en el acusado. En el proceso que se abrió contra Gómez Barreto en 1652 este fue condenado a abjurar, llevar el sambenito, la confiscación de la mitad de sus bienes y el exilio. 143
La enemistad y los conflictos jurisdiccionales
El concepto de enemigo capital no se usaba exclusivamente en la esfera jurídica. Hemos encontrado una carta de un obispo al rey en la que el concepto se usa para describir y contextualizar las profundas desavenencias con un gobernador al que pinta como ese diablo que describía fray Felipe Meneses, aquel que “busca oportunidad para dañarnos”. 144
En 1581 el obispo de Cartagena Juan de Montalvo acusaba al gobernador Pedro Fernández de Bustos de intervenir excesivamente en los asuntos relacionados con la Iglesia por una abusiva interpretación del patronato real de 1574. El 25 de enero de 1581, el obispo escribió una extensa misiva al rey que se abría con expresiones emocionales en la que contrastaba dicha y contento con decepción. Lo preparaba para darle noticias malas que en lugar de alegrarlo le informarían de “la corrupción de vicios en los españoles que acá viven”, 145sentimiento contrario al que hubiera deseado manifestarle. Cerrada esta introducción preparatoria pasa a acusar al gobernador de que “ha venido […] a hacerme enemistad tan capital ” 146y se reafirma hojas después en que el gobernador “no puede tomar mejor remedio que publicarse mi enemigo”. 147
El obispo describirá después detalladamente la forma en que esa enemistad capital se fue configurando, comenzando con molestias en temas personales para pasar a injerencias en delicados temas de administración de la Iglesia que involucraban el Patronato:
Quitándome el servicio de los indios y usando de otras molestias maniosas, como son procurar que no sea bien tratado en las visitas y persiguiendo a los que me tratan bien y a los que me visitan y me hablan, hablando mal de mí, levantándome cosas que no he hecho ni dicho [y] no contento con esto, me ha querido perseguir en las cosas de la Iglesia. 148
Uno de los primeros pleitos que relató el obispo al rey fue el intento del gobernador de favorecer a un familiar suyo. El obispo propuso para ocupar la vacante a un sacerdote cantor al que el gobernador prometió ayudar con un sueldo. Pero una vez publicado el edicto no mantuvo su palabra, sino que buscó instalar en el cargo de sacristán a un barbero que cuando era niño había servido en la sacristía de Talavera. La indignación del obispo es tal que en su petición al rey expresa “como la voluntad de Vuestra Majestad se cumpla y la Iglesia no padezca tanto agravio que, pudiendo tener un sacerdote honrado, tenga por sacristán un barbero que no sabe leer una carta de excomunión”. 149
Las presiones contra el obispo continuaron y cuando Montalvo le pidió que no “estorbase” a un mayordomo que él quiso introducir para servir al Santísimo Sacramento le contestó que “fuese enhorabuena, más que entendiese que ni en esto ni en otra cosa yo no había de poder nada más de lo que él quisiese”. 150Al poco tiempo amenazó al mayordomo y le impidió servir al Santísimo Sacramento.
En los nombramientos de los doctrineros sucedieron cosas similares y decía el obispo que el gobernador siempre le “trampeaba” 151sus candidatos y era él “más parte en las doctrinas” 152y “ninguna doctrina ha querido proveer ni presentar, diciendo que ya las doctrinas están adjudicadas a las religiones y que cuando vaca alguna, basta que los priores o guardianes envíen el fraile que les pareciere sin tener cuenta conmigo, llevando licencia del gobernador”. 153Esta actitud lleva a decir al obispo que “a mi ver tiene sabor a lo que hacía el Rey Enrique en Inglaterra”. 154
Los pleitos entre autoridad eclesiástica y civil alcanzaron tal nivel que ambos se desautorizaban mutuamente hasta el punto de alterar el orden público y de hacer pensar al obispo en excomulgar al gobernador: “Y a esta causa ha alborotado las religiones contra mí y les hace espaldas para que me desacaten en los púlpitos y en las calles y que me presenten escritos que contienen injurias y falsos testimonios”. 155
Un fraile franciscano al que Montalvo le dijo que no tenía ni la orden ni el derecho a administrarla porque era vacante aun, le contestó: “Que le picaba, que no me espantase que ellos me picasen en los escritos y peticiones”. 156
El obispo dijo, “Padre estáis muy sobrado, y si no os medís, os meteré en una canoa y os enviaré a vuestro prelado”. 157A esto altaneramente dijo el fraile: “Tráteme vuestra señoría bien, porque soy tan bien nacido como vuestra señoría y otra vez lo vuelvo [a decir] que soy tan bueno como vuestra señoría”. 158
Este altercado siguió con el intento de pedir que un juez conservador de Santo Domingo dirimiera el caso y no se pudo, pues “no había habido injuria manifiesta”. 159Con todo esto, el gobernador logró que un notario actuara como juez, el cual terminó por excomulgar al obispo y por perjudicar su prestigio y sueldo.
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