Comienzo a incorporar al estado de ánimo, las corrientes de electricidad que genera rascar sobre el núcleo de la pasión que se apodera de mí y que me resulta difícil de domar. En estas circunstancias ni siquiera siento las ganas de intentarlo.
Apenas queda agua en la pava. Observo el cielo, comienza a denotar el degradé típico de los atardeceres de la ría: el horizonte del este anaranjado y el del oeste lila. En el medio, sobre mi cabeza, un celeste intenso. De horizonte a horizonte, los tonos se funden sutilmente sin discontinuidades.
De pronto una sombra cruza rápidamente por encima de mis piernas. Levanto la vista y veo a una gaviota sobrevolar el velero. Algo resulta diferente en el cuadro que mis reflejos esperan. Me quedo quieto y observo. Normalmente, cuando las gaviotas se acercan al barco, no vienen solas y su presencia se relaciona con comida. Huelen carnada o ven restos de alguna fruta sobre el agua. Esta se acerca y se aleja, da vueltas sobre el mástil, confundida. A medida que los intentos se repiten, se vuelve más precisa, apunta siempre al mismo lugar. Por momentos logra flotar en el aire para mantenerse quieta.
Observo la escena con más detenimiento, entonces veo la veleta. La flecha que busca el viento oscila nerviosa por el efecto arrachado y borneante del intenso nortazo. La gaviota busca la veleta. Comprendo su confusión, el velo del amor ciega sus instintos. No logro saber si se ha enamorado de la veleta o del mástil completo con ella incluida, pero me conmueve verla acercarse con denodado esfuerzo una y otra vez y, cuando parece alcanzar la felicidad flotando a la par, el viento la arrastra y todo vuelve a comenzar.
La imagen del monstruo marino regresa a mí pero esta vez la reconozco. El viento trae palabras que caen por su propio peso hacia el mar, las olas las elevan y las sueltan en copos de espuma que alcanzan a mi memoria.
Así es la vida. Siempre alguien espera que regrese algún otro que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere. Y al fin uno busca destruir a ese otro, quienquiera que sea, para que no nos lastime más.
Observo a la gaviota, cansada, acercarse con más fuerza al mástil. El monstruo de Bradbury, aquel que en “La sirena”, enamorado, destruye el faro por su amor no correspondido. Pienso en ella nuevamente pero no termino de saber si soy el monstruo o el faro, la gaviota o el mástil. Quizás soy Bradbury y puedo escribir la historia.
Se fue. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo no se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.
Sí, creo que puedo escribir la historia. Las mareas son las mareas, no se las puede cambiar, pero sí navegarlas. Dirijo por última vez mi mirada a la gaviota que ya muestra violencia en sus gestos. Me resisto a dejar que la historia se repita: si hay amor en su corazón, que no haya destrucción. Debo llevarme el barco de ahí, debo navegar hacia adonde me lleve. Izo dos velas pequeñas y regreso a ella.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.