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Manuel Salazar Salvo: Las letras del horror. Tomo II: La CNI

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Manuel Salazar Salvo Las letras del horror. Tomo II: La CNI

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Central Nacional de Informaciones, CNI, surge luego de disuelta la DINA. Lejos de terminar con el terror, «profesionalizó» a sus miembros y métodos para realizar sus exterminios programados.

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Los hechos transcurrieron de un modo diferente a lo informado por la CNI. Cerca de las 20:30 horas de ese día llegó hasta el vecindario una veintena de vehículos que cubrió todo el barrio. De ellos descendió un numeroso grupo de civiles fuertemente armados. Allanaron la vivienda ubicada en la Calle Barcelona número 2425 y la contigua a esta. Entraron disparando pero no había nadie. Luego ordenaron a todos los vecinos que fueran a sus casas. A pocos minutos de la medianoche llegó Augusto Carmona caminando, se paró frente al umbral de su casa y extrajo las llaves para abrir la puerta. En ese momento le dispararon desde dentro de la vivienda dos o tres veces y el periodista cayó al suelo. Los agentes abandonaron rápidamente al lugar.

Los agentes de la CNI habían dado con Augusto Carmona gracias a una información que les fue proporcionada por una detenida.

Cuando lo mataron, intentaba asilar a un colega, también del partido. Aquel mirista había abierto poco antes algunos flancos por donde la CNI pudo finalmente detectar y golpear la red que trabajaba con Carmona.

Frente a la detención y desaparición de compañeros, agudizadas en 1975 y 76, “El Pelao” inició de inmediato una campaña de denuncias al extranjero. Escribía hasta altas horas de la noche, mientras su mujer, la periodista Lucía Sepúlveda, trataba de aislar las paredes para evitar que los vecinos escucharan su Olivetti portátil. Cuando se realizó la reunión de Cancilleres de la OEA, Carmona organizó la campaña para denunciar la situación de los desaparecidos 9.

1.5. El verano caliente de 1978

Los diarios de Santiago, todos proclives a la dictadura, acogían en sus páginas, sin confirmación alguna, los comunicados que les entregaban los servicios de seguridad. Así, cuando en enero de 1978 la CNI comenzó a buscar intensamente a Hernán Aguiló Martínez, máximo dirigente del MIR en Chile, los periódicos publicaron fotografías suyas y entregaron los datos proporcionados por los agentes. Según estos, Aguiló tenía 31 años, era ingeniero de Ejecución, 1,78 de estatura, pelo rubio, ojos claros. Había sido presidente del sindicato del diario Clarín y del Provincial Santiago de la CUT. En 1973 pasó a integrar el Regional Santiago del MIR como encargado de trabajos sindicales y en 1974 llegó al comité central, en calidad de suplente de la comisión política. Ese mismo año quedó a cargo de Organización. El vespertino La Segunda , dirigido entonces por el abogado Hermógenes Pérez de Arce, agregó:

En 1975 Aguiló estuvo a cargo de los vínculos internacionales de la organización recibiendo remesas de dinero de Argentina, de las que se apropió. En el mes de octubre de 1975, cuando se asilaron los líderes máximos, pasó a ser secretario general del MIR. Era casado con Margarita Marchi Badilla, pero luego convivió con Pilar Achurra Rodríguez. Usa los nombres de “Nancho”, “Roberto” y “Aldo”. También emplea la identidad falsa de Carlos Pedro Guirardi Giordano. En 1976 huyó por minutos de un allanamiento en calle Venecia 1722 10.

En la mañana del 17 de enero dos microbuses con carabineros y agentes de la CNI llegaron a un departamento situado en el tercer piso del edificio signado con el número 010 en la calle Pablo Goyeneche Iver, en La Cisterna, a la altura del paradero 24 de la Gran Avenida, en Santiago. Lanzaron gases lacrimógenos y empezaron a disparar. En su interior el ingeniero mirista Gabriel Octavio Riveros Rabelo, 28 años, soltero, ingeniero en Ejecución Mecánica, repelió el asedio por casi media hora, pero finalmente lo mataron de un balazo en la cabeza.

En el lugar fueron detenidas la pareja de Riveros, Sara Eliana Palma Donoso, y la madre de esta, Sofía Donoso Quevedo, y llevadas a Villa Grimaldi, donde fueron torturadas durante varios días. Luego fueron trasladadas a la Cárcel de Mujeres y de allí expulsadas del país.

Gabriel Riveros formaba parte del apoyo logístico de Germán Cortés y de Haydée Palma Donoso y en su departamento esporádicamente se reunía la dirección del MIR.

El día que mataron a Riveros, Hernán Aguiló se dirigía hacia el lugar en un taxi para intentar retomar contacto con Cortés, quien no había llegado a algunos puntos de encuentro en los días previos.

Dos días más tarde la CNI informó que a las 0:20 del miércoles 18 de enero agentes de seguridad ultimaron al exseminarista Germán de Jesús Cortés Rodríguez (“Cura Luis”, “Jerónimo”, “Bascur” o “Atrala”), 29 años, miembro del Comité Central del MIR. La versión oficial sostuvo que Cortés era jefe del aparato militar y que tras ser detenido se le llevó a su casa, donde extrajo una pistola oculta bajo una cama y disparó a los funcionarios de seguridad, quienes, al repeler el ataque, le ocasionaron la muerte.

La verdad, sin embargo, era muy distinta. Germán Cortés fue detenido el 16 de enero y conducido a Villa Grimaldi. Tras ser intensamente torturado se le trasladó a su domicilio en calle Estados Unidos N°9192, en La Florida, para luego sacarlo y ejecutarlo fríamente. Una persona que estuvo cautiva junto con él relató que unos días después de su aprehensión fue conducida a la casa de Germán Cortés, a quien llevaban en otro automóvil. Al llegar a ese lugar pudo apreciar cómo lo sacaron arrastrando y con la cabeza caída, ya que se encontraba en muy mal estado debido a las torturas recibidas. Un instante después escuchó los balazos y la voz de uno de los guardias dando cuenta por un transmisor de que Cortés ya estaba muerto.

Años después, Sofía Donoso Quevedo entregaría su testimonio sobre lo vivido en aquellos días:

El día 16 de enero de 1978 llegaron a la casa donde vivía mi hija Haydée, a eso de las 14 horas. La golpearon en la cara, le botaron los lentes y casi aturdida la llevaron a Villa Grimaldi junto a otras personas. Después, como a las 4 de la tarde llegaron a mi casa, donde yo vivía con mi hija Eliana y su compañero Gabriel Rivero Rabelo, quien trabajaba en la Embotelladora Andina. Venían armados con metralleta, entraron violentamente golpeando a mi hija, quien se defendía con mordiscos y patadas. En ese momento no me daba bien cuenta de lo que pasaba, porque todo era una confusión; donde sentían un ruido ametrallaban… comencé a gritar desde el baño qué era lo que pasaba. Yo me libré solamente en un rincón… todo lo demás quedó hecho pedazos con la metralleta. Hasta que uno de los hombres me hizo salir con las manos en alto –de mi hija Eliana no supe dónde se la habían llevado– y me condujeron por toda la casa que estaba completamente destrozada. Me preguntaron acerca de quién era esa persona que estaba ahí (por el compañero de mi hija); ellos dijeron que era un extremista y continuaron disparando hacia las piezas donde él se encontraba. Luego pidieron refuerzos a Carabineros, quienes empezaron a tirar bombas lacrimógenas, las que le produjeron asfixia a mi yerno. Este se acostó en su cama y ahí un carabinero le dio el golpe de gracia con un disparo en la cabeza. Ellos querían que yo fuera donde mi yerno para matarme también y así no quedara ningún rastro. Yo verdaderamente no lloré, tenía rabia en ese momento y me encontraba impotente al no poder hacer nada.

Me subieron a un auto con carabineros y militares a cada lado, armados. No dejé de hablar y saqué mi mano fuera del vidrio, grité que nos llevaban detenidos, que no teníamos armas y esto que hacían era un atropello a personas que no tenían nada que ver con lo que ellos buscaban. En ese momento no sabía que habían tomado a mi hija Haydée.

Cuando llegué a la Villa Grimaldi lo hice con mi hija Eliana, a quien la sacaron primero; a mí me dejaron con la vista vendada, con la cabeza agachada afirmada en el auto. Sentía de lejos los gritos de mi hija. Sería esto como a las nueve de la noche. Momentos después, cuando aún estaba con la cabeza agachada comenzaron a pasar unos hombres y cada uno de ellos me golpeaba en la espalda, en la cara, en la boca, hiriéndome en un ojo y botándome un diente. Después de esto me llevaron a otro lugar custodiada por un militar al que yo le enrostré lo que hacían.

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