Leonardo Palacios Sánchez - Envejecer en el siglo XXI

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Envejecer en el siglo XXI: краткое содержание, описание и аннотация

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"Las últimas décadas han evidenciado no solamente un creciente interés acerca de todo lo concerniente a la vejez y a los viejos, sino acerca de las diversas perspectivas desde las cuales se ha abordado el envejecimiento, tan diversas como las múltiples facetas que componen este proceso. De ahí que este libro, Envejecer en el siglo xxi, se haya pensado para estimular el «aprender a aprender» sobre estos temas, más allá de las aulas universitarias; para ofrecer soluciones a las problemáticas sociales, y para que los profesionales de la salud se comuniquen de manera efectiva en los diferentes escenarios del desempeño profesional. También se concibió para consolidar la adquisición de saberes a través de un hilo conductor de contextos sociales y humanísticos desde los cuales se enlazan los problemas clínicos. Además, mediante una integración horizontal, plantea al lector una forma dinámica en la manera de concebir la vejez y de contemplar, al mismo tiempo, el nacimiento de ciencias como la biología, la estadística o la antropología, para determinar al final una mirada integral al surgimiento de la gerontología con sus componentes multidisciplinarios."

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La garantía de la juventud perpetua incluía la lucha contra un signo seguro de envejecimiento: las arrugas. La resina senetjer, la cera, el aceite de balanos fresco y la hierba cyperus deben ser molidas y mezcladas con jugo de planta fermentada (no identificado) y aplicadas en la cara todos los días. En total, se dan cinco recetas para combatir las arrugas, y una de ellas especifica que el cliente es una mujer. (Manniche, 1999, p. 134)

Por su parte, el pueblo hebreo, en general, fue benevolente con los viejos y honró la vejez. Numerosos textos jurídicos, históricos, poéticos y filosóficos conservados hasta nuestros días nos revelan una imagen bastante exacta sobre el papel de los ancianos en esa sociedad. En la época correspondiente al nomadismo eran considerados jefes naturales y los gobernantes tomaban las decisiones solamente después de consultarlos. De manera puntual, en la Biblia, en dos de los textos del Pentateuco se hallan referencias sobre el cuidado a los más viejos, así: en el Éxodo, Moisés recibe la instrucción de ir delante del pueblo, llevando consigo a los ancianos de Israel. Y en el libro de los Números se asienta la creación del consejo de ancianos por iniciativa divina:

El Señor le dijo a Moisés: reúneme a setenta ancianos de Israel entre los que sabes que son ancianos y magistrados del pueblo. Los llevarás a la tienda de reunión; y que estén allí contigo. Yo bajaré y hablaré contigo; tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos para que lleven contigo la carga del pueblo y no tengas que llevarla tú solo. (Biblia, 1972, Nm 11:16-17)

El libro de los Proverbios contiene un himno de alabanzas a la ancianidad: “Los cabellos grises son una corona de honor; se los encuentra en los caminos de la justicia” (Biblia, 1972, Prov 16:31). “Escucha, hijo mío, recibe mis palabras y los años de tu vida se multiplicarán (Prov 4:10). En alusión a las edades del hombre, el libro de los Salmos apuntaría: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más saludables son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, por que pronto pasan y volamos” (Biblia, 1972, Sal 90:10).

La vejez en el Oriente

En la India del siglo iv a. C., la historia del príncipe Siddhartha Gautama dio un giro al hallar en su primera salida del palacio un ser “achacoso, desdentado, todo lleno de arrugas, canoso, encorvado, apoyado en un bastón, balbuceante y tembloroso” (Beauvoir, 1970, p. 7). El cochero, al ver su asombro, le definió sin rodeos su visión: “¡Es un viejo!”. Un suceso ocurrido antes de su mensaje de desapegos, antes de su vida de ascetismo y de su iluminación como Buda, lo llevó a exclamar: “Qué desgracia, que los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud no vean la vejez […] De qué sirven los juegos y las alegrías si soy la morada de la futura vejez” (p. 7).

Pese a lo anterior, a decir de los historiadores indios, desde un milenio antes de nuestra era, la medicina ayurveda desarrollada a partir de los antiguos libros de sabiduría escritos en sánscrito y conocidos como los Vedas se ocupó de la longevidad de los seres humanos. Por cierto, su relación radica en el origen mismo del término ayurveda, que significa el conocimiento de la longevidad sin enfocarse solo en la duración de la vida, ya que valora mucho más la calidad que la cantidad bajo el concepto de una vida bien vivida “mes tras mes y año tras año, una sucesión ininterrumpida de buenos días”. Y concluye: “Solo se puede vivir bien cuando la mente y el cuerpo estén en armonía […] no puede haber longevidad sino hay satisfacción” (Svoboda, 1988, p. 73).

En China, cerca al año 200 a. C. fue compilado El manual de medicina interna del emperador amarillo, una de las obras más extensas de las prácticas preventivas de la dinastía Han. Su cuerpo principal se basó en conceptos del taoísmo y algunas partes se han atribuido al médico Chi Po, en su misión de describir al emperador los efectos de la vejez. Él afirmaba, entre otras materias, que envejecer era una enfermedad debida al desequilibrio corporal entre los principios universales y opuestos del yin y el yang, que la supervivencia natural del hombre podría ser mucho mayor de lo que era en realidad; pero advertía que, al apartarse de la senda de la naturaleza, el individuo alteraba el buen funcionamiento de sus facultades y aceleraba la decrepitud. “El límite de la vida humana está a la vista cuando ya no se pueda superar la debilidad. Entonces ha llegado el momento de morir” (Minois, 1987, p. 33).

Antes de esos tiempos, el confucionismo, el más apegado al concepto chino de la tradición, instaba a los individuos a realizar las mismas prácticas de los mayores, a ingerir los mismos alimentos y a reservar un puesto en la mesa para los mayores fallecidos. ¡A venerar a los mayores! En uno de los proverbios atribuidos al filósofo se lee: “A los cincuenta años sabía cuáles eran los mandatos divinos. A los sesenta los escuchaba con oído dócil. A los setenta podía seguir los dictados de mi propio corazón, pero ya no deseaba ir más allá de los límites del bien” (De la Serna, 2003, p. 34).

Sin embargo, al parecer, sus meditaciones no apuntaban enteramente hacia una misma dirección; una situación comprensible al evaluar la gran cantidad de escritos atribuidos a Confucio bajo el título de las Analectas. En uno de ellos, dedicado al envejecimiento, se hallan las tres maneras de abordar la vejez: la física, la de la personalidad y la de los diferentes roles reconocidos a los viejos. En la primera, la física afirma de manera precisa que la atrofia con implicaciones de deterioro se inicia a los cincuenta años; su estómago no está satisfecho sin comer carne a la edad de sesenta años; no se siente caliente cuando no viste telas de seda a la edad de setenta años; “no se siente caliente cuando no está acompañado por otra persona a la edad de ochenta años; y, no puede sentirse caliente incluso si está acompañado por otra persona a la edad de noventa años” (Choe, 1995, pp. 24 y 25).

En cuanto al envejecimiento de la personalidad, la visión era bien diferente. Si bien la vejez comenzaba a los cincuenta años, la personalidad ya estaba en plena madurez. Y, finalmente, en la influencia de la edad para determinar la distribución de los cargos públicos se disponía del siguiente dictamen:

Una persona que alcanza los cuarenta años puede entrar en el servicio gubernamental como erudito confuciano. A la edad de cincuenta una persona dedica su vida a la política en cargos públicos como una “estimada figura paterna” […] De igual manera, el hecho de que una persona se haya sometido a la voluntad del Cielo será el tiempo que alcance la edad de cincuenta. A la edad de sesenta años ordena a las personas bajo su control para que realicen trabajos en su nombre y debe empezar a transferir su función pública a otra persona. Aunque reconoce el envejecimiento físico el envejecimiento del carácter no se reconoce en sus sesenta. Una persona en sus setenta años no debería tener roles públicos porque su personalidad declinante obstaculiza el manejo de los deberes. (Choe, 1995, p. 25)

Los ancianos en la Antigüedad clásica

En cuanto a la civilización griega, ya desde la introducción del presente capítulo se insinuó la postura mitológica sobre la ancianidad en la historia de Eos y Títono: ¡una maldición! Sobre ese particular, Minois delinea sin ambages el árbol familiar de la vejez: hija de la noche, diosa de las tinieblas y nieta del caos; hermana del Destino, la Muerte, la Miseria, el Sueño y la Concupiscencia. “Una habitante del vestíbulo de los Infiernos, junto al Terror, el Hambre, la Enfermedad, la Indulgencia, el Agotamiento y la Muerte […] Ni siquiera la eternidad tiene valor alguno si va acompañada de la vejez” (Minois, 1987, p. 68).

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