Camilla Townsend - El quinto sol

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El quinto sol es el que iluminó a los aztecas, el que los acompañó en su peregrinar desde la mítica Aztlán hasta el islote que se convertiría en Tenochtitlan, el que inspiró su mitología y por ello muchos de sus relatos fundacionales, el que atestiguó cómo un astuto enemigo logró someterlos. Los mexicas se consideraban a sí mismos humildes y valientes, afectos a los placeres de la vida —incluidos el baile y la poesía— y a contar historias, respetuosos de las tradiciones y hábiles negociantes. Aquí, Camilla Townsend presenta de modo novedoso la trayectoria del pueblo que llegó a regir en el centro de Mesoamérica, con mano dura, un uso inteligente de los linajes familiares y el establecimiento de un severo sistema de producción, hasta constituir eso que a falta de mejor término hemos llamado imperio. Con base principalmente en xiuhpohualli —los anales en que se consignaron los hechos más sobresalientes de un periodo— y otros documentos escritos en náhuatl, esta historia diferente de los aztecas derriba algunos mitos sobre su apetito sanguinario o su credulidad, y permite apreciar cómo perduró, incluso después de la conquista, una forma originalísima de entender el mundo y enfrentar la vida. Con una narración ágil y notables ejemplos que retratan el auge y la caída de los mexicas, esta obra le mostrará al lector que, de alguna manera, aún hoy estamos cobijados por el quinto sol.

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Cuando Tezozómoc supo que su nuera se había casado y que la había tomado Cacancatlyaotl en Tetzcoco, se enojó muchísimo. Luego llamó a su hermano mayor nombrado Tecolotzin, y a él y a otros que le acompañaron les dijo: […] he oído y sabido que Cacancatlyaómitl se echó en Huexotla con la mujer que fue de vuestro hermano menor Chalchiuhtlatónac y durmió con ella. Oíd, hijos míos que estáis aquí, la sola causa por que estoy enojado y tengo pena. 31

Más tarde, cuando estalló la guerra y los tepanecas descubrieron que el hijo de la mujer y de su tlatoani también estaba viviendo en las tierras de sus abuelos maternos en Texcoco, y combatía del lado de su madre, no de su lado, se pusieron lívidos. “¿Qué dice el bellaco de Cihuacuecuénotl? ¿acaso quiere hacer la guerra a su padre?” 32

En las historias que se contaban, las mujeres eran las causantes de esas guerras: “Se dijo que hubo guerra por culpa de una concubina”, escribió un historiador en otro caso; 33sin embargo, en la década de 1420, la guerra todavía no había llegado realmente a Mesoamérica debido a una esposa que se hubiese fugado —ella era únicamente una metáfora para referirse a los arrogantes texcocanos—, sino debido a una situación política más importante. El tlatoani texcocano había decidido que era lo suficientemente poderoso como para correr el riesgo político de perseguir sus propias metas. Insistió en que los hijos que tenía con su esposa mexica heredarían de verdad, lo que indicaba que ya no aceptaría la condición de Texcoco como altépetl dependiente de Azcapotzalco. El cambio de su relación con sus esposas equivalía a hacer un importante pronunciamiento público. Tezozómoc y los azcapotzalcas no aguardaron más: cientos de ellos cruzaron el lago al amanecer en decenas de canoas bordeadas por sus escudos de brillantes colores. Las canoas se deslizaron silenciosamente por las tranquilas aguas y, de repente, los guerreros se precipitaron a tierra y se pusieron a matar sin piedad. 34

Los texcocanos enviaron pronto al joven noble hijo de un azcapotzalca que vivía entre ellos para intentar hacer las paces, pero el esfuerzo fue en vano, porque los hombres de Tezozómoc lo mataron. Finalmente, el viejo tlatoani texcocano también cayó muerto en una escaramuza: había pagado un precio muy alto por intentar deshacerse del yugo de Azcapotzalco. Algunos decían que su hijo con Matlalcíhuatl, su esposa mexica, atestiguó la muerte de su padre desde lo alto de un árbol donde se ocultaba; quizá fue así, pero otros decían que en ese momento se estaba ocultando en lo profundo de una cueva, lo cual puede haber sido más probable, pero igualmente podría haber sido un recurso poético. En la tradición narrativa mesoamericana, los momentos cruciales de transición giraban con frecuencia en torno a las cuevas, de cuya oscuridad surgía una nueva forma o fuerza. El nombre del niño era Nezahualcóyotl, Coyote Hambriento, y ya sea que hubiera sido testigo o no del asesinato de su padre, sin duda su muerte quedó grabada en su conciencia. Nezahualcóyotl huyó y se ocultó en Tlaxcala, un pueblo del oriente que no se encontraba bajo el dominio de Azcapotzalco; parece haber sido allí a donde los emisarios de Itzcóatl fueron a buscarlo años después, durante la gran crisis política. Los dos señores, Nezahualcóyotl e Itzcóatl, estaban emparentados por medio de Matlalcíhuatl, la madre mexica de Nezahualcóyotl: Itzcóatl tenía ahora una oferta que hacer a su joven pariente. 35

Itzcóatl le explicó a Nezahualcóyotl que tenía en mente una triple alianza: si las familias texcocanas que eran leales a Nezahualcóyotl peleaban contra Maxtla de Azcapotzalco junto con los mexicas y el pueblo recientemente degradado de Tlacopan, probablemente podrían ganar. La victoria sobre Azcapotzalco, el huey altépetl más poderoso del valle, les produciría recompensas extraordinarias. Los días de Nezahualcóyotl como mendigo habrían terminado: se convertiría en el tlatoani reconocido de Texcoco, en lugar de ser el medio hermano ridiculizado del tlatoani en el poder.

Nezahualcóyotl le respondió a Itzcóatl que no sería una tarea fácil reunir a familias leales que lo siguieran a la batalla, porque, después de que Tezozómoc alcanzara el poder, había convertido a sus propios nietos (los hijos de su hija con el viejo tlatoani texcocano) en los tlatoque de la mayoría de los altepeme de la región. Incluso se decía que Tezozómoc había hecho que su gente les preguntara a los niños de cada altépetl, que no tenían más de nueve años, si su tlatoani en el poder era el legítimo. A esa edad, los niños no tenían la cautela necesaria para sopesar sus respuestas: expresaban la posición política de su familia tal como se había discutido en la intimidad de sus propios hogares, y algunas de las familias de los niños que hablaban de ello habían sido brutalmente castigadas desde la llegada de Tezozómoc al poder; 36sin embargo, el temor que habían ocasionado esos actos también había llevado a la ira. Consecuentemente, Nezahualcóyotl le dijo que estaba dispuesto a unirse a la alianza: él reuniría a todos los seguidores que pudiera.

Las batallas que siguieron a continuación fueron brutales, pero, pueblo por pueblo, los partidarios de Maxtla, el azcapotzalca, fueron derrotados. En aproximadamente un año —las fuentes varían respecto de la fecha—, Itzcóatl pudo proclamarse tlatoani de los mexicas. Así, implícitamente, se convirtió en el huey tlatoani de todo el valle; pronto, hizo que Nezahualcóyotl fuera proclamado ceremonialmente tlatoani de Texcoco y, menos de un año después, habían matado entre ellos a todos los restantes medios hermanos azcapotzalcas de Nezahualcóyotl y a los esposos de sus medias hermanas azcapotzalcas. Sus historiadores lo registraron: “Nezahualcóyotl buscó a los descendientes de Tezozómoc en todos los lugares donde gobernaban, y las conquistas se hicieron en tantos lugares como se encontraron.” El propio Maxtla huyó y desapareció en 1431. 37

Los tlatoque de Tenochtitlan (del pueblo mexica), Texcoco (del pueblo acolhua) y Tlacopan (del pueblo tepaneco) gobernaban ya el valle como un triunvirato no oficial, pues no hubo una declaración formal a tal efecto. Las generaciones posteriores dirían que establecieron una Triple Alianza, aunque, en sentido literal, no existiera dicha institución; no obstante, en un sentido de facto , ciertamente existió lo que podríamos llamar una triple alianza, con minúsculas. Nadie se movía en el valle central sin que al menos uno de los tres tlatoque lo supiera y, allende las montañas que los rodeaban, en las tierras que poco a poco conquistaron, tenían muchos espías. Trabajaron unidos para derrotar a sus enemigos y entre los tres dividieron juiciosamente los pagos de tributos resultantes: los mexicas, que tenían la población más numerosa y habían desempeñado la parte más importante en la guerra, obtuvieron la mayor proporción, pero tuvieron cuidado de no exigir algo que resultara excesivo y pudiera causar resentimientos entre sus aliados más cercanos. 38

Los tres tlatoque tejieron una red muy compleja entre todos. En cierto sentido, la disposición política de los territorios se mantuvo casi sin cambios y, en general, cada altépetl continuó gobernándose a sí mismo, eligiendo a su tlatoani como mejor convenía al pueblo y rotando tareas y responsabilidades entre los diversos segmentos que lo componían, de la misma manera imparcial de siempre. Si varios altepeme tenían una tradición de gobernarse a sí mismos como una unidad, como un huey altépetl, al menos en sus asuntos externos, entonces esa tradición también se conservó en general. 39En el plano local, se mantuvo una especie de democracia, en el sentido de que los pueblos continuaban discutiendo en su seno los asuntos locales y llegaban a soluciones que complacían a la mayoría de sus habitantes, arreglo que se permitió incluso a los que no eran nahuas y habían sido conquistados. El triunvirato del valle central estaba convencido de que así debía ser, siempre y cuando esas otras comunidades lucharan junto a ellos cuando se les solicitara hacerlo, participaran en las obras públicas —como la construcción de caminos o grandes templos— y pagaran a tiempo el tributo asignado. “Eso no era Roma”, comentó sucintamente una historiadora, lo que significa que los mexicas no tenían interés en aculturar a los que conquistaban ni deseaban enseñarles su idioma, o atraerlos a su capital, o incluirlos en su jerarquía militar. 40

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