La nueva mujer en casa era algo muy bueno, así yo tenía compañía diferente de Neli, que apenas habla; con la enfermera a veces jugaba, o ella me contaba historias donde las mujeres lloran mucho y llega un hombre y las salva; mi mamá decía que no le hiciera caso, que esa mujer era una tonta y todo lo sacaba de las telenovelas. Creo que no se llevaron bien nunca, porque un día tuvieron una discusión muy fuerte y mi papá se metió; al final, la corrieron. Desde ese día Neli se quedó muy sola y yo también, entonces, algunas tardes, empecé a entrar a su cuarto al volver de la escuela, aunque huele muy mal. Yo abría la ventana pero no servía de mucho, porque vivimos en el primer piso muy cerca de la calle, y el mal olor de afuera se metía en la habitación y se mezclaba con el de dentro.
Ella está todo el día recostada en la cama, viendo el techo, durmiendo o llorando o gritando. Yo trato de calmarla, aunque me da un poco de asco; su piel es muy delgada, se le cae sobre los huesos, está agrietada y tiene partes resecas y rasposas. De todas formas, poco a poco me he acostumbrado a cuidarla. Como mamá la odia, ahora que no tiene a la enfermera me ha dado permiso de vigilarla, siempre que no le dirija la palabra. Lo único que puedo hacer mientras estoy con ella es darle de comer el líquido rojo, a veces un pan, siempre la cápsula amarilla, metérsela en la boca aunque no quiera comerla. No puedo limpiarla y a veces pasa días muy sucia, hasta que mamá o papá la bañan en la regadera con agua fría, lo sé porque no prenden el boiler y ella les dice muchas groserías.
Neli es muy delgada, su piel muy blanca y su cabello muy gris. No sé si la quiero o la odio como mis padres; a veces me gustaría que se la llevaran de una vez, patearla como hacen ellos; otras me da tristeza que llore, un día hasta la abracé, aunque su olor se me quedó pegado en el cuerpo y me dio mucho miedo que mamá se diera cuenta y me castigara.
Hace poco se me ocurrió comerme su comida y darle la mía. Pensé que tal vez comiendo comida de persona volvería a ser una persona, no como era en ese momento, casi un mueble. Esto no le hizo gracia a mamá, porque ahora fui yo quien vomitó, pero al parecer a Neli le gustó. Al día siguiente, con señas me pidió del sándwich que me comía enfrente de ella. Era muy raro que levantara los brazos o hiciera una seña que se le entendiera, todo el tiempo parecía casi muerta, por eso le di el sándwich, y cuando le acerqué el líquido rojo hizo que no con la mano y me dijo, muy suave, agua.
Fue cuando me enteré de que Neli podía hablar. Me dio mucha curiosidad saber lo que pensaba, y me di cuenta que eran la pastilla y el líquido rojo los que la tenían muda, así que dejé de alimentarla con eso y le llevé a diario comida de verdad. Poco a poco se puso menos blanca y más rosa y poco a poco fue diciendo más cosas hasta que me preguntó por su hermana. Le dije que su hermana había muerto, que su familia había muerto y estaba sola en el mundo, porque eso decían siempre mis padres; ella lloró y al otro día me dijo que mis padres eran unos hijos de la chingada, que la habían secuestrado y le habían robado sus cosas, que ella sabía bailar y lo hacía muy bien. A mí todo eso me dio miedo, no acabé de escuchar lo que decía porque me asusté y me quedé en mi cuarto llorando hasta muy tarde, cuando mamá regresó con papá. Los dos reían mucho como cuando se van de fiesta. Les conté lo que Neli me había dicho y me pegaron y lloré más, y sé que cuando a ella la castigaron también lloró y dijo muchas groserías.
Desde ese día me prohibieron verla y contrataron a otra enfermera, una más discreta, menos pendeja, eso dijo mamá; esa nueva enfermera cuidaba a Neli y no me dejaba entrar, creo que para Neli era mejor porque con ella comía comida, no solo líquido rojo, y tomaba las pastillas y ya no decía cosas tontas como las mentiras que dijo sobre mamá y papá. La enfermera de todas formas no se quedó mucho ahí, porque seguramente era pendeja como mamá dijo: cómo dejar un trabajo así de bueno y de fácil; aunque volvió muy pronto.
Un día, al llegar de la escuela, veo a la enfermera y me pide entrar al departamento; yo le digo que no porque mi mamá no la quiere. Ella viene con unos señores de uniforme. Veo que mi papá se acerca a la casa desde el pasillo y que mira a la gente junto a la puerta y sale corriendo, yo les digo que no puedo dejarlos pasar y ellos me responden que son cosas de la ley. Uno de los señores toma mi mochila y busca dentro de ella, no sabe que guardo las llaves en el bolsillo. La enfermera ve el llavero saliéndose y me lo quita, abre la puerta, caminan hacia el cuarto de Neli, me doy cuenta de que le tengo cariño a esa mujer casi mueble y no quiero que se la lleven, entonces grito y lloro muy fuerte, en su habitación se escuchan pasos; cuando ellos entran no hay nadie, la ventana está abierta.
Aquí y ahora
Mariana y yo nos miramos de frente. Sonreímos. Estamos emocionadas, es nuestro primer concierto juntas. Ella entró a mi prepa hace poco. Es la chica más interesante que conozco. Se junta con los de tercero, fuma como desquiciada, y le entra a todo. Además, lleva calificaciones excelentes, incluso está en el cuadro de honor. Me gustaría ser como ella.
Desenvuelve el pedacito de cartón que trae dentro de un papel aluminio. Lo parte en dos y me dice «saca la lengua». Toma la mitad con un dedo y me la pone en la boca. Me dan escalofríos. Me llega como un flashazo el día que nos besamos por una apuesta, para ganar cincuenta pesos cada quien. La verdad sí, le traigo ganas, pero ella me ha dicho varias veces que no le gustan las morras.
Sonrío nerviosa. Es el primer ajo de mi vida, pero vengo bien preparada. Una botellota de agua, que fue un desmadre meter porque los culeros del concierto quieren que nos la pasemos tomando chela, dinero a la mano y las credenciales. Todo bien guardadito en un morral que traigo atravesado. Nos gusta echar desmadre, pero no somos pendejas.
Tomo la otra mitad del cuadro. La coloco sobre mi dedo y se la pongo en la lengua. El escalofrío otra vez. Nos levantamos del pasto y vamos a bailar. Ella prende un porro y me dice al oído «así te estallará más rápido». Seguimos bailando y la música es genial, de huevos, excelente. Gritamos, saltamos, reímos. Todo son verbos, pura acción. El chico de al lado nos pide el porro. Ella le sonríe y se lo regala, la verdad yo tampoco puedo fumar más, siento cómo el ácido comienza a recorrer mi cuerpo. Primero es la espina dorsal y después un chispazo en la cabeza. Los ojos.
Ver todo desde afuera. Las percusiones, la música, la emoción de la gente. El sudor. Alzar los brazos. Moverse. Vaciarse de pensamientos. Ser música. Y colores. Sentir la energía y los colores. Ver luces más allá de las luces. Gritar. Tengo ganas de morirme de risa. También tengo ganas de besar a Mariana. Sé que no debo, que estaría mal. Que una debe contenerse. «Contenerse» como si fuera un torrente de agua o de energía o de calentura o de no sé qué, a punto de estallar.
Mariana me toca el hombro. Hace un gesto que me cuesta entender. Señala al piso. Es el tipo del porro.
En medio de la música y el ajetreo hay otro güey altote que grita junto a nosotras: «¡Hagan cancha, hagan cancha!». Ella me toma de la mano y me saca del montón de gente. Mientras unos camilleros revisan al tipo desmayado, el grandote se dirige a Mariana. Ella lo ve de frente —no sé cómo puede hablar, yo me estoy derritiendo.
—¿Cómo se te ocurre darle mota a mi hermano, que es menor de edad? No había ni desayunado.
Mariana no tiene miedo y lo mira amenazante. Es tan alta como él. Trae un short y botas militares. Un top y varias pulseras punks. Se ve ruda.
—Él me arrebató el porro.
—Pendeja. Le voy a decir a los polis que te saquen.
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