Según parece, los narradores nahuas de la historia y su embelesado auditorio dijeron en ese momento que la broma le fue jugada al orgulloso tlatoani de Cuauhnáhuac: su amada hija había sido engañada y tendría un hijo de un padre que de ninguna manera habría elegido para sí, pero reconocieron que la situación estaba repleta de ironía: la encantadora Miyahuaxíhuitl pudo haber derramado lágrimas esa noche, pero la muchacha aparentemente impotente al final volvería en sí: su hijo, después de todo, recibió el nombre de Moctezuma Ilhuicamina (que más tarde sería conocido como Huey Moctezuma o como Moctezuma el Viejo) 17y estaba destinado a gobernar a los mexicas y a muchas decenas de miles de otras personas. 18
Ahora bien, por el momento, en el complejo del palacio de Tenochtitlan, Huitzilíhuitl, el huey tlatoani de los mexicas, probablemente no prestaba mucha atención a un niño nacido de una mujer de Cuauhnáhuac tomada en la guerra. Encabezaba a su gente de la manera más eficiente posible en una serie de campañas militares con el propósito de ampliar el territorio que gobernaba, y pudo tener tanto éxito gracias en gran medida a que, bajo su mando, Tenochtitlan se había convertido en un cliente, por así decirlo, de la que en esos momentos era la ciudad-Estado más poderosa de la región: el huey altépetl era Azcapotzalco, la ciudad-Estado del pueblo tepaneco, un grupo de nahuas que habían llegado mucho antes que los mexicas y dominaban los bordes occidentales del gran lago del centro del valle. 19Después de cada victoria, por supuesto, los tepanecas tomaban las mejores tierras para ellos, pero una buena parte la reservaban para su altépetl asociado, Tenochtitlan, o, si los vencedores decidían que los vencidos no debían perder sus tierras sino pagar tributo, a algunas aldeas se les pedía que les pagaran a los tepanecas a partir de ese momento y a otros se les ordenaba entregar bienes a los mexicas. No se sabe con certeza por qué los mexicas fueron elegidos el altépetl asociado favorito; probablemente la naturaleza pantanosa de su territorio insular les permitía desplazarse con mayor facilidad que otros pueblos: dado que no tenían mucha tierra cultivable, no estaban tan vinculados a los ciclos de la siembra y la cosecha. Ninguna ciudad del centro de México tenía un ejército permanente; todos los hombres eran guerreros potenciales y debían mezclar la lucha con la agricultura; sin embargo, los mexicas vivían tanto de los peces, los huevos de aves y las algas como del maíz, lo cual significaba que, para empezar, eran relativamente pobres en comparación con otros y contaban con una alimentación menos nutritiva; por lo tanto, dada la colaboración estrecha con los tepanecas, que eran un pueblo altamente agrícola, su capacidad de desplazamiento en cualquier época del año les daba una especie de poder.
Sin sorpresa alguna, dada la relación política de dependencia, Huitzilíhuitl tomó como novia a una muchacha de un pueblo de los tepanecas y la hizo su esposa principal, lo que significaba que se esperaba que sus hijos gobernaran después de él 20(el pueblo se llamaba Tlacopan y más tarde sería un lugar importante; los españoles, que no podían pronunciar ese nombre, lo convirtieron en Tacuba). Cuando Huitzilíhuitl murió, Chimalpopoca, Escudo Humeante, uno de los hijos de la esposa tepaneca de Huitzilíhuitl, se convirtió en el nuevo tlatoani, exactamente como se esperaba.
Para entonces, el gobernante de Tenochtitlan ya era completamente reconocido por todos como el tlatoani , el “hablante” en nombre de una comunidad independiente y autónoma. En el mundo nahua, cada comunidad que se jactaba de tener su propio tlatoani se llamaba altépetl , palabra que literalmente significa “cerro-agua”, porque, en los viejos tiempos, los nahuas casi siempre se establecían no solamente donde había un cerro para poder defenderse, sino también una fuente de agua. Después de que Chimalpopoca se convirtiera en tlatoani, hubo varios días de oraciones, seguidos de una gran fiesta y una ceremonia en la que Chimalpopoca se sentó en la estera de cañas y prometió proteger a su pueblo como su tlatoani. En ese momento, los mexicas ya eran lo bastante poderosos como para tomarse muy en serio: los discursos públicos y los compromisos asumidos entre Chimalpopoca y su pueblo duraron horas; finalmente, un sacerdote acribilló al joven gobernante con preguntas retóricas a las que el nuevo tlatoani y el pueblo debían responder “No” con toda firmeza:
¿Vendrán los enemigos a conquistar el reino o pueblo en que vives? ¿Es a tu cargo de pensar con temor y con temblor si por ventura se destruirá o solará el pueblo, y habrá gran turbación y aflicción? [¿Se derrumbará el altépetl en la guerra? ¿Estará rodeado por enemigos?] […] ¿O por ventura vendrá tiempo en que nos hagan a todos esclavos y andaremos serviendo en los más bajos servicios? 21
“¡No!”, respondieron todos, y “¡No!”, nuevamente. Ganarían las guerras, no las perderían; no serían esclavizados. Entonces, para demostrar su destreza, Chimalpopoca inició la primera campaña militar requerida de todo nuevo tlatoani. Regresó victorioso, y su pueblo se mostró optimista. Chimalpopoca gobernó durante aproximadamente diez años y puso a muchos pueblos nuevos bajo el dominio de los mexicas.
Entonces, mientras gobernaba Chimalpopoca, una gran crisis sacudió el mundo político de los mexicas. En 1426, Tezozómoc, el huey tlatoani de la poderosa ciudad llamada Azcapotzalco, a la que había gobernado desde 1370, falleció en su cama. El tlatoani tepaneca había personificado el poder en el valle durante tantos años que, cuando murió, sus gobernados se miraban unos a otros con incertidumbre. De golpe, los hijos del viejo tlatoani lanzaron sus ataques, pero no lo hicieron para defender el territorio de su familia, como era de esperarse; por el contrario, se volvieron unos contra otros con resolución asesina.
Eso parece desconcertante al principio, pero resulta menos cuando se piensa en el hecho de que la poliginia había provocado una situación en la que abundaban los potenciales pretendientes a tlatoani de cualquier altépetl. Los nahuas estaban tan acostumbrados al fenómeno que no lo veían como un problema; por el contrario, lo veían como un resultado claramente positivo y, en realidad, no estaban del todo equivocados, dado que, independientemente de lo que nos diga nuestra sensibilidad moderna, la poliginia tiene muchos beneficios: ofrece placeres obvios al hombre mayor con múltiples esposas, e incluso las esposas en tales situaciones aseguran con frecuencia que llevar mujeres más jóvenes al hogar es una ayuda para ellas a medida que envejecen, porque muchas manos hacen que el trabajo sea más ligero. No cabe duda de que las esposas nahuas nunca buscaron o esperaron que su esposo sintiera por ellas un amor romántico; no las sorprendía que los hombres fueran volubles ni nadie en su mundo las culpaba por ello. Además, la poliginia eliminaba por lo general toda posibilidad de que un tlatoani muriera sin herederos y generaba un verdadero clan de hombres jóvenes que se enorgullecían de las relaciones entre ellos y se mantenían unidos en tiempos de crisis.
Tal, al menos, es la teoría. En la realidad, incluso una mujer que nunca ha esperado una relación permanente con un hombre puede resultar lastimada cuando es reemplazada por una rival, y el dolor quizá no sea únicamente de la mujer, sino también de sus hijos: “Ah, madre —decía una canción náhuatl—, estoy muriéndome de tristeza aquí en mi vida con un hombre. No puedo hacer bailar el huso. No puedo arrojar la lanzadera de mi telar.” 22La cantante estaba asumiendo el lugar de una esposa cautiva y quería decir que, en su situación de mujer ajena al hogar del hombre, no esperaba gozar de una vejez digna a medida que sus hijos se hacían cargo gradualmente de la riqueza y de los deberes familiares; después de todo, no obstante, eso sólo hablaba del dolor personal, que quizá careciera de importancia en un sentido político. Lo que es mucho más importante, en un sentido más amplio, es que el sistema únicamente podía funcionar bien cuando la gran mayoría del pueblo estaba del todo de acuerdo respecto de cuál esposa era la principal, es decir, cuando todos pensaban de manera similar en cuanto a cuáles eran los hijos que debían heredar. Si había dudas importantes al respecto, la guerra civil era inminente, puesto que las facciones de medios hermanos que se creían con ese derecho, nacidos de diferentes madres y divididos por un odio visceral originado en la infancia, estaban dispuestas, preparadas y listas a dirigir a la gente en defensa de sus diferentes visiones del futuro de su pueblo.
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