© 2021 Luis Eduardo Uribe Lopera
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ISBN: 978-958-5191-27-3
Coordinador editorial:
Mauricio Duque Molano
Edición:
Juana Restrepo Díaz
Diseño, ilustración y diagramación:
Paula Andrea Gutiérrez R.
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I Las fuentes I Las fuentes Un plan secreto no se descubre de buenas a primeras, y, por supuesto, nadie involucrado querrá revelarlo. Reconstruir una historia de esta magnitud demanda conocer hechos pertinentes del pasado y el presente. Es quizá la mejor y única manera de establecer los pormenores que nos lleven a descubrir un plan preconcebido. En este caso, tengo en mi poder las actas del Consejo de la Mano Invisible, grupo clandestino integrado por los hombres más poderosos del Imperio Británico, y el confiable testimonio de la mujer que vivió de cuerpo presente gran parte de los acontecimientos que me dispongo a revelar. Por la importancia de la testigo en cuestión he preferido hilvanar el hilo de los hechos en boca suya. Además, los miembros del Consejo eran gente muy frugal a la hora de redactar sus documentos. No sé si hablaban como escribían, o era una manera de protegerse, pero las actas por sí solas no dicen mucho. Desentrañar cada evento es clave para llegar a los más oscuros rincones del plan. Varios testigos, a lo largo de casi ciento cincuenta años, de alguna manera dejaron sus testimonios en cabeza de la mujer que pronto conocerán. Algunas voces del pasado legaron sus archivos voluntariamente, otras contra su voluntad, mientras que algunas convivieron con ella e imprimieron en su memoria, con actos y documentos, parte de los hechos aquí referidos. Diversos archivos corresponden a la época presente, cuando recién cumplimos catorce años de haber sufrido los embates de la gran guerra, que concluyó en 1918, y cuya reanudación parece inminente. Algunos recortes de periódicos también me fueron suministrados por Támara, la centenaria protagonista africana que murió hace apenas unos pocos años. A medida que avance en el relato entenderán cómo y por qué ella terminó cargando con los archivos y testimonios que soportan esta historia, y la razón por la cual me los entregó a mí. Debo advertir que Támara evitó darme información específica y puntual sobre direcciones y lugares citados por ella, así como tampoco reveló los nombres verdaderos de la mayoría de los involucrados, porque, aseguraba: «Debo evitar que los tentáculos del Consejo alcancen a quienes me ayudaron y ayudan en la actualidad. Cualquier pista que encuentren podría ser fatal para muchos a quienes estimo y respeto». Espero disculpen estas omisiones que, como deducirán en el camino, no son tan necesarias para recrear fidedignamente la historia.
II El Consejo
III Julio de 1776
IV Támara
V David
VI África profunda
VII Londres
VIII Clemencia
IX Los archivos
X Asesinato de David
XI La boca del lobo
XII El asesino
XIII Los planes
XIV El peor error
XV La persecución
XVI Terror en Whitechapel
XVII Zona Mr. Hyde
XVIII El nieto
XIX El legado
Epílogo
Un plan secreto no se descubre de buenas a primeras, y, por supuesto, nadie involucrado querrá revelarlo. Reconstruir una historia de esta magnitud demanda conocer hechos pertinentes del pasado y el presente. Es quizá la mejor y única manera de establecer los pormenores que nos lleven a descubrir un plan preconcebido. En este caso, tengo en mi poder las actas del Consejo de la Mano Invisible, grupo clandestino integrado por los hombres más poderosos del Imperio Británico, y el confiable testimonio de la mujer que vivió de cuerpo presente gran parte de los acontecimientos que me dispongo a revelar.
Por la importancia de la testigo en cuestión he preferido hilvanar el hilo de los hechos en boca suya. Además, los miembros del Consejo eran gente muy frugal a la hora de redactar sus documentos. No sé si hablaban como escribían, o era una manera de protegerse, pero las actas por sí solas no dicen mucho. Desentrañar cada evento es clave para llegar a los más oscuros rincones del plan. Varios testigos, a lo largo de casi ciento cincuenta años, de alguna manera dejaron sus testimonios en cabeza de la mujer que pronto conocerán. Algunas voces del pasado legaron sus archivos voluntariamente, otras contra su voluntad, mientras que algunas convivieron con ella e imprimieron en su memoria, con actos y documentos, parte de los hechos aquí referidos. Diversos archivos corresponden a la época presente, cuando recién cumplimos catorce años de haber sufrido los embates de la gran guerra, que concluyó en 1918, y cuya reanudación parece inminente. Algunos recortes de periódicos también me fueron suministrados por Támara, la centenaria protagonista africana que murió hace apenas unos pocos años. A medida que avance en el relato entenderán cómo y por qué ella terminó cargando con los archivos y testimonios que soportan esta historia, y la razón por la cual me los entregó a mí. Debo advertir que Támara evitó darme información específica y puntual sobre direcciones y lugares citados por ella, así como tampoco reveló los nombres verdaderos de la mayoría de los involucrados, porque, aseguraba: «Debo evitar que los tentáculos del Consejo alcancen a quienes me ayudaron y ayudan en la actualidad. Cualquier pista que encuentren podría ser fatal para muchos a quienes estimo y respeto». Espero disculpen estas omisiones que, como deducirán en el camino, no son tan necesarias para recrear fidedignamente la historia.
El Consejo sesiona según lo requiera la situación y puede ser convocado por cualquiera de los miembros. Cada integrante preside siguiendo un estricto orden alfabético. Jamás cierran una sesión sin decidir sobre los asuntos tratados. Las curules del Consejo se heredan. Desde su fundación, en 1676, cada miembro entrante debió demostrar su poder y pagar con hechos el derecho a mantener la membresía. Los hijos de los miembros, escogidos para heredar la curul, sirven de secretarios, también por turnos. Siempre queda constancia escrita de cada decisión en el «Libro Blanco». El nombre del libro obedece a que los miembros consideran que la supremacía de la raza blanca debe imperar en el mundo, sin importar si existe o surge un rico y poderoso de otro color en alguna colonia. Si el mundo escupe alguno de «ellos», debes ser controlado por la fuerza legal del imperio, o sometido por soterradas vías de hecho; en este último caso el control es estricto y ejecutado tras bastidores. Nadie puede salirse del redil demarcado por el Consejo. «Dominio mundial perenne» es la consigna imperial. Ni el tiempo ni los cambios generacionales tenían por qué alterar el orden global establecido. «El destino del mundo lo trazamos nosotros; el de las almas, Dios dictará sentencia», dijo el patriarca de uno de los clanes fundadores del Consejo durante la primera sesión en 1676. Desde entonces, con esta invocación se abre cada reunión. Hasta donde inferí, basado en algunos datos fragmentarios de la época en que nació el Consejo, los todopoderosos y ricos ingleses de finales del siglo XVII comprendieron que las permanentes disputas de poder entre parlamentarios
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