[NO HE PODIDO RECORDAR NADA MEJOR]
[SIEMPRE LLEVÉ EN LA MEMORIA EL BESO]
[ERES MUY LIBRE DE HACER LO QUE QUIERAS]
[A VECES, UN RELÁMPAGO]
[SUPE CÓMO SE PRODUJO MI MUERTE]
III. PAISAJES DE LA ALEGRÍA
TRILOGÍA DE PREMIÁ DE MAR
LUSITANIA EXPRÉSS
LARS VON TRIER
NUBES TRAS «LA SAGRADA FAMILIA» DE GAUDÍ
UN LIBRO DE ZANASIS JATSÓPULOS
PLAZA DE SANT JOAN
PARA LEER A SHAKESPEARE
PRESENCIA DE MORANDI
EN UNA ESTANCIA HOLANDESA (José Jiménez Lozano)
DÍA DEL LIBRO EN BARCELONA
TESTAMENTO EN SAN SALVADOR DE VALDEDIÓS
UN APUNTE DE ANDRZEJ WAJDA (Katyn)
ADONÁIS COLECCIÓN DE POESÍA
AUTOR
I.
AL CALOR DE UN FUEGO
UN APUNTE DE JAMES IVORY
NO los vi en la Naturaleza por primera vez.
Los vi con James Ivory en el Regreso a Howards End.
La suavidad de los narcisos al atardecer.
BACH, DE FONDO
LENTAMENTE, un coro de voces graves
levantaba la niebla,
descubría huertos y sendas,
pueblos y puentes,
la reverberación del río que se perdía,
como un hilo de plata,
por el vientre del valle.
Los cazadores, desde lo alto,
esperaban algún movimiento en la mirada:
jabalíes huyendo de los perros,
ciervos en los claros del bosque,
el reclamo de alguna cornamenta
entre los árboles.
Así, cierto cuadro de Brueghel
y así la contradictoria alegría
de los sueños frustrados,
un coro de voces graves o la Cavatina
de Myers junto a la Siciliana en sol menor de Bach
tocada una tarde en Granada
por Alexis Weissenberg,
tocada por un campesino
con solamente su mirada
por los hermanos Olmi en El árbol de los zuecos
o en la recuperada infancia,
en Añisclo, en los bosques de Noviembre.
Y, siempre, la vida pidiendo todo:
los deseos y el dolor
y la enfermedad
y los adioses de los nuestros
o tanta belleza latente,
oculta, cierta.
La vida con la muerte
en la Siciliana en sol menor,
tocada por Lars Von Trier
con un hondo lamento de trompeta.
HOMENAJE A WIM WENDERS
EN un parque de Berlín un ángel contemplaba
con los ojos de los hombres los pájaros
que, al atardecer, volaban en torno a una cúpula.
«Los hombres tan solo valoran
lo que se puede tocar»,
decía el ángel que experimentaba
la ley de gravedad de la materia,
el descarnado movimiento
de aquellos que iban y venían
libres en su elección de esclavitudes,
ciegos ante el polícromo horizonte
de la luz en el que se dibujaban
imposibles momentos de plenitud,
destellos apenas de otro hemisferio
en el que crece la flor de las certezas,
turbulento mundo de mansedumbre
en el que los ángeles cantan su condición
y al que el hombre, en silencio, aspira.
AGRADECIMIENTO A MARGUERITE YOURCENAR
PRONTO, las huellas que creímos
profundas se tensan, sin sombra,
en la piel de los calendarios.
Donde hubo atención y silencio,
donde el amor más alto cultivaba
sus jardines, se levantan derruidas columnas,
ruinas de imperios por las que vaga la memoria
en pos de sedas y oro,
ramas de mirto tras la furia
del viento y los solemnes desfiles de la Historia.
Una noche he soñado a Marguerite Yourcenar
soñando los sueños de Adriano,
dispuesta a escribir la primera página
de una novela que justificara su vida,
los viajes, el estudio,
la palabra labrada
en el tiempo con la larga paciencia del agua,
poco a poco, lentamente: de país en país,
de los folios al color de los mapas,
de los hallazgos al fracaso,
de las alimentadas esperanzas
a las tristezas más amargas
pero dueña, tras el mar de la muerte, de su ser,
el mismo que viajó por el pasado de Grecia
y el Nilo ofreciéndome en las Memorias de Adriano
el paisaje de los atardeceres
en los que quise sentir la sangre de la Tierra,
las dudas de los hombres,
la unidad tantas veces perdida en los destellos
falsos de la memoria y el deseo.
MIENTRAS LEÍA EL «ELOGIO A MARCO AURELIO» DE JOSEPH BRODSKY
COMO llegado de otro mundo,
leía el texto del «Elogio a Marco Aurelio»
de Joseph Brodsky.
Lo leía sintiendo, al mismo tiempo,
una lejana, olvidada alegría;
sentía como si la sangre
corriera con más fuerza,
como un poderoso río de agua transparente,
un río que ponía las cosas en su sitio:
las ambiciones y los artificios,
los miedos, sobre todo, de tantos que no saben
mirarle los ojos a la libertad.
Leía el texto del «Elogio a Marco Aurelio»
mientras agradecía
el beso de los míos,
mientras pensaba en la belleza oculta
almacenándose
en los polvorientos archivos
escritos por la Historia.
Y como era imposible,
de pronto, adueñarse del misterio de la vida,
cerré los ojos para olvidar,
cerré los ojos para soñar,
para agradecer en muda plegaria
el solo hecho de una lectura
que me llevó a mi hogar,
a esa rara unidad desde la que es doloroso
pensar en el ciego aplauso y en la indiferencia
después de tantas representaciones.
LA LECCIÓN DE SÖREN KIERKEGAARD
ANTES fue la pasión,
el penetrar en el vientre de la luz
con los ojos de los conquistadores,
con mapas de eldorados
impregnando las manos
con el olor de la Utopía.
Antes era la apertura del alma,
el ser de las cosas preservando su misterio.
Ahora el hombre viene y va
en el buscado consenso del aturdimiento.
«El hombre no se tranquiliza
hasta que no ha hecho del error, dogma,
solo entonces se ve seguro contra la verdad»,
decía el sabio
cuando el mundo seguía
con sus ropajes de apariencia
y los santos y los poetas
buscaban iniciales brisas
en el templo de la incomprensión y la soledad,
donde anunciaron el precio de vivir:
Renuncia. Sacrificio.
La misma vida.
La vida entera.
Y que lo hecho, vale la pena.
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