Las armas que utilizaban los pampas eran, entre otras, las boleadoras (de dos y tres piedras), el arco y la flecha, bolas arrojadizas y la honda; las puntas de las flechas las hacían con maderas duras o variedades de cuarzo. A partir de la segunda mitad del siglo XVII empezaron a utilizar lanzas.
También, tuvieron su idioma propio, pero se carecen de datos concretos; solo conocemos algunos vocablos, que se detallan a continuación.
Cuando en los pajonales había muchas langostas, los pampas lo prendían fuego y así lo tostaban, para luego molerlo y con su pasta preparaban pan
Lengua ágrafa pampa
casu: cerro
hatí: alto
gleter: padre
meme: madre
het: gente
ma: mi
Mikel: zorrino
chu: tierra
ya: cacique
tehuel: sud
soychu: ser supremo
gualichu: espíritu del mal.
Por ser pueblos nómades no tenían moradas fijas, sus viviendas eran chozas de cueros de venados, muy pintados y sobados, que servían para cobijarse de las severidades del tiempo. Posteriormente utilizaron cueros de caballos para esas construcciones, las cuales eran cocidas con venas y nervios de animales previamente trabajados, que se tensaban fuertemente. Levantaban sus viviendas cerca de los ríos, arroyos y lagunas para el abastecimiento del agua y todos sus recursos.
En cuanto a su organización política debemos apuntar que los pampas no formaban originariamente una nación, sino que eran tribus independientes entre sí, vivían en parcelas separadas y con jefes propios, a quienes respetaban en épocas de normalidad. El cacicazgo era transmitido por herencia y en tiempos de guerra elegían como jefe guerrero al cacique de mayor prestigio y condiciones de mando de las diferentes tribus reunidas, a estos los llamaban “curacas”, los cuales era respetados y obedecidos ciegamente.
Alrededor de 1670 los pampas se relacionaron con los “aucaes”- aborígenes rebeldes o alzados- provenientes de Chile, nómades araucanos o araucanizados y se estableció entre ellos un comercio de trueque. Mientras los primeros les entregaban cautivos, caballos, yeguas y plumas de avestruces, los aucaes los aprovisionaban de armas ofensivas y celebraban alianzas que les permitían entrar por el lado sur y sudeste de nuestra provincia.
En el siglo XVII esta alianza quedó anulada, dando lugar a una dilatada y sangrienta guerra, de la cual sacaron ventajas los invasores por su enorme superioridad. Ante esta contingencia los pampas debieron huir finalmente a los centros poblados por los cristianos y allí buscaron refugio. Con el paso de los años se asimilaron a los centros civilizados.
A principios del siglo XIX, la población pampa que hasta entonces dominaba la inmensa llanura comenzaba a desaparecer, siendo remplazados por otras tribus de estirpe araucanas y mapuches. Estos que buscaron asentar sus tolderías en las lagunas y cañadones anegadizos de depresiones del tipo de las salinas grandes, impusieron su lengua, costumbres y creencias.
Primeras huellas que hacen historia: Los Ranqueles
Los aborígenes ranqueles constituyeron el centro de absorción de numerosas tribus errantes y, en la época de mayor poder, ocuparon las llanuras del sur de Córdoba y Santa Fe y el oeste de Buenos Aires. (1). Se los denominó “Araucanos de la Pampa”emigraron desde la provincia de Arauco, Malleco, Gautí, Bío Bío. Región central de Chile.
El nombre primitivo fue “ranculches y ranquelches”, para derivar después en “ranqueles”. Su traducción literal de la lengua araucana es la siguiente “rancul” es carrizal y “che” gente o persona; lo que significa entonces: “gente del carrizal”. Los ranqueles ocuparon la región denominada Mamúl Mapu, o sea la “región del monte”, pero los grandes jefes o caciques tenían su residencia principal en Leubecó, en territorio de la actual provincia de La Pampa, colindando con el sur de la provincia de Córdoba.
El desplazamiento de los ranqueles a la parte meridional de nuestra provincia ocurrió en la primera mitad del siglo XVIII. Según el R.P. Juan B. Fessi, estas tribus estaban en pleno auge a mediados de siglo en la parte sud de Córdoba con el nombre de , o sea aborígenes alzados o rebeldes.
En 1725- como ya hemos hecho referencia- los aucaces que habían estado aliados con los pampas o moturos, rompieron ruidosamente la alianza; así es como en 1726 los primeros atacaron a los segundos con un escuadrón de más de trescientos hombres armados de lanzas y espadas, persiguiéndolos a muerte. Los pampas huyeron y buscaron asilo en las poblaciones cristianas, fortificándose finalmente en río de los Sauces, zona del actual departamento Río Cuarto.
En este diferendo tuvieron que intervenir las autoridades militares de Córdoba y el cabildo de La Carlota, obligando a los aucaes a volver a sus tierras y a los pampas a sus dominios; más estos, temerosos de sus enemigos, se refugiaron en centros poblados por cristianos y en especial en las cercanías de Cruz Alta; departamento de Marcos Juárez.
Los ranqueles en definitiva se ubicaron en las zonas comprendidas entre los ríos Chadelas o Chadileufú y Quinto.
A principios del siglo XIX el cacique araucano Yanquetruz arribó a las tierras de los primitivos pampas al frente de un importante ejército de lancero. Los ranqueles por esos días acababan de perder a su gran cacique Calelián y eran muy pocos en número; al morir Calelían (hijo) de viruela, los integrantes del pueblo hicieron una alianza con Yanquetruz y lo declararon jefe en el transcurso de 1817, comenzando la definitiva araucanización de los ranqueles, pues estos perdieron su hegemonía como unidad étnica.
Han sido varios los escritos argentinos que se ocuparon de la vida de estos aborígenes, entre otros: Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”; el coronel Lucio V. Mansilla en “Una excursión a los indios ranqueles”; trabajo premiado en el Congreso Internacional Geográfico (1875); y José Hernández en “Martín Fierro”, obras todas muy difundidas y traducidas a varios idiomas.
En 1875 se pudo calcular la población ranquelina en unas 5.000 personas.
El coronel Mansilla describe a los ranqueles como personas de “frente algo estrecha, la nariz recta, corta y achatada, la boca grande, los labios gruesos, los ojos sensiblemente deprimidos en el ángulo externo, los cabellos abundantes y cerdosos, la barba y el bigote ralos, los órganos del oído y las vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza y a veces blanco amarillenta, la talla mediana, las espaldas anchas, los miembros fornidos” (5). Agregando que la , cara de los ranqueles era achatada , aplastada, con pómulos abultados y facciones repulsivas, y el cabello sumamente negro, cayendo sobre los hombros”. (6)
Eran desconfiados, astutos y recelosos; “ladinos”, al decir de Hernández, no solo con los hombres blancos, sino también con los otros aborígenes. Para ellos los hombres blancos eran sus enemigos y les dispensaban un odio sin retaceos.
A lo largo y ancho de La Pampa los ranqueles estaban repartidos en unos cuatrocientos a seiscientos toldos. Cada familia se componía de diez a veinte personas.
Ubicaban las viviendas a la orilla de las lagunas, bañados y ríos. Los toldos los disponían en dos hileras, al decir de Mansilla; eran galpones “de madera y cuero. Las cumbreras, horcones y costaneras eran de madera y el techo y las paredes de cuero de potro, cocidas con venas de avestruz. El mojinete tenía una gran abertura; por allí salía el humo y entraba la ventilación….todo estaba dividido en dos secciones de nichos de derecha a izquierda, como los camarotes de un buque. En cada nicho había un catre de madera, con colchones y almohadas de pieles de carnero y unos sacos de cuero de potro colgados en los pilares de sus casas. En cada nicho pernoctaba una persona”. (7)
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