María Laura Méndez - Procesos de subjetivación

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El interés fundamental de este trabajo se basa no solo en desarrollos conceptuales que han caracterizado la imagen del pensar político académico, sino también en expresar por qué hoy una transmisión antropológica evidencia un compromiso ético–político en estrecha relación con la deconstrucción de los paradigmas educativos de la Modernidad.
Para este propósito intentamos realizar una cartografía que use como elementos de montaje los problemas que se han planteado las llamadas ciencias antropológicas desde su surgimiento. Un esfuerzo intelectual por hacer pasar la antropología de un estar al servicio de la empresa colonial a la visualización del otro, un pasaje del monoculturalismo a la interculturalidad, sabiendo que estos desarrollos producen afectos que han transformado y transforman de una u otra manera los universos existenciales.
Claude Lévi-Strauss es por excelencia el pensador que abre al siglo XX y a la Antropología el problema de la Diferencia. Podríamos considerarlo fundacional, porque, como aclara Derrida, solo la etnología del siglo XX, con Lévi-Strauss a la cabeza, opera un descentramiento; es «el momento en que la cultura europea (y por consiguiente la historia de la metafísica y de sus conceptos) ha sido dislocada, expulsada de su lugar, teniendo entonces que dejar de considerarse como cultura de referencia» (Derrida, 1989, p. 388).
La diferencia se expresa siempre como diversidad, y es justamente un óptimo de diversidad el que permite la existencia de la cultura en tanto que siempre es mestiza, diversa, híbrida.
La diferencia es el concepto a partir del cual Lévi-Strauss puede desplegar tanto los desarrollos sobre las estructuras elementales del parentesco como su trabajo acerca del «discurso mítico» como él lo llama, teniendo en cuenta que el modelo del que no se desprende a lo largo de su obra, es el de la Lingüística estructural.
Pese a que Lévi-Strauss centra su pensamiento en la diferencia, que no deja de operar en términos políticos, en el plano ontológico no abandona la identidad. La diferencia es pensada, en su desarrollo antropológico, siempre como diferencia de lo mismo, diferencia dentro de la estructura y las limitaciones de sus operaciones de transformación; dado que en el sistema lévi-straussiano las relaciones no son exteriores a los términos, existe un orden por el cual determinados términos sólo pueden entrar en determinadas relaciones.
Esto es propio de todo sistema cerrado. Para Lévi-Strauss la diferencia tiene un trasfondo que es invariante: lo estructurante como invariable. De ahí que sea su idea de estructura como operación lógica, la que es común a la condición humana y que, si bien tiene una ventaja política de pensar en términos de igualdad como punto de partida (para él como condición universal), corre con la desventaja de no poder pensar variaciones en devenir: la expresión de la vida en todas sus formas. Aquí encontramos el límite de sus propuestas y la posibilidad de ampliar los horizontes a partir de pensamientos también fundamentales para la Antropología como son los de Deleuze-Guattari.
Nos proponemos aquí construir un diálogo entre paréntesis, un diálogo que desafía el tiempo, en donde sus interlocutores se encuentran y se separan, se interpelan y se desafían, de la misma manera que ocurre con las distintas corrientes del pensamiento contemporáneo. Esto es lo que le da consistencia a la complejidad y a la riqueza del mundo intelectual, en el campo de las humanidades y las ciencias en la actualidad.

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La Idea son las multiplicidades mismas de las cosas en sus diferentes dominios de realidad, física, biológica, lingüística y social.

El término designa una organización propia de lo múltiple en tanto tal, que no tiene necesidad de la unidad, ni se debe a una identidad previa nacida de la esencia o del concepto, sino que proviene de las formas de organización de sus elementos. Para que se pueda hablar de Idea en tanto que multiplicidad tiene que reunir tres condiciones: a) que los elementos no tengan forma sensible ni función asignable, o sea diferencia pura; b) que los elementos sean determinados recíprocamente en las diferencias no localizables, y c) que las relaciones diferenciales recíprocas se actualicen en puntos distinguibles o en relaciones espacio-temporales, encarnadas en términos y funciones variadas.

Los elementos constituyentes nunca pre-existen, sino que provienen de las relaciones que guardan entre ellos. Como ejemplo de Idea física Deleuze propone el Clinamen, para idea biológica a la Idea de organismo según G. Saint Hilaire, para la idea social a Marx, según el sistema de conexiones de las fuerzas múltiples de producción y el múltiple de las relaciones de producción.

El origen de las Ideas

La idea como objeto diferencial es la violencia que incita a pensar. Toda pregunta obliga a pensar, imperativo de aventura , lo llama Deleuze. Las ideas proyectan en problemas los imperativos de los cuales proceden, son inseparables de un poder decisorio, de un azar, según Nietzsche, las preguntas son los dados, el imperativo es el lanzar. Ese es el origen. Toda obra nace de esos imperativos aleatorios, contingentes, tarea ciega que fuerza a pensar.

Es aquí en donde la pregunta por las formas de actualización de lo diferenciante toma nuevamente relevancia:

c) La diferencia como intensidad.

Lo que actúa como diferenciante último en los procesos sensibles de actualización es la diferencia como intensidad.

Se está en presencia de la “síntesis trascendental de lo sensible”, que es necesariamente asimétrica, en razón de la intensidad que funda lo sensible.

La pregunta ¿qué es lo dado? remite a preguntarse por quién da. Es la diferencia quien da, dice Deleuze, lo dado es dado como diverso, la diversidad es el carácter de lo dado, lo que lo diversifica, lo que difiere es la Diferencia. Así la Diferencia, en tanto razón de lo sensible toma la forma de diferencia de intensidad.

Toda diferencia es diferencia de intensidad, todo lo que aparece es correlativo de órdenes diferenciales: diferencias de nivel, de temperatura, de velocidad, de presión. Lo que está dado supone lo desigual, lo asimétrico, y recíprocamente toda intensidad es diferencial, diferencia de diferencia. Toda intensidad implica una diferencia, o una desigualdad entre dos fuerzas o series de fuerzas, que no dejan de reenviarse y replicarse al infinito.

Diferencia y Representación

Deleuze plantea el carácter irreconciliable entre el concepto y la cosa, como también la imposibilidad de que lo múltiple se resigne a la localización en lo uno.

“(…) La emancipación sólo puede pensarse desde su propia contradicción, pues si la emancipación es real es netamente contradictoria. Y entonces el lugar de la resistencia debe instituirse siempre como lugar de lo múltiple, pues todo movimiento identificante que tienda a la superación de las contradicciones se condenará a sí mismo al fracaso” (Dipaola y Yablowski, 2008, p.128).

Una concepción inmanente tiene por efecto desmantelar tanto el subjetivismo como el estructuralismo, cualquier forma de pensamiento que anule la tensión sólo puede ejercer violencia contra el mundo y contra sí mismo, mientras que aquel que la conserve tendrá una relación con el devenir y el movimiento en múltiples perspectivas, ampliando los universos existenciales. Para Deleuze es condición fundamental pensar la realidad como choque de fuerzas, y la voluntad de poder como forma de organizar la multiplicidad, que emerge entonces como signo.

“La estructura problemática forma parte de los objetos y permite captarlos como signos, así como la instancia cuestionante o problematizante forma parte del conocimiento y permite captar su positividad” (Dipaola et al ., 2008, p.130).

Al pensar que el Ser es la Diferencia, ella es también el no ser, pero no como negativo, sino en tanto escapa a la dialéctica binaria del ser-no ser. Ese (no)-ser es el elemento diferencial en el que la afirmación múltiple encuentra el principio de su génesis. Esto a Deleuze lo fuerza a plantear, además de la diferencia irreductible entre el concepto y la cosa, una diferencia en cada singularidad consigo misma. Proponiéndose con esto la crítica a la representación, para dar cuenta de que este movimiento permanente de la diferencia no puede estar encerrado en una forma del ser estática. “El ser se extiende hacia el afuera, es extremado y se impone así sobre el plano de la inmanencia, desligándose del plano del pensamiento propio de la representación en tanto razón identificante” (Dipaola et al. , 2008, p.131).

Hay entonces en la crítica de Deleuze a la representación, cuatro puntos fundamentales:

la crítica a la identidad en relación al concepto mismo de ser en tanto que más allá de las determinaciones, Ser = Ser;

la crítica a la analogía de cualquier concepto con su esencia contenida en el Ser;

la crítica a la oposición en la relación misma de las determinaciones del concepto, o sea, que toda afirmación contiene su propia negación como en la dialéctica;

y la crítica a la semejanza entre la cosa y el concepto.

Estas ideas se resumen en: Identidad, analogía, oposición y semejanza. La diferencia no puede quedar capturada por ninguno de estos cuatro aspectos porque inmediatamente se anularía, desaparece toda brecha, dejando el campo abierto al pensamiento preso de lo idéntico.

“…Deleuze da cuenta del teatro sobre el que la diferencia se mueve: no se trata de que la diferencia no es (como pretende la razón identificante), sino que está más allá del ser y también, más allá del no ser” (Dipaola et al. , 2008, p.131).

Este marco problemático es fundamental para comprender la complejidad del pensamiento mítico en tanto que campo de investigación de la antropología. En este sentido es que se despliega la labor del mito: que al no plantearse en relación, ni al ser ni a la esencia, el relato mítico da cuenta de este diferir constante, de esta imposibilidad de que el lenguaje coincida con la cosa, abriendo así la posibilidad de que la cosa pueda ser dicha, percibida y sentida de infinitas formas y en infinitas intensidades.

La crítica de la representación supone también para Deleuze cuestionar la filosofía de la predicación, porque implica que lo que se predica es una cualidad estática de lo que es, o sea, de una objetividad existente, presuponiendo además un sujeto como fundamento sobre el cual este predicado se conforma. Por eso para él se trata de poner en movimiento toda predicación, tomando su típico ejemplo: en vez de “el árbol es verde”, “el árbol verdea”, lo que implica un devenir árbol del verde y un devenir verde del árbol. Por consiguiente se anula el ser, los dos términos están en devenir y lo que hay es acontecimiento. Acontecer es justamente devenir, y no tiene ni principio ni fin. No hay devenir “de algo” porque el devenir arrastra todo planteo óntico posible. Sólo hay fluir, devenir incontrolable.

Es en una relación entre la repetición y la diferencia en donde se instala el concepto de simulacro. Los simulacros para Deleuze no pueden ser nunca representaciones, sino que lo que captan es la disparidad constituyente en la cosa. El simulacro es el signo mismo en tanto que expresa siempre fuerzas en tensión que escapan del modelo y de la generalización.

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