Junto a cada toldo había una gran enramada de paja con un amplio armazón de madera, donde los aborígenes recibían las visitas; allí se instalaban asientos de cuero de carnero colocados en filas, dejando un callejón en el medio. Un asiento más alto se destinaba a la visita de mayor rango.
Vestían como gauchos pobres, los menos; otros solos usaban poncho, y algunos se tapaban con una jerga; eran afectos a las vinchas de tejido pampa, que les sujetaba los cabellos. Los caciques y jefes usaban las ropas de los gauchos, adornándose con objetos de plata.
Las mujeres eran, en cuestión de vestidos, muy adictas a las ropas de las blancas. Usaban muchos adornos: collares, zarcillos, brazaletes en brazos y tobillos. Muy coquetas, se pintaban los rostros en forma ostensible y eran afectas al uso de espejos, que constituían el mejor regalo que se les podía hacer.
Los ranqueles hablaban el idioma araucano, con algunas modificaciones. Practicaban la agricultura sembrando maíz, zapallos y sandias.
La caza era uno de los pasatiempos favoritos, a la vez que le proporcionaba carne para muchos días; se especializaban en cacerías de gamos, avestruces y venados.
Eran grandes bebedores; lo hacían en exceso y en forma escandalosa; ingerían aguardiente, chica y vino.
“ los efectos de la bebida en el aborigen eran los comunes, pero con una violencia y desafuero extraño; recordaban los agravios hechos a sus mayores y deudos y se empeñaban en vengarlos en aquel acto, del que nacían frecuentes pendencias entre sí, hiriéndose y matándose mutuamente a vista de sus caciques y padres, sin respeto a nadie y muchas veces acometiéndolos. El español debió ser siempre un insensible espectador, sin auxiliar a nadie, aunque les veía hacerse pedazos; porque en el momento que lo hacía, el auxiliado y el contrario le acometían, imponiéndose. Era un acto de cobardía entre ellos reparar o quitar el golpe y por lo mismo se herían de muerte y mataban. El emborracharse era una de sus mayores felicidades y los caciques daban el ejemplo: para esto observaban una franqueza y una generosidad particular. Un cacique no tomaría sin la concurrencia de sus súbditos; era cosa muchas veces observada, que si no había más que un cigarro, todos habían de fumar de él; pasándolos de mano en mano, y así con los comestibles y cuanto se presentara. Para estos alardes, que por tales los tenían, venían a su usanza todos pintados los rostros, de negro unos con lágrimas blancas en las mejillas; de colorado otros con lágrimas negras y parpados blanqueados; con plumajes y machetes, reservando las lanzas, bien acicaladas, en un asta de seis varas de largo, con mucho plumaje en el gollete, en los toldos, para hacer el uso que conviniera de ellas, “según el resultado de los parlamentos”.
Los caballos eran los animales preferidos de los ranqueles. Los amaestraban con extraordinaria habilidad y los cuidaban como parte de su cuerpo. Eran habilidosos jinetes, y los equinos en las guerras fueron valiosos instrumentos de la misma.
Habían caciques generales, caciques capitanejos y mandones. Cuando el cacique llegaba a viejo, un plebiscito para elegir sucesor. En cuestiones importantes, se consultaba al consejo de ancianos.
“ Creían en deidades , una buena, invisible, a la cual no rendían culto, pero le destinaban una pizca de sus comidas o bebidas que arrojaban al suelo mirando al cielo, exclamando: ¡Para Dios! A esta deidad la denominaban “Cuchaentrú” o sea “Hombre Grande” o “Chanchao”, es decir, “Padre de Todos”. La otra deidad era “Walichú”, escrita comúnmente “Gualichu”, verdadero Satanás o Demonio, signo de la adversidad, que ocasionaba todos los males y desgracias y estaba en todas partes. Para conjurarlo se sacrificaban animales de tiempo en tiempo”.
Los ranqueles tuvieron fama de valientes, eran audaces y astutos, llenos de picardía, en fin desconfiados como la pampa misma.
Por años fueron el terror de los pueblos del interior de la provincia de Córdoba. Los archivos están llenos de documentos donde se muestran como hombres crueles, siendo famosas las depredaciones en estancias, chacras y lugares habitados por el hombre blanco; donde atacaban quedaban las ruinas y el terror.
La lengua ágrafa que utilizaban los ranqueles para llamar a su lugar Mamul Mapu (país del monte) esta lengua no posee escritura y tampoco existe consenso absoluto por parte de los especialistas respecto de los signos fonéticos más adecuados para transcribir las expresiones orales. Como regla muy general, las palabras simples terminadas en consonante son agudas, ej.: ralun, malen y las teminadas en vocal, son graves, ej.: huapi, cura, ruca.
Vivienda pampa
Indios Pampas

La cautiva: los Ranqueles

Otra excursión a los indios ranqueles

Malones y campaña del desierto

Hegemonía del hombre blanco
CAPÍTULO II Antiguas cicatrices del desierto: las rastrilladas
Una rastrillada son los surcos paralelos y tortuosos que han dejado los aborígenes en las constantes idas y venidas en el campo, suelen ser profundos y constituyen un verdadero camino ancho y sólido”, escribe Lucio V. Mansilla en Una Excursión a los Indios Ranqueles.
Mansilla asegura que desde Leubucó, estación central, salen caminos, para las tolderías de Ramón, Baigorrita y Calfucura, en salinas grandes; para la cordillera y para las tribus araucanas”.
El mismo rumbo que seguían las rastrilladas fue utilizado luego por carretas y diligencias. Chasques, soldados, gauchos de todas layas, comerciantes, troperos, exploradores, naturalistas e inmigrantes llegaban a las postas a descansar, proveerse, mudar caballos y conversar. Y con los huellas se entreveraban vidas e historias.
Hundidos en la raíz de la tierra se fueron asomando los caminos como rastro de todas las ausencias, como promesa de cualquier reencuentro. Después de la llamada conquista del desierto dos huellas de acero reemplazaron esas sendas sin domar y las poblaciones fueron encendiéndose como luces en la noche.
Las rastrilladas en el sur de Córdoba
Las rastrilladas que existieron en el sur de la provincia de Córdoba formaron parte de un entramado que abarcaba toda el área pampeana (ver Fig. 3). En general siguieron un curso N-S, en dirección a los grandes cacicatos ranqueles que tuvieron su epicentro en la actual provincia de La Pampa.
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