Este debate historiográfico es importante tenerlo en cuenta para analizar la discusión ideológica dentro del PC durante 1990. Más arriba hacíamos alusión al adverso contexto histórico –nacional e internacional– que padecía la organización. Esto fue aprovechado por sectores liberales y conservadores para configurar un escenario propicio para caricaturizar las posiciones de los dirigentes comunistas. Así, cualquier asomo de defensa de las ideas marxistas o el uso de algunos vocablos (revolución, socialismo, lucha de clases, etc.), era catalogado de ortodoxia e incapacidad de comprender lo que estaba sucediendo en el mundo. Los ejemplos en la prensa de la época son abundantes, pero elegiremos uno publicado en La Época , órgano afín al nuevo gobierno democrático y ajeno a la histeria anticomunista de los medios derechistas. En él se definía al Partido Comunista chileno como «anacrónico en lo ideológico, lo político y lo orgánico», que «no ha entendido nada de los cambios que han quebrado el mundo socialista» y que se aferraba «a sus referentes teóricos con un dogmatismo increíble». Desde el punto de vista de su organización interna, era «temeroso de la opinión pública» y no aceptaba las disidencias. Además, que sus credenciales de compromiso con el sistema democrático estaban en duda por su posición ambigua ante la violencia política 47. Estos conceptos resumían los tópicos que arreciaron contra la dirección del PC durante este período: dogmáticos, antidemocráticos y violentistas.
En este marco, el PC intentó abrirle camino a lo que denominaron como su proceso de «renovación revolucionaria», con el afán de distinguirlo de aquel que significaba el abandono del marxismo y el cambio social 48. En todo caso, producto de lo vertiginoso de los sucesos que estaban ocurriendo en Europa y la progresiva escalada de la crisis interna del partido, es necesario señalar que las definiciones ideológicas de la dirección del PC tuvieron más el carácter de una búsqueda que la de una definición acabada. Destacaremos las declaraciones y documentos oficiales, que deben ser entendidos como orientadores para una militancia que veía desmoronarse tanto su universo político (la idea comunista) como a la propia organización.
Entre los militantes que finalmente optaron por seguir integrando la organización, hubo un temprano consenso sobre lo que significaba la «renovación»: buscar nuevas definiciones ideológicas y estrategias políticas para sustituir al capitalismo. En efecto, el límite de los cambios entre el sector mayoritario de la dirección del PC se basó en mantener este horizonte utópico 49. De esta manera, a lo largo de 1990, el PC fue elaborando los principales contenidos de su particular visión de los cambios que permitirían la continuidad de la lucha de los comunistas en Chile. Volodia Teitelboim, secretario general de la organización, fue uno de los principales articuladores de esta fórmula. En una ponencia realizada a comienzos de año en una «escuela» del partido, sintetizó sus principales contenidos: la «nacionalización» del acervo político y cultural del PC; la opción por un socialismo democrático y un concepto de democracia «a secas» y el anticapitalismo 50.
Respecto a lo primero, la Conferencia Nacional de 1990 decidió dar pie a un proceso que culminaría en 1994: reescribir la historia partidaria. En efecto, la dirección comunista promovió el cambio de fecha de fundación de la organización del 2 de enero de 1922, al 4 de junio de 1912. En esta última fecha, Luis Emilio Recabarren había fundado en la ciudad de Iquique el Partido Obrero Socialista. Este, diez años más tarde, modificó su nombre para ser aceptado en la Internacional Comunista. Con este gesto, los comunistas buscaban ratificar su origen íntegramente nacional, independiente del estallido de la Revolución Rusa, ocurrida recién en 1917 51. Respecto al socialismo democrático y la democracia, Teitelboim exponía que esto significaba que sus planteamientos se concretarían «a través de un veredicto mayoritario». Además, señalaba el líder del PC, «yo no llamaría a la democracia a la cual aspiramos ‘democracia socialista’, porque creo que ya basta de apellidos. Por eso prefiero la redundancia ‘democracia democrática’ o ‘democracia’ a secas» 52. Por último, la perspectiva o punto de llegada del accionar comunista debía ser la sustitución del capitalismo, ante el cual la dirigencia comunista se negaba a hacer concesiones, a pesar del colapso del socialismo.
Además, dos aspectos cruciales del antiguo credo comunista entraban al debate: el concepto de «dictadura del proletariado» y el de «centralismo democrático». Respecto al primero, en enero de 1990, en sendos discursos públicos, los dos principales dirigentes de la organización, Volodia Teitelboim y Gladys Marín, habían señalado la conveniencia de abandonarlo 53. Según algunas visiones, esta definición sería tan solo «retórica», pues no iba acompañada de una concepción democrática de acceso al poder y de cambio social 54. Por el contrario, se afirma que la visión de la dirigencia comunista estaba, supuestamente, asociada a formulaciones «leninistas» de «asalto al poder», es decir, estrategias ajenas a las normas y reglas de la democracia. Sin embargo, este planteamiento no da cuenta de algunos aspectos: primero, que dicha categoría no volvió a ser empleada en el lenguaje político de los comunistas chilenos, y segundo, que otras reflexiones de ese período enfatizaban el compromiso del PC con el sistema democrático. Por ejemplo, José Cademártori, uno de los principales intelectuales orgánicos de la dirección del PC y ex ministro de Economía de Salvador Allende, adelantaba algunos de los conceptos del nuevo «Proyecto de Programa» del partido. La invitación era buscar «un nuevo camino al socialismo» en base a un guion preliminar que contenía tres títulos: los comunistas y los valores que defienden; el Chile socialista del mañana y democratización de Chile y camino al socialismo. Resaltaban, entre los titulares de cada tema, el compromiso con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Unidad Popular como vía al socialismo, conformación de una nueva mayoría nacional popular hacia la democracia, entre otras 55. Ciertamente, a nivel de la militancia de base, que había luchado a favor de Salvador Allende y contra la dictadura militar, estos eran los conceptos que daban sentido a su quehacer. Por ello, si se aceptara que estas declaraciones tenían un carácter «meramente instrumental», al mismo tiempo habría que decir que su recepción en la militancia comunista se tradujo en un quehacer práctico asociado a la democratización y reorganización de los movimientos sociales. Durante toda la década de 1990, la militancia comunista no propugnó la imposición en las organizaciones sociales de consignas tales como «dictadura del proletariado» o «destrucción del Estado burgués», «asalto al poder», «derrocamiento de la burguesía» u otras típicamente de origen leninista.
El otro aspecto polémico era la organización interna del partido, basada en la concepción del centralismo democrático. Como se sabe, esta fórmula implicaba la elección indirecta de los dirigentes nacionales y el acatamiento riguroso de las posiciones de la mayoría por parte de la minoría, evitando la conformación de corrientes de opinión organizadas al interior del partido. En la práctica, se convierte en una poderosa herramienta que asegura por largo tiempo el control del partido «desde arriba» 56. Este aspecto, como era de esperar, fue defendido celosamente por la dirección comunista y fue uno de los más criticados por la disidencia. Esta proponía una democratización interna radical de la organización, con elecciones universales de los dirigentes y posibilidad de destituirlos por decisión de las bases 57.
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