1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 Mientras se reparten la comida, Leire se fija en la dependencia donde se encuentran. Es una estancia austera. La única decoración que tiene, a parte de un viejo retrato del rey emérito, es una pizarra magnética todavía vacía de contenido, a la espera de la llegada de las fotos y los apuntes que ayuden resolver el caso.
Por fin están todos sentados, empezando a dar buena cuenta de sus viandas, excepto la inspectora, que aguanta el ayuno y la postura. Se sienta sobre el tablero de la mesa y empieza a hablar:
—Bien. Pues al menos ya tenemos algún dato y trabajo por delante. Ya sabéis que el muerto se llamaba Gabriel… —tiene que mirar la aplicación de notas de su teléfono móvil para decir el nombre completo— Coscullela Ros. Quiero saber quién era este tipo, a qué se dedicaba, dónde vivía, qué hacía en la biblioteca… Además, si tiene familia, habrá que avisarles de que ha fallecido, porque hasta ahora nadie lo ha debido de echar en falta.
Leire se queda mirando a sus compañeros para ver si se presenta algún voluntario para esa tarea, pues todavía desconoce en qué es fuerte cada uno de ellos. No tiene que esperar mucho porque todos dirigen su mirada hacia Jonatan, que se da por aludido.
—Yo me encargo, inspectora, se me da bien el rastreo de identidades.
—Perfecto, Cid, para lo que necesites nos pides ayuda.
El agente asiente, pero no se mueve de su sitio y se espera para conocer el trabajo de sus compañeros. Leire sigue adelante:
—Por otro lado, algo más que sabemos es que este señor solía ir con un ordenador a la biblioteca, aparentemente a escribir, y no ha aparecido ningún objeto personal suyo, ni por supuesto dicho ordenador. O bien el sábado fue a contemplar el ambiente literario o alguien se ha llevado esas pertenencias, y tiene todas las papeletas de haberlo hecho quien se lo haya cargado.
—Porque damos por hecho que no ha sido una muerte natural —le interrumpe el Abuelo.
—¿Perdón? —Leire se sorprende de la afirmación del agente.
—Que estamos dando por hecho que lo han matado, sin tener todavía los resultados de la autopsia —continúa el agente Lamata—, y digo yo que a lo mejor se ha muerto él solo, porque le ha llegado la hora.
—A ver, Abuelo… —interviene la subinspectora, en defensa del trabajo de su jefa—. ¿De verdad piensas que se ha muerto solito?, ¿así, sin más?, ¿le dio por ir el sábado a la biblioteca, no habló ni se relacionó con nadie, sufrió un parreque en el baño justo a última hora y tuvo la mala suerte de quedarse allí tirado, de esa manera tan forzada que hemos visto, sin que nadie se diera cuenta?
—Solo era una idea, jefa.
—Pues, como es tan buena idea, si a la inspectora le parece bien, te vas a encargar tú de comprobarla preguntando a los sabuesos por su trabajo, ya sabes que les encanta tenernos encima metiéndoles prisa.
Martina mira a Leire buscando su aprobación, quien se la otorga con un asentimiento de cabeza y le permite seguir.
—Te vas a ir a las dependencias de la científica, o al Anatómico Forense si están allí todavía, te tragas la autopsia si es el caso y te traes de vuelta el primer informe, oral y escrito, a ver si te dan la razón o te convencen de que alguien se lo ha cargado.
—Vale, vale —se resigna el Abuelo, algo molesto por la reprimenda—, yo me encargo.
De los tres agentes, solo Elisenda está todavía sin misión, por lo que se revuelve en su asiento. Leire aprecia su discreción, siempre le ha gustado la gente prudente, así que se esfuerza en asignarle rápido una tarea.
—Eli, si no te importa, tú vuelves a Coslada. Me interesa una prospección de lo zona… Ya sabes: cámaras de seguridad de locales cercanas, trabajadores de la zona que estuvieron por allí ese día, cualquier cosa que pueda ser de utilidad. Además, como la noticia ya habrá corrido de boca en boca, seguro que algún vecino quiere aportar su versión de los hechos. Nos vendrá muy bien todo lo que saques en claro para que, cuando sepamos más sobre el difunto, volvamos de nuevo por allí.
—¡Así da gusto! —exclama Martina—. Ya tenemos todos ocupación, por lo que estamos tardando en terminarnos el bocata y empezar a currar. ¡Vamos, equipo!
Los tres agentes, en vez de dar los últimos bocados en la sala, salen con sus bocadillos en la mano, rumbo a sus destinos. Una vez a solas, Martina se vuelve hacia su jefa, quien está mirando, distraída, la pizarra en blanco, como si ya tuvieran allí la solución al caso.
—Bueno, jefa, no he querido decirlo delante de todos, pero… ¿y nosotras?, porque algo tendremos que hacer, ¡que hay que dar ejemplo! —dice con cachondeo.
Leire sonríe ante la actitud de su segunda.
—Nosotras vamos a que nos diga Cid dónde vivía el hombre y nos acercaremos al domicilio.
Encuentran al agente ya absorto en la pantalla de su ordenador. Le piden la primera información que encuentre sobre Gabriel Coscullela Ros, y Cid se pone enseguida a ello. Al minuto comparte los primeros datos, bastante escasos, que aparecen en internet sobre el difunto.
—Normalmente —les explica Cid—, es teclear cualquier nombre en un buscador de internet y aparecen, además de sus posibles logros o cargos profesionales, todas las redes sociales donde esa persona airea habitualmente su vida.
Eso es algo que Leire nunca ha entendido, como sabe cuánto te desnuda ante cualquier amenaza el publicar constantemente tu actividad en las redes sociales, no usa ninguna de ellas a nivel personal. Es verdad que, al ser policía, lo hace por seguridad, pero también porque nunca ha tenido la necesidad de publicar en ningún sitio si está de vacaciones por ahí, o tomando café con su madre, o que a su gato Carmelo le ha gustado la última latita de gambas que le ha comprado. Ella considera que su vida privada es eso, privada, y la comparte de palabra y solo con quien ella quiere o le pueda interesar. Pero, por otro lado, el hecho de que la gente se empeñe en hacer lo que ella evita le viene muy bien para su trabajo como investigadora, es el primer sitio donde cualquier policía busca información para empezar a recabar datos de una persona.
En el caso del muerto, Cid solo encuentra a su nombre una página —muy poco actualizada por cierto— de Facebook. Saben que es del Gabriel a quien investigan por la foto de perfil —que también es la única que hay publicada en la red social—. La imprimen para empezar a rellenar la pizarra blanca. No figura ninguna red social más a nombre de Gabriel Coscullela Ros. A parte de eso, también encuentran, en una página de información empresarial, el nombramiento hace años de Gabriel Coscullela Ros como directivo de una multinacional dedicada a la consultoría y que ellos no conocen.
El resto del trabajo de rastreo informático de una persona ya es un proceso mucho más largo y tedioso, que requiere mucho ir y venir por diferentes páginas de internet. Por eso, las dos policías, para no quedarse allí mirando a su compañero y sin hacer nada, deciden dejar a Cid haciendo su trabajo, no sin antes pedirle que busque, en la base de datos policial del documento nacional de identidad, el último domicilio conocido del difunto.
Se sorprenden al comprobar que Gabriel figura con residencia en Madrid, y no en Coslada, como se podría suponer al haber aparecido muerto en su Biblioteca Municipal. Al no tener todavía ningún dato más relevante, siguen con su intención de desplazarse —con pocas expectativas de que la visita vaya a ser muy fructífera— hasta la dirección del domicilio habitual.
De nuevo se montan en el BMW Serie 1, al que ya se están acostumbrando, y salen del garaje de la comisaría. Martina conduce cantando. Esta vez, junto a Jarabe de Palo la canción de «La Flaca», lo que permite a Leire ir sumida en sus pensamientos y disfrutando de la belleza de la zona centro de Madrid, ya que la dirección que les ha facilitado Cid es en la calle Abtao, cerca del parque del Retiro, y para llegar allí desde la comisaría tienen que atravesar las calles más emblemáticas de la ciudad: la Gran Vía casi en su totalidad, la Plaza de Cibeles, el Paseo del Prado, la Plaza de Neptuno y la estación de Atocha con su monumento a las víctimas del terrible atentado del 11-M. Martina parece entender que su jefa está disfrutando del viaje y respeta su momento. Leire agradece su actitud y sonríe disimuladamente porque se ha percatado de que, cada cierto tiempo, la subinspectora la mira de reojo.
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