Julio Alejandro Pinto Vallejos - Luis Emilio Recabarren
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Esta primera tentativa de describir la utopía comunista se plasmó también por esos mismos días en dos artículos publicados en el periódico penquista El Eco Obrero, bajo el título “La vida en común”. “Yo considero”, señalaba allí Recabarren, “que un pueblo sin gobierno, sin leyes, sin soldados, sin frailes, sin patrones, sin dinero, sería mucho, pero mucho más feliz que lo que hoy pueden suponer los que poseen dinero”. Al tener todas las personas aseguradas sus necesidades básicas, añadía, desaparecerían todos los vicios y males sociales, y las energías humanas podrían consagrarse íntegramente a realizar cosas útiles, cultivar las artes y las ciencias, disfrutar de las bondades de la naturaleza y a la vez aportar al progreso humano. Era solo el egoísmo, “el egoísmo desgraciado de los ricos”, el que por el momento obstaculizaba el avance hacia esa “vida feliz que soñamos” 73.
Marcando una suerte de contrapunto frente a esta digresión utópica, y casi como un desmentido a los cargos de falta de preparación ideológica que pocas semanas antes le prodigase Escobar y Carvallo, aparecía durante esta misma coyuntura en La Claridad del Día de La Unión su célebre escrito sobre la cuestión social. Esta condición, cuya existencia en Chile muchos todavía negaban, era a su juicio indesmentible, y respondía aquí como en todas partes a esa “miseria que se revuelca y se conmueve airada en el fango de sus desgracias a la vista de la abundancia acaparada”. Pero la cuestión social, agregaba, no era solo “cuestión de estómago”, y por tanto no podía resolverse con meros avances materiales, tales como mejores salarios, jornadas laborales más cortas, alimentación más barata o habitaciones más higiénicas. Sin negar la conveniencia de estos últimos, en tanto aportaban a una mejor calidad de vida popular, lo que verdaderamente originaba la cuestión social era la desigualdad y la injusticia, y en tanto estas subsistieran no cesaría ese estado de “constante intranquilidad que aminora los goces superficiales de que puedan gozar los acomodados”. En su opinión, y haciendo un nexo con sus reflexiones utópicas esbozadas más arriba, la única solución efectiva y duradera consistía en “el cambio completo del régimen social por medio de la abolición del dinero, del gobierno, leyes y demás cadenas que aprisionan las libertades individuales”. En ese contexto, las actuales agitaciones “buscando mejoras de salarios, disminución de horas, buenas comodidades”, eran solo una etapa inicial en el camino hacia “un estado social libre que trabaje por la perfección de la humanidad para alcanzar la parte que como átomo de la humanidad le corresponde” 74.
En un plano más práctico, su liberación significó para Recabarren volver a ocuparse personalmente de la edición de El Trabajo, suspendida como se dijo durante los meses de cárcel, y también del nuevo periódico demócrata El Proletario, todo lo cual reforzaba su creciente reputación como periodista obrero. “Se nos secuestró una imprenta para enmudecer la voz de un periódico”, comentaba irónicamente, “y como consecuencia de esta maldad, hoy son dos las voces periódicas que defienden los fueros de la clase obrera en Tocopilla, propagando sus sanos ideales para instruir a los que aún ignoran la verdad” 75. Aparece también el 19 de noviembre convocando a un desfile para celebrar el 17º aniversario del Partido Demócrata y algunas semanas después figura como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, al parecer por el traslado de Gregorio Trincado a trabajar en las borateras de Santa Rosa, al interior de la provincia. A un año de su llegada a la localidad, alcanzaba así el cargo máximo en su tan admirada organización 76.
El año 1905 sorprende a Recabarren haciendo un recorrido de varias semanas por las oficinas salitreras del cantón El Toco, testimoniando “la impresión penosa que el alma de un socialista recibe al apreciar de cerca lo que ocurre en las pampas, verdaderas fuentes de oro donde el esfuerzo único del operario eleva fortunas inmensas que aprovechan los malagradecidos patrones y autoridades”. Aunque la gran mayoría de sus visitas debió verificarse a escondidas, ante la previsible oposición empresarial, igualmente pudo reunir testimonios suficientes para denunciar las malas condiciones de trabajo y de vida que allí imperaban –con contadas y honrosas excepciones como la oficina Iberia, cuyos dueños Lacalle y Cía. fueron públicamente reconocidos en uno de los artículos de la serie–. Particular preocupación le causó la persecución concertada contra los socios de la Mancomunal, quienes “sufren ante una tiranía que les priva de manifestar libremente sus ideas y pensamiento que a nadie perjudican”. Ya al cierre de su recorrido, y junto con dar cuenta del ensañamiento de las autoridades contra una cruz que señalaba el lugar donde meses antes había sido asesinado un huelguista, expresaba sus votos “por que los patrones y las autoridades abandonaran la ingrata misión de expoliar y explotar tanto a los que les aumentan sus riquezas” 77.
De regreso en Tocopilla, Recabarren anunció la aparición del folleto antes mencionado Proceso oficial contra la Mancomunal de Tocopilla, el primero de los muchos que publicaría en formato mayor, y que fueron estructurando de manera más elaborada que los escritos periodísticos su pensamiento político y social. Como él mismo dijera al recomendar la adquisición de dicho texto, su propósito fundamental era tanto relatar ordenadamente los hechos de que había sido víctima como “hacer propaganda en pro de nuestra causa, porque en ella se sostiene tanto el derecho de asociación, como la libertad de pensamiento expresado por la prensa, cosas que se atropellaron esta vez por la llamada justicia, incluso las ilustrísimas cortes y el gobierno mismo”. Se imprimieron diez mil ejemplares para distribuir por todo el país, y se destinó el 25% de su recaudación a beneficio de la recién creada Mancomunal de Valdivia (“para que adquiera una imprenta”), en tanto que el 75% restante quedaba “para editar otras obras de propaganda obrera” 78.
Como ocurriría tantas veces a lo largo de su carrera, y como lo reconocerían todos los que tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado, Recabarren destinaba así a la promoción de “la Causa” los pocos dineros que arrojaba la venta de sus escritos, reservando para su propio sustento, que los mismos testigos coinciden en calificar de extremadamente frugal, solo lo que le deparaba su sueldo como periodista obrero, precariamente solventado por las entidades que editaban dicha prensa. Haciendo alusión a una experiencia muy posterior, el dirigente comunista Salvador Ocampo señalaba que los periódicos dirigidos por Recabarren frecuentemente carecían de dinero para pagar los sueldos, pero que “comida no faltaba, porque teníamos amigos que nos mandaban azúcar, que nos mandaban porotos, que nos mandaban arroz. ¡Carne, a veces, cuando nos daban los carniceros!” 79. Pese a ello, su condición de asalariado de las organizaciones obreras frecuentemente sirvió a sus detractores para sindicar a Recabarren como un “zángano” que vivía a costa del esfuerzo de sus propios compañeros de clase.
Al cumplirse un año desde la incautación de la imprenta de El Trabajo, cuyos enseres por cierto aún no les eran devueltos, Recabarren hacía un balance triunfalista del movimiento mancomunal representado por ese órgano, el que pese a todas las persecuciones sufridas seguía de pie y luchando: “Nuestro triunfo moral y material hasta hoy es indiscutible, y la frente altiva de los mancomunales se levanta en todas partes señalando la derrota, la debacle de la sociedad burguesa, pigmea y enclenque” 80. Poco tiempo después, y firmando nuevamente como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, hacía un llamado a sus compañeros de trabajo a unirse a las filas de esta organización, única capaz de “salvarnos de la pobreza y de los abusos de patrones y autoridades”. Las dieciséis secciones ya fundadas entre Iquique y Valdivia, con sus once periódicos mancomunales y una militancia autoatribuida de unos diez mil asociados, eran testimonio vivo de los beneficios que aportaba este baluarte de la unión obrera, “verdadera Sociedad de Seguros sobre la vida del trabajador”. “La unión hace la fuerza”, concluía, “y la fuerza hace el respeto” 81.
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