© 2021, Carlos Peña
© De esta edición:
2021, Empresa El Mercurio S.A.P.
Avda. Santa María 5542, Vitacura,
Santiago de Chile.
ISBN: 978-956-9986-74-1
ISBN digital: 978-956-9986-75-8
Inscripción Nº 2021-A-3236
Edición general: Consuelo Montoya
Diseño: Paula Montero
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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ÍNDICE
Prólogo
Esfera pública y expresión
El espejo común
El mundo del diario
La libertad de expresión
Las nuevas amenazas al diálogo racional
La libertad de expresión y el humor
Religión y moral
El lugar de la religión en el mundo de hoy
Religión y política
¿De qué hablamos cuando hablamos de moral?
La bellota y el roble: sobre los derechos del embrión
Suerte y mérito
Modernidad y modernización
¿Qué es lo moderno?
El malestar en lo moderno
La anomia juvenil
La lección de una revuelta estudiantil
Pluralidad y libertad
Política y libertad
Libertad de enseñanza: el caso de la Purísima
Educación y ciudadanía
El género en la sociedad contemporánea
Los desafíos de la pluralidad
El sentido de la neutralidad del estado
¿Tiene límites la no discriminación?
¿Qué significa tratar con justicia a los pueblos indígenas?
Humanismo y lectura
El individuo y los fantasmas de la literatura
La última utopía
Leer en tiempos difíciles
Epílogo
PRÓLOGO
«Como un individuo solitario que exagera los talentos de sus pocos amigos para mantenerlos cerca, así nosotros exageramos la significación de nuestros propios ideales para llenar el vacío de nuestra vida moral».
M. Oakeshott, The Tower of Babel, 1948
¿Tiene importancia la religión en la sociedad contemporánea? ¿En qué consiste la reflexión moral? ¿Hay límites para la libertad de expresión? ¿Tienen derecho las identidades sexuales o étnicas a ser protegidas de la palabra ajena o del humor? ¿Hay razones para proteger al embrión? ¿En qué consiste la modernización? ¿Por qué ella parece estar acompañada de una permanente sensación de pérdida? ¿Será cierto que el estado es siempre un enemigo de la libertad? ¿Por qué hay que ocuparse de los pueblos originarios? ¿Qué significa que la autoridad deba ser neutral? ¿Cuál es el sentido de los derechos humanos y por qué importan?
Esas y otras preguntas similares son las que hoy inundan la esfera pública —y pronto anegarán a la recién electa Convención Constitucional— y acerca de ellas trata este libro.
En la primera parte —Esfera pública y expresión— se explica de qué forma tenemos un mundo en común gracias al lenguaje que compartimos. Las palabras, no hay que olvidarlo, son la verdadera constitución del mundo. El lenguaje, observa Octavio Paz, está a medio camino de la naturaleza y la cultura. No pertenece a la primera y a la vez es condición para que exista la segunda. Por eso los lugares donde ese pacto verbal se ejercita —los libros y los diarios— son tan importantes y de ahí también la importancia de defender la libertad de expresión en ellos. Todas esas formas más o menos tácitas de controlar la expresión humana —desde lo que hoy se persigue como negacionismo, la corrección política o la simple censura— acaban dañando la vida cívica.
La segunda parte se ocupa de la religión y la moral. A pesar de todos los pronósticos que alguna vez se formularon, el sentido de lo religioso parece estar íntimamente atado a cualquier forma de cultura. Lo que llamamos cultura es el esfuerzo de la condición humana por estirarse más allá de sí misma. George Steiner dice por eso que detrás de toda expresión cultural está la sospecha de lo que llama «una presencia real». No podemos saber desde luego si esa presencia real efectivamente existe; pero la tendencia a aprehenderla parece latir en todas las culturas y bajo diversas formas. Por lo mismo, cualquier análisis de la sociedad actual debe responder la pregunta del lugar que cabe a la religión en ella. Y si bien la moral no es lo mismo que la religión, entre ambas hay un cierto parentesco. Ambas derivan de esa peculiar tendencia de los seres humanos que los lleva a esforzarse por comprender el sentido del mundo en derredor y del lugar que cabe a la propia conducta en él. La religión provee importantes orientaciones de sentido a la democracia y ha de permitirse su más amplia expresión; pero su influencia en las decisiones públicas debe ampararse en razones susceptibles de ser comprendidas por todos. Hay aquí un importante desafío para una democracia liberal.
La tercera parte examina lo moderno como fenómeno. La esfera pública y la religión tal como hoy las conocemos, existen imbricadas con los rasgos propios de una sociedad moderna. Las sociedades experimentan, como ha ocurrido con la sociedad chilena, cambios radicales en sus condiciones materiales a los que la literatura llama modernización. Ese fenómeno no siempre coincide con la modernidad como experiencia cultural. Es pues necesario examinar en qué consiste y cuál es el origen de lo moderno y de qué forma la literatura ayuda a entender algunos de los procesos del mundo de hoy y el malestar que parece acompañarlo. La sociedad chilena ha experimentado esos procesos y esos malestares al extremo que hoy inundan la vida cívica y amenazan con estropearla. Ocuparse de ellos es pues muy importante. Y en el trasfondo del debate constitucional que se inicia se encuentra la necesidad de comprenderlos.
La cuarta parte examina un aspecto que acompaña a la sociedad moderna como si fuera una sombra: la pluralidad de formas de vida. Si hay un rasgo estrictamente moderno es el tránsito de la vida como destino a la vida como elección. De allí deriva la extrema diversidad de formas de vida y de concepciones que hoy día experimentamos acerca de en qué consiste vivir bien. Ello plantea un especial desafío a la política contemporánea: cómo permitir que todas esas formas de vida cooperen entre sí, sin favorecer a ninguna de ellas por sobre otras. La pluralidad contemporánea parece demandar neutralidad al estado; pero ¿es eso posible? Analizar la actitud del estado frente a la pluralidad de toda índole es quizá el aspecto más importante del debate constitucional que se inicia.
En fin, el texto concluye mostrando de qué forma las instituciones de la sociedad tal cual hoy las conocemos
—los derechos humanos, por ejemplo, o el diálogo democrático— son el fruto de una cierta imagen de la condición humana que apareció en la literatura con autores como Montaigne o Defoe. No podemos comprender parte del agobio de lo moderno sin la figura de Joseph K., el personaje de Kafka, ni la tendencia a controlar técnicamente el mundo y a la vez imaginar una perfecta belleza ilusoria, sin Don Quijote, el personaje de Cervantes. Mantener esas imágenes con que nos concebimos —y comprender cómo en ellas se funda nuestra dignidad— es una forma de cuidar las instituciones.
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