Manuel Salazar Salvo - Las letras del horror. Tomo II - La CNI
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Por esos días se efectuaba el Curso Básico en la Escuela de Inteligencia de Nos, donde el jefe del Departamento de Servicio Secreto del Cuerpo de Inteligencia del Ejército, CIE, el teniente Julio Corbalán Castilla, asistido por el sacerdote español Felipe Gutiérrez, exhibía a sus alumnos un video ilustrativo sobre la estructura de la Iglesia Católica chilena. El entonces teniente del Servicio Religioso del Ejército, Felipe Gutiérrez, al culminar su curso básico de Inteligencia, escribió la correspondiente memoria de requisito sobre el tema “Aspectos Éticos de la Inteligencia Militar”. En los días y semanas siguientes le ayudaría al teniente Corbalán a penetrar algunos de los más delicados archivos del Arzobispado de Santiago.
Subrepticiamente, la DINA intentaba en aquellos meses cazar a los integrantes de la nueva dirección del Partido Socialista. El 2 de mayo fue capturado Jaime Troncoso Valdés, 27 años, apodado “Iron”, miembro suplente de la Comisión Política clandestina del PS. Una docena de agentes lo atraparon en la esquina de las calles Diez de Julio con Arturo Prat cuando intentaba establecer contacto con uno de sus enlaces en el partido. Troncoso caminaba apoyado por muletas desde que una poliomielitis fulminante lo dejara inválido cuando apenas tenía un año de edad. Acosado por los agentes, solo alcanzó a lanzar al aire sus muletas y gritar desesperadamente su nombre por si alguien lo escuchaba y daba cuenta de su captura.
Varios sujetos lo levantaron del suelo y lo introdujeron a un vehículo de color plateado, sin placa, que enfiló hacia el poniente. Lo apretaron en el piso del automóvil y le pusieron una capucha. Intentó protestar, pero lo callaron metiéndole el cañón de una pistola en la boca.
Media hora más tarde sintió la vibración del vehículo sobre un suelo empedrado y los cerrojos de un portón que se abría. Era el cuartel secreto de calle Borgoño, muy cerca del río Mapocho, al norte del centro de la ciudad. Lo arrastraron hasta una sala subterránea donde le quitaron la capucha y le vendaron los ojos. En ese breve instante se percató de que estaba en una habitación amarillenta y sucia, habilitada como recinto de primeros auxilios, con una camilla, un armario blanco, un mesón con instrumental de cirugía, jeringas y apósitos, y unos frascos con lo que parecía eran órganos humanos.
Mientras el terror lo invadía, lo esposaron a una silla y empezaron a golpearlo. Luego lo trasladaron a otra pieza, lo dejaron en el suelo y le pusieron electrodos en diversas partes del cuerpo. Una magneto rudimentaria empezó a girar y sintió las descargas eléctricas en la boca, en los genitales y en el aparato ortopédico de su pierna derecha. Perdió la noción del tiempo hasta que lo dejaron tranquilo. Pudo escuchar el movimiento de mucha gente, la emisión de una radio que transmitía música de moda e incluso a un agente prometerle por teléfono a una hija que le llevaría chocolates en la noche.
En las ocho jornadas siguientes Jaime Troncoso fue torturado tres veces al día en sesiones que se prolongaban por más de una hora. Pudo oler el hálito alcohólico de sus interrogadores y el aroma a colonia Flaño en algunos. Al noveno día, ya exánime, lo trasladaron a una habitación más pequeña y a través de los bordes de la venda vio un sillón de dentista empotrado en el suelo y un lavatorio. Cada cierto tiempo sus captores lo tomaban en vilo y lo arrojaban por unas escaleras. Un día lo envolvieron en una frazada y lo metieron a una camioneta donde lo trasladaron a Villa Grimaldi. Allí estuvo dos días encerrado en una jaula de concreto de un metro por lado hasta que lo devolvieron a Borgoño.
Durante una nueva sesión de tortura, al recuperarse de un desmayo, se encontró rodeado por varios médicos que lo examinaban y le ponían una máscara de oxígeno. La pesadilla parecía interminable, hasta que el 23 de mayo, tres semanas y un día después de su arresto, lo subieron a un vehículo y lo condujeron hacia un destino indefinido. Pensó lo peor, pero de pronto se detuvieron, lo bajaron y los agentes le dijeron que no se sacara la venda de los ojos hasta que ellos estuvieran lejos. Esperó un par de minutos y al descubrirse la vista, se encontró en un sitio baldío. A lo lejos divisó las luces del Estadio Nacional.
Jaime Troncoso permaneció ocho meses oculto en un convento de monjas en Puente Alto hasta que tras varios intentos fallidos logró abandonar el país rumbo a Suecia.
Su enlace en el PS, el estudiante Vicente Israel García Ramírez, con quien debía reunirse el día de su detención, había caído tres días antes en manos de la DINA junto a su esposa y varios familiares. García extravió una correspondencia que Troncoso le había pedido que enviara a miembros de la dirección del PS en el exterior, pero un descuido hizo que esos mensajes fueran sustraídos por colaboradores del servicio de seguridad, quienes aparentemente estaban infiltrados entre sus conocidos. La cónyuge y los parientes de García recuperaron la libertad; el estudiante socialista, en tanto, permanece desaparecido hasta hoy 3.
El 18 de junio de 1977, luego de tres años en prisión sin que se formularan acusaciones formales en su contra, el exsenador comunista Jorge Montes fue canjeado por 13 presos de la República Democrática Alemana, RDA, tras lo cual la dictadura declaró que “no quedaba en Chile ningún detenido en virtud de la ley de Estado de Sitio”. Ese mismo mes un grupo de familiares de detenidos desaparecidos inició una huelga de hambre en la Cepal pidiendo saber el paradero de sus parientes.
1.2. Antorchas nocturnas en el cerro Chacarillas
Desde 1975 los gremialistas controlaron la Secretaría Nacional de la Juventud y eligieron el 9 de julio para recordar a los 77 jóvenes muertos en el combate de La Concepción durante la Guerra del Pacífico. Ahora, en 1977, cuando Jaime Guzmán Errázuriz por fin había convencido al general Pinochet para que fijara un calendario de normalización institucional, otros 77 jóvenes serían condecorados en el torreón de Chacarillas, una de las cumbres del cerro San Cristóbal 4 .La ceremonia sellaría el compromiso entre Pinochet y sus generales más cercanos con los gremialistas y los Chicago boys para instaurar el modelo neoliberal de desarrollo político y económico.
El arquitecto italiano Vittorio Di Girólamo asumió la producción, ayudado por Enrique Campos Menéndez, asesor cultural de la Junta Militar desde el golpe, recompensado más tarde con el Premio Nacional de Literatura en 1986 y nombrado embajador de Chile en España.
El Frente Juvenil de Unidad Nacional, brazo político de la Secretaría Nacional de la Juventud, a cargo del ingeniero agrónomo Ignacio Astete, se hizo cargo de movilizar a los jóvenes hacia el cerro. El movimiento estaba inspirado en la organización juvenil del régimen franquista, el Frente de Juventudes de la Falange Española.
A los casi mil jóvenes que asistieron se les entregaron dos antorchas a cada uno. Las llamas representaban “la instauración de una democracia autoritaria, protegida, tecnificada y de auténtica participación social”, el sueño de Guzmán. Los símbolos de aquella noche fueron elocuentes: el fuego en manos de los jóvenes que miraban el cielo, los compromisos que los presentes debieron corear en voz alta, el general Pinochet enfundado en una capa gris que lo cubría entero, gran presencia de militares y marchas castrenses como sonido de fondo. La nostalgia del nazismo y del fascismo se palpaba en el aire.
El abogado Javier Leturia, y los veinteañeros Luis Cordero y Juan Antonio Coloma colaboraron para que el plan de Jaime Guzmán resultara perfecto. En primera fila se ubicaron Sergio Fernández, Gonzalo Vial, José Piñera y Jovino Novoa, todos los cuales pocos meses más tarde ingresaron al gabinete.
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