Julio Alejandro Pinto Vallejos - Luis Emilio Recabarren
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Quince días después, el ministro del Interior Arturo Besa, casualmente propietario de establecimientos mineros amagados días antes por disturbios obreros, telegrafiaba al intendente de Antofagasta ordenando abrir un sumario criminal contra El Trabajo por “publicar artículos amenazantes [contra las] autoridades, procurando inspirar odio al gobierno y subvertir el orden público”. Casi al mismo tiempo, un oficial de ejército a cargo de un destacamento militar acantonado en Tocopilla denunciaba al periódico mancomunal ante el gobernador departamental por inducir a sus subordinados a la deserción y la sedición. En reiterados artículos, acusaba, se hacía aparecer “odiosa y ruin la vida militar”, comparando ese régimen y su disciplina “con la vida y la exactitud de la mula que acude al son del cencerro”. En otra parte se afirmaba que al cumplir la ley de servicio militar obligatorio, los trabajadores cometían un crimen contra sus propias familias, razón por la cual debían “abandonar ese infame servicio”. Tal vez esos llamados no lo hubiesen alarmado tanto, aclaraba, si no hubiese visto circular clandestinamente entre la tropa bajo su mando ejemplares de El Trabajo, dando lugar a “conversaciones o especies que pueden originar trascendencias o dar mal ejemplo a la subordinación y disciplina”. De hecho, ya se había producido al menos un caso de deserción, en la persona del excabo 1º del Regimiento Arica, Benjamín Rodríguez, quien había cultivado amistades “entre los mismos que escriben” 51.
Impulsado por ese vendaval de denuncias, el 15 de enero de 1904 el promotor fiscal de Tocopilla encausó al directorio en pleno de la Mancomunal, y a Recabarren como director del periódico, por los delitos de subversión y amenazas, lo que derivó en veinte días de prisión para todos los acusados. Liberados por disposición de un ministro de la Corte de Apelaciones de Tacna, quien estimó (en un arranque intransigentemente liberal) que un delito de opinión no podía dar lugar a un juicio criminal, Recabarren retomó sus labores con mayores bríos: “Si hasta antes de mi prisión he guardado contemplaciones para las autoridades inescrupulosas y que dilapidan el tesoro público, desde hoy cumpliré con mi deber más estrictamente, a fin de que comprendan que los hombres que tenemos conciencia no sabemos vacilar ni doblegarnos ante la persecución tirana y brutal”. Mientras la libertad de prensa lo amparase, desafiaba, “mi pluma continuará destilando hiel porque soy un revolucionario que anhelo ver pronto una sociedad nueva, más humana, más justiciera que la actual” 52.
Incansable, por esos mismos días participó (o tal vez promovió) una iniciativa de la Mancomunal de arrendar un terreno en plena pampa para levantar un local que, aparte de albergar las ya habituales actividades societarias (“teatro, salas de lectura, de diversión, diversas escuelas, salas de hospital, secretarías gremiales, y todo lo que constituya medios de progreso y de cultura para el trabajador alcanzados por el mismo trabajador”), permitiera instalar un almacén cooperativo donde los obreros de las salitreras pudiesen burlar el monopolio de las pulperías, adquiriendo mercaderías a precios más baratos. Este proyecto, que Recabarren auspiciaría posteriormente una y otra vez en las organizaciones en que le cupo actuar, se inspiraba seguramente en experiencias ya materializadas por el socialismo europeo a través de “Casas del Pueblo” que cumplían las mismas funciones recién enumeradas, de las que seguramente se había informado a través de sus lecturas. Lejos de apreciar las bondades de la iniciativa, el gobernador de Tocopilla, embarcado en una política de abierto hostigamiento a la Mancomunal, impidió la ocupación de los terrenos arrendados, pero a la postre las obras de construcción se iniciaron de todas formas. Para el 1º de mayo ya podía anunciarse triunfalmente la inauguración del local 53.
Por esos mismos días se abrió un nuevo juicio en contra de la Mancomunal, esta vez por una demanda de liquidación de la sociedad iniciada por un antiguo socio, según Recabarren “vendido al oro de los burgueses”. El juez a cargo de la causa, el mismo que había ordenado la prisión del directorio tan solo semanas antes, dispuso ahora el embargo de la imprenta de El Trabajo, lo que dio lugar a un enfrentamiento entre la policía y un grupo de mancomunados que terminó con al menos tres heridos y varios detenidos, entre ellos nuevamente Recabarren. Liberado a los tres días bajo fianza, la lectura de unas cartas incautadas durante el allanamiento dio a las autoridades pretexto para someterlo a una nueva acusación criminal, esta vez por “propalar ideas que tienden al anarquismo en su forma más violenta”. En lenguaje más técnico, se le acusó por “subversión del orden público y amenazas”, y en referencia específica a los disturbios acontecidos en la defensa de El Trabajo, por “atentado a la autoridad”. A diferencia de las oportunidades anteriores, Recabarren ahora permanecería siete largos meses en prisión 54.
Sustraído del fragor de la militancia cotidiana, el encarcelado periodista obrero consagró sus meses de forzado inmovilismo a reflexionar y escribir sobre diversos temas vinculados a la coyuntura política y social, tales como las proyecciones del movimiento mancomunal, la condición obrera, el significado del socialismo y la necesidad de unir a todos los trabajadores por encima de diferencias doctrinarias. Como su propio periódico había sido clausurado, estos escritos fueron difundidos a través de otros medios mancomunales u obreros de la zona, tales como El Marítimo de Antofagasta o La Voz del Obrero de Taltal. En el primero, por ejemplo, desarrolló un detenido diagnóstico sobre la medida represiva que lo afectaba, atribuyéndola a una campaña sistemática contra las Mancomunales que solo demostraba el temor que dichas organizaciones comenzaban a despertar entre las clases dirigentes.
“Día por día”, comentaba en referencia a la fundación de nuevas mancomunales a lo largo del país, “se organizan nuevos gremios, nuevas secciones, son reclutas que llegan a tomar las armas del derecho para la conquista de la justicia”. “Las clases proletarias”, proseguía, “no luchan hoy por utopías o por ideales imposibles, como pretenden sostenerlo los burgueses que en su egoísmo corrompido niegan al pobre la justicia que reclama”. Por el contrario, lo que inducía esa lucha eran objetivos tan concretos y naturales como más y mejor alimentación, habitaciones higiénicas y decentes, salarios suficientes para las necesidades del hogar, descanso suficiente “para no suicidarse paulatinamente”, educación, ciencia, luz, honradez y dignidad para aspirar a una felicidad común. Y concluía: “Por imponer esto batallaremos, derramaremos sangre, rendiremos la vida, si la ignorancia, si la torpeza, si el egoísmo de los satisfechos se opone por la fuerza bruta, único baluarte tras donde se defienden, ya que la razón nunca les acompaña” 55.
Como dándoles la razón a tales denuncias, coincidió con el encarcelamiento de Recabarren la visita a las regiones salitreras de una comisión consultiva gubernamental motivada precisamente por la agitación vivida durante los meses anteriores. Esta comisión, presidida por el ministro del Interior del presidente Germán Riesco, Rafael Errázuriz Urmeneta, se estableció por decreto supremo de 12 de febrero de 1904, entre cuyos considerandos figuraba explícitamente el interés del Gobierno por “conocer de cerca las condiciones generales en que se desarrollan en las regiones salitreras la vida del trabajo, la del capital y sus relaciones recíprocas”. Tras un recorrido de varias semanas por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, visitando oficinas salitreras y entrevistándose con autoridades locales, empresarios y trabajadores, los comisionados elaboraron un informe que, junto con sus voluminosos anexos, se ha convertido en una de las fuentes más citadas en los estudios de la sociedad pampina al despuntar el siglo xx. Tras un cuarto de siglo de explotación salitrera, el Estado de Chile finalmente documentaba una preocupación por los problemas sociales que venían desarrollándose bajo el alero de esa poderosa industria 56.
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