El capítulo “Testimonio Cristiano” concluye con una discusión del enfoque del testimonio cristiano. El enfoque central del testimonio cristiano debe estar en las metas dobles de transformación: gente cambiada y relaciones cambiadas. Los pobres, los no pobres y el profesional de desarrollo (y su agencia) deben de trabajar juntos en la búsqueda de su verdadera identidad y la recuperación de su verdadera vocación dentro del contexto de relaciones justas y pacíficas. La sección discute luego cómo esto puede darse como resultado del testimonio cristiano y el cambio de cosmovisión. Finalmente, cierra con la pregunta “¿Quién cambia?”. La respuesta es que todos deben cambiar. El desarrollo transformador es un viaje en el que todos están y que todos deben buscar.
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Desarrollo-Los orígenes de una idea
La noción de desarrollo en términos de ayudar a una nación a escapar de la pobreza surge exactamente después de la Segunda Guerra Mundial. La idea subyacente de que las sociedades pueden cambiar y de que las circunstancias vivas pueden mejorarse es moderna: surgió lentamente en el siglo XVII y no se extendió ampliamente en Occidente sino hasta finales del siglo XVIII. Entender el origen del concepto de desarrollo humano y nacional nos ayudará a entender mejor en dónde estamos en términos de pobreza y desarrollo hoy en día. Después de una breve revisión histórica, el capítulo introduce algunos de los contribuyentes contemporáneos más importantes a la conversación mundial sobre erradicación de la pobreza. Aunque sus teorías son globales en alcance y por lo tanto no son especialmente útiles para profesionales del desarrollo, sus ideas están influyendo en la investigación de desarrollo contemporáneo y en cómo los donantes y los implementadores de desarrollo funcionan hoy en día.
Mirando atrás
La trayectoria cambiada de la historia
El trabajo seminal de la historia económica mundial de Angus Maddison ha llamado nuestra atención sobre cuán significativamente cambió el mundo a principios del siglo XIX. Desde el principio de los tiempos hasta inicios de 1800, la condición humana no cambió mucho. La riqueza del mundo no cambió; tampoco la población, y la expectativa de vida nunca subió por encima de los cuarenta años. Casi todos vivían en un mundo de escasez e inseguridad: subsistieron con el equivalente de US$ 1,25 por día durante unos mil años después del tiempo de Cristo. Del 1000 a 1820, esa cifra solo creció a US$ 1,80 por día (Maddison, 2003). La mayoría vivía y trabajaba en la casa y el trabajo no era algo que alguien hiciera por un pago sino más bien algo que la familia hacía para mantenerse viva. Aunque siempre hubo unos cuantos con una relativa riqueza, casi todos eran pobres, más o menos tan pobres como la mayoría de los pobres del sur en la actualidad. La idea de crear riquezas a través de su trabajo, los conceptos de un sistema de mercado o la tierra como capital simplemente no existían (Heilbroner, 1999:18-19). En los albores del siglo XIX hubo un impresionante cambio histórico que introdujo una trayectoria radicalmente nueva de riqueza global y de bienestar humano (Figura 2-1).
Figura 2-1: PIB Global (Adaptado de Maddison)
Durante los últimos doscientos años, la riqueza del mundo aumentó más de cincuenta veces y la población mundial creció seis veces. La riqueza per cápita del mundo aumentó increíblemente nueve veces en este corto periodo de doscientos años (Maddison, 2003:256, 259). La expectativa de vida en Europa casi se duplicó en el mismo periodo (Maddison, 2001: 29). Más personas, más riqueza por persona, mejor salud, ¿Qué pasó?.
Muchas cosas cambiaron, muchos de los cambios fueron fundamentalmente radicales en naturaleza. Dado que la nueva idea de un Estado —nación seglar— empezó a convertirse en una realidad concreta en Europa, Adam Smith escribió su Theory of Moral Sentiments (Teoría de sentimientos morales, 1759) y luego Wealth of Nations (Riqueza de naciones, 1776) con nuevo conjunto de ideas que ahora llamamos economía política. Determinado por un deseo de explicar qué estaba pasando en Gran Bretaña como resultado de la Revolución Industrial y su preocupación por la protección del bien común, Smith propuso dos nuevas ideas principales (Heilbroner, 1999:20): primero, la riqueza —la producción anual de la tierra y el trabajo de una sociedad— se podía crear (aumentada) por medio de la innovación e inversión en un sistema de mercado; las economías no tenían que ser juegos de suma cero. Segundo, la vida económica ya no necesitaba estar organizada alrededor de la tradición cultural o mando autoritario. El “gran carruaje de la sociedad”, que durante tanto tiempo había recorrido la suave pendiente de la tradición, ahora se encontraba impulsado por un sistema de combustión interna, a saber: el sistema de mercado y su “mano oculta” (Heilbroner, 1999:33). Sin este cambio paradigmático en cómo entendemos la economía, la idea de desarrollo —mejorar la condición humana— es incomprensible.
Como todos estamos conscientes, este cambio estuvo acompañado de la Revolución Industrial, fue impulsado por una avalancha de inventos tecnológicos que extendió dramáticamente el poder físico humano. Por primera vez en la historia de la humanidad la cantidad de trabajo que una persona podía hacer no se limitaba a la fuerza de su espalda. A principios del siglo XVII, Francis Bacon desafió a los eruditos escolásticos de la academia de su época a cambiar su enfoque de deducir todo de los primeros principios —revelación de Dios— y pidió un cambio de enfoque para leer otro libro de Dios-naturaleza. La motivación de Bacon para este cambio hacia la observación y deducción fue mejorar las vidas de las personas comunes y corrientes (Anderson, 1960:23, 78). A principios del siglo XVIII, este cambio de mentalidad había resultado en una impresionante variedad de inventos humanos y el surgimiento de la ciencia moderna en Occidente. Surgieron la medicina y la agricultura modernas. El transporte y la comunicación se transformaron. Todo esto se unió al nuevo entendimiento acerca del crecimiento económico.
Sin embargo, el cambio más fundamental fue en cómo los seres humanos entendieron su mundo y su capacidad de cambiarlo. De un sentido tradicional de resignación a la luz de un mundo inhóspito, los seres humanos descubrieron un nuevo sentido de acción humana y empezaron a pensar nuevas ideas y a tomar acciones para mejorar sus circunstancias. Deidre McCloskey, profesora de Economía, Historia e Inglés, argumentó convincentemente que el rápido despegue de la innovación y el crecimiento económico a principios del siglo XIX estuvo impulsado por un cambio en la visión de la gente común y su autocomprensión. De siervos pobres, que conocían y aceptaban su lugar permanente en el mundo, empezó a surgir una nueva clase media que fue tratada con creciente respeto y a la que se le dio la libertad de disfrutar de las gratificaciones de sus esfuerzos e innovarlas (McCloskey, 2010:11-12). La libertad y el aumento de la acción humana desataron la creatividad y la esperanza de que era posible un futuro mejor; una idea que resurge en este libro cuando hablamos de sanar la identidad deteriorada de los pobres. Esta era una idea radicalmente nueva:
Desde Platón, el ser ha sido entendido como una presencia eterna, sin cambio. El cambio siempre se aleja del ser, degeneración... Si el cambio no es simplemente degeneración, entonces algunos cambios pueden ser progresivos. Un cambio guiado por una humanidad iluminada puede producir bien. El progreso se abre como una posibilidad humana. (Gillespie, 2008: 36)
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