Julio Alejandro Pinto Vallejos - Luis Emilio Recabarren
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Ya desde sus primeras impresiones, fechadas en abril de 1904, los integrantes de la comisión reconocían abiertamente que “en la vida del desierto no se deja sentir con eficacia la intervención moderadora de los agentes naturales de toda cultura, a saber, la mujer, la familia, la propiedad distribuida entre muchos, la diversidad de las transacciones y de los negocios, y en suma, las satisfacciones de diverso orden que un nivel común de educación y moralidad trae consigo”. Fruto de ello, “bien se comprende que la población obrera de la Pampa sea fácilmente excitable y acepte con docilidad sugestiones de toda índole”. La alusión casi transparente a las mancomunales y a su prensa se hace explícita a través de diversos antecedentes incluidos en el informe, tales como uno elaborado por la Municipalidad de Tocopilla en que se sostiene en relación con el periódico dirigido por Recabarren que “cierta prédica que en algunos artículos se ha venido haciendo, la consideramos fuera de lugar, nociva a la sociedad misma y extemporánea”.
Haciéndose eco de la misma inquietud, Belisario Gálvez, reportero del periódico conservador santiaguino El Chileno que viajó junto a la comisión consultiva, señalaba que “ El Trabajo de Tocopilla usa un lenguaje de fuego y vapulea a las autoridades que da miedo”. Y agregaba: “Predica sin rebozo contra las instituciones, el militarismo, las creencias, etc.”. Pero matizaba a continuación: “Debemos advertir que la situación de la autoridad y los obreros en este puerto, es también de una tirantez lamentable. Es posible pues que la exacerbación del órgano de los trabajadores, sea hija de esta situación excepcional y que convendría cesara cuanto antes”.
Profundizando en su análisis, y revelando bastante más sensibilidad respecto a la manera de evaluar y abordar los conflictos sociales, Gálvez se preguntaba si podía acusarse a las mancomunales de responder meramente a la acción de “agitadores de oficio”, como lo aseveraban casi invariablemente los empresarios salitreros y no pocos personeros de gobierno. Sin pronunciarse taxativamente al respecto, llamaba sin embargo la atención hacia la existencia de quejas concretas y atendibles entre los trabajadores, y dejaba entrever que el solo hecho de hacerse portavoces de dichas reclamaciones y darles un giro “a veces violento” no hacía de los diaristas obreros necesariamente agitadores de oficio. Opinaba también que “la Mancomunal es una asociación poderosa, porque encierra a todos los gremios de trabajadores, y se extiende de un extremo a otro del país”, y podía por tanto ser un elemento relevante en la solución de los conflictos laborales, “desde que representan los intereses de una de las partes”. “Pero en todas partes”, se lamentaba, “se persigue a los mancomunados, y esto los exaspera”, como lo demostraba palmariamente la situación de Tocopilla. En conclusión, y sin perjuicio de sugerir a sus miembros “mayor moderación en el lenguaje y más paz y tranquilidad en sus ideas”, recomendaba a las autoridades suspender su campaña de hostigamiento: “Un cambio de política, a nuestro juicio, daría buenos resultados, restablecería la armonía entre los obreros y las autoridades y facilitaría la solución de los conflictos” 57.
En medio de todo esto, y escribiendo desde su calabozo, Recabarren se congratulaba del efecto provocado por “la campaña cruda y sin vacilaciones emprendida por la Mancomunal de Tocopilla, con su periódico El Trabajo a la cabeza”. Era esa campaña, aseveraba, la que había “sacudido del letargo a los empedernidos gobernantes de Chile” y “hecho tronar conmovida a toda la prensa mercenaria, ponderando nuestra actitud amenazadora” 58. Sin embargo, no cifraba demasiadas expectativas en la visita de la comisión oficial, para la cual “la situación del obrero es excelente y solo hay una que otra aspereza en las relaciones del obrero y el patrón, muy fácil de subsanar”. “Los señores aristócratas”, añadía, “visitaron las administraciones relumbrantes y oyeron solo la voz de los patrones y la de los infelices trabajadores llevados aleccionados por los mismos patrones. Escucharon las falsedades con que negaban su acción y si algunos trabajadores tuvieron la audacia de llegar hasta la comisión a exponer la verdad de sus dolencias y malestar, los patrones lo clasificaban del número de los agitadores que exageraban la real situación”. Conclusión: “Expulsando a los agitadores que hay en la zona del norte, los capitalistas podrán entenderse amigablemente con sus obreros”.
Muy diferente, continuaba Recabarren, era la impresión recogida por una delegación independiente enviada a la región salitrera por el Partido Demócrata, en paralelo a la comisión oficial, integrada por los diputados de esa agrupación Malaquías Concha y Artemio Gutiérrez. Según afirmaba, la iniciativa de hacer una visita oficial a la zona había emanado originalmente de esa representación partidaria en el Congreso, pero el gobierno de Germán Riesco la había recibido con oídos sordos. Pese a ello, el clamor obrero lo había obligado a recapacitar, enviando su comisión “para calmar la efervescencia popular”, por supuesto sin ningún integrante demócrata. En tal virtud, Concha y Gutiérrez, “conocedores de los sufrimientos del pueblo y del criterio con que juzgan los ricos la situación del pobre”, habían viajado por cuenta propia, “para ver por sí mismos lo que iba a ver la comisión del gobierno, y apreciar la situación con el debido mérito”. Tan elogiable iniciativa, dicho sea de paso, coincidió con una breve reunificación del Partido Demócrata acordada en abril de 1904, alimentada según Sergio Grez por el recrudecimiento que durante los últimos meses había cobrado la cuestión social, reflejado entre otras cosas por la propia prisión de Recabarren 59. Así se explica la buena disposición con que el encarcelado militante comentaba las acciones de unos correligionarios a los que no mucho tiempo antes había sindicado como “traidores”.
En ese contexto, Recabarren aplaudió sin reservas el reconocimiento por parte de los diputados demócratas de que en las salitreras se vivía “la esclavitud más odiosa, condenados a morir, como deportados del trabajo en esta Siberia Caliente como gráficamente lo expresó don Malaquías Concha”. A diferencia de los “aristócratas” de la comisión consultiva, “los demócratas estuvieron en la humilde choza del trabajador, le arrancaron de su corazón los dolores y sufrimientos que sus labios no eran capaces de expresar, estuvieron entre las diversas faenas, las palparon y apreciaron sus condiciones”. De esa forma, al reanudar sus sesiones el Poder Legislativo, iba a poder confrontarse la opinión de unos y de otros: “El país oirá a ambas comisiones y será el juez inexorable”. La “gran cruzada” iniciada desde la Mancomunal de Tocopilla, concluía orgullosamente, había tenido repercusiones más allá de lo imaginable, haciendo a la postre provechoso el alto costo de las “implacables persecuciones”. “Estamos, entonces, satisfechos de nuestra obra. Nuestra agitación trajo acá esas comisiones”. Y si ni siquiera esto lograba producir resultados benéficos para el trabajador, “estudiaremos otra táctica y daremos otra campaña con carácter decisivo”. Porque el pueblo, advertía a “los señores burgueses”, es como la pólvora: “Le habéis visto tranquilo en sus faenas, pero en el corazón lleva un fulminante. La pólvora sin fuego no arde, ni amenaza. Estalla de improviso” 60.
La ya comentada reunificación del Partido Demócrata en su Convención de 3 de abril de 1904, la que puso transitorio fin a tres años de división, parece haber inducido a la agrupación de Tocopilla a iniciar la publicación del periódico El Proletario, que más adelante también quedaría bajo la administración de Recabarren. En su primer número, el encarcelado diarista obrero se hacía presente a través de una carta, fechada desafiantemente el 1º de mayo, en que agradecía al gobernador departamental por los sesenta días que llevaba privado de libertad, cuarenta de ellos en calidad de incomunicado. “De los pesares y alegrías que he experimentado aquí”, afirmaba, “he sacado un innegable provecho. Con ellos he fundido una coraza para mi corazón y cerebro que constituye un baluarte inexpugnable a los futuros ataques”. “Corazones que sufren con los martirios de una prisión”, continuaba, “saldrán templados para seguir con más ardor la lucha por la reivindicación de los derechos del pueblo, que constituirá una era de paz, de amor infinito y justicia eterna”. Lo que lo llevaba a concluir que, gracias al injusto castigo, “mis ideas se sienten hoy más arraigadas y profundas” 61.
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