Giovanni de J. Rodríguez P. - Condenados

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Hay obra literaria que no surgen en la mente de los escritores; hay obras que nacen de un corazón que busca encontrarse consigo mismo. Condenados es de ese estilo, es la expresión de un genuino sentimiento de rebeldía frente a la situación social del país. A través de ingeniosos recursos literarios, en el contexto de un mundo con grandes avances tecnológicos y científicos, se ambienta una Colombia del futuro, que no ha cambiado, en la que todavía pululan las injusticias sociales.Condenados plantea un problema utópico desde una original perspectiva social, científica y mitológica y lleva al lector, en un viaje de asombrosas imágenes, hacia las posibles circunstancias conflictivas que generará las tecnologías del futuro. Es una novela de ciencia ficción sustentadoa en hechos reales que trascienden lo verosímil y ponen en la mente del lector asuntos científicos que ocasionarán un cambio disrupto en la humanidad y transformará la experiencia de vivir.

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Dentro de la bañera, Margarita parecía una corroída astilla de madera. Sentada sobre sus nalgas secas recogió sus piernas para tapar su pecho con las angulosas rodillas. Mery la miró con respeto entendiendo el pudor de la anciana y evitó posar los ojos directamente sobre ella. Los pensamientos vagabundearon mientras le frotó la espalda con una esponja nueva, en su cabeza aparecían dudas existenciales que lindaban con sus fantasías más mundanas; ¿A qué hora se habrá acostado Gabriel?

—¿Cuántos años llevas a mi lado?

—Dos años, mi señora.

—¿Y eso es mucho o es poco?

—Creo que es lo suficiente para encariñarme con las personas de esta casa.

—¿Me quieres?

—¿Qué clase de pregunta es esa? Usted es como una madre para todos.

—Una madre… ¿cómo podría serlo?, ni siquiera recuerdo qué desayuné ayer. Tampoco sé cómo te llamas.

—Se lo dije hace un rato, ¿no lo recuerda?

—No puse cuidado, perdona.

—Doña Margarita, puede llamarme como usted quiera. Por ahora, debe saber que hoy es lunes, diecinueve de septiembre, es invierno, está en su casa y tiene tres hijos.

—Tengo hijos… —Margarita puso cara de incredulidad, se miró las manos y movió los dedos, arriba y abajo como si fueran pequeñas marionetas, sonrió y luego entrelazó sus manos como piezas de un rompecabezas.

—Me gustan mis hijos, mira cómo se abrazan. —Levantó las manos hasta ponerlas encima de la cara de Mery. La enfermera las esquivó y pensó que las cosas se pondrían feas.

—Esos no son hijos, son dedos.

—Entonces, ¿cómo son?, ¿dónde los tengo? —Dirigió la mirada hacia los pies y movió las pequeñas falanges como peldaños de un piano oxidado.

Mery no sabía qué responder, sería fácil contar el significado de un hijo desde el corazón, si al menos hubiera tenido uno. No quiso buscar un atajo y mencionar a las cigüeñas, tampoco hacer comparaciones burdas con animales, pensó en sexo y recordó que no tenía pareja desde que trabajaba con los Pontefino. Iría al grano, le diría cómo un hombre y mujer regalan sus cuerpos y después le narraría los sufrimientos que una madre padece durante el parto para luego sobrellevar con alegría los sacrificios de la crianza; todas experiencias ajenas. Mery pestañeó un par de veces y pensó en ello, cuando fue hija, pues siendo adulta nunca sopesó el significado de tener una madre y en su caso nunca lo sabría porque se negó a serlo. Además, su madre murió cuando tenía veinte años, muy joven para entender el significado. Se comprenden los significados trascendentales de la vida solo cuando en carne propia se experimentan y Mery apenas contaba con fragmentos incompletos del pasado reflejados en otra mujer. Desde la otra orilla, para ella, un hijo era como un caballo con rienda queriendo ir donde no debe. Margarita la miraba esperando una respuesta.

—No lo sé. Me quedé solterona y de joven odiaba la idea de ser madre soltera.

—¿Y ahora?

—Ya es muy tarde. —Una nube de nostalgia apagó su mirada.

Margarita no supo qué sentir frente a eso. Lo bueno de no tener recuerdos o de que estos aparecieran cuando se les daba la gana era que tampoco sabía cómo sentirse o comportarse frente a las situaciones de la vida. Era como una niña descubriendo el mundo y sus reglas, ¿qué es bueno?, ¿qué es malo? El sabor de los alimentos y el de las emociones. Los colores, la compañía y la soledad. Todo era nuevo, inodoro, incoloro e insípido mientras que los sentidos se adaptan y descubren las diferencias entre los contrastes. El gran problema era que por su enfermedad desaprendía con la misma velocidad que aprendía sin tener tiempo para disfrutar las situaciones cotidianas. Margarita tenía claro que algunas palabras sonaban bonitas y, por tanto, creía que debían estar relacionadas a situaciones buenas; otras sonaban feo, entonces debían pertenecer al mundo oscuro de la maldad. Esa era su columna ética y moral, a falta de memoria su sentido común se sustentaba en la sonoridad de las palabras y el brillo de los ojos de las personas que las pronunciaban. Mamá es una buena palabra; deducía que debían ser buenas las personas a quienes llamaran de dicha manera.

—Serías una buena mamá.

—¡La mejor!, al menos no repetiría los errores que cometieron mis padres. Me impusieron el estudio como si con ello salvara mi vida, qué equivocados estaban, sería más feliz y tendría dinero si me hubiera dedicado a la compraventa y no a estudiar enfermería. Mamá, que descanse en paz, siempre imponía sus deseos. Por encima de todos, incluido papá que falto de carácter dejaba que ella eligiese hasta el color de sus medias. Papá murió cuando yo tenía doce años a causa de un pago que le exigía un proveedor al que se negó por considerar que era una estafa. Mamá incineró los restos, papá quería que lo enterraran bajo tierra. Mis dos únicas tías también fueron enfermeras; yo quería ser abogada, pero entre las tres no me dieron elección y terminé convertida en su títere siguiendo al pie de la letra sus caprichos, me convertí en una réplica defectuosa de ellas. En lo único que me diferenciaba era en el deporte, ellas, tan señoriteras preferían jugar tenis para enseñar las piernas y pescar algún amante. A mí me gustaban las peleas y en el judo encontré mi vocación. Lástima que no se sintonizaron con mis proyectos, sería otra persona. Yo dejaría a mi hijo ser tan libre como un tigre de montaña.

—¿Sabes si yo cometí errores con mis hijos?

—No tengo idea, mi señora. Un extraño no puede juzgar lo que ocurre dentro de una casa. Sus hijos eran adultos cuando regresé a esta familia, muy diferentes a los que conocí en la adolescencia. Además, creo que los papás tienen los primeros siete años para educar o malcriar a sus hijos. Los suyos ya están criados y no hay nada que se pueda hacer por ellos.

—¿Cómo son?

—Son maravi… —titubeó, iba a decir una mentira. En verdad solo uno de ellos le parecía encantador, los otros eran odiosos. Caviló un instante y resolvió decir la verdad, al fin y al cabo, la anciana lo olvidaría—. Sus hijos son el Infierno, el Paraíso y la Tierra. Los tres se excluyen de manera mutua y ninguno cree en el otro. Aunque a mí me parezcan odiosos, a la vista de todos son maravillosos. Muchas personas dicen que usted es afortunada y desearían tener hijos como los que tuvo.

Margarita no supo qué pensar. Cuál de los tres era bueno o malo. Rosa narró matices desconcertantes y mencionó palabras que no tenía en su vocabulario. Pensó que tal vez, Infierno, Paraíso y Tierra eran tres bellos colores que reflejaban cualidades buenas de sus hijos, quizás fuerza, pureza y fragilidad…

“Fragilidad, ¿será que tengo un hijo enfermo?”.

La anciana no quiso hacerse un lío y centró su atención en la palabra con más musicalidad.

—¡Maravillosos! Tengo hijos maravillosos. —Aplaudió como si acabara de recibir un regalo—. ¿Cómo no están aquí?

—Son adultos, están muy ocupados, siempre tienen cosas qué hacer —mintió. Gabriel, que hacía las veces de terapeuta, siempre permanecía cerca. Eso a Mery la reconfortaba, su cercanía suavizaba su responsabilidad.

—Los adultos no me gustan, ¿sabes si hoy vendrán a visitarme? Quiero conocerlos. —Mery se mordió los labios y sin darse cuenta restregó con más fuerza la delicada piel de la anciana—. ¡Ayyy! Duele.

Margarita se inclinó y llevó la mano derecha hacia la espalda.

—Perdón, quería quitarle una mancha. Hoy es un buen día para visitas, estoy segura de que vendrán. Cuénteme, ¿ayer… el gigante salió del cuadro?

Margarita no respondió. En vez de eso retomó la postura y al hacerlo vio una inscripción pintada en su antebrazo.

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