En la agudeza sensorial lo vemos reflejado en una interiorización y una exteriorización, como una relación binaria complementaria En un estado, estamos sumergidos en las profundidades de nuestras mentes (interiorización), en el otro, tenemos nuestros sentidos orientados hacia el mundo exterior (exteriorización) y en la conjunción de ambos estados en acción aparece la consciencia, en la cual estamos tan conectados con la experiencia vivida que la energía fluye y lo que sentimos se entrelaza a lo que pensamos; la realidad circundante cambia acompasadamente. En la interacción, nos encontramos más vulnerables o más fuertes (según sea el marco de referencia que queramos darle) porque logramos establecer el vínculo necesario para sentirnos vivos. Cada experiencia sin embargo será diferente, porque el sistema representativo preferido varía de un individuo a otro. He aquí la importancia que tienen los modelos mentales que supimos crear individual y colectivamente. Ser conscientes es comprender la alternancia que sufre nuestro ser, en los diferentes momentos de nuestras vidas y durante el día mismo. Que cuando estamos atascados en un estado sin poder salir, recurrimos una y otra vez a nuestro subconsciente y a la intuición de forma inducida en todos los casos, aunque no lo percibamos de ese modo explícitamente. Comprender que los grados de consciencia son diversos como en una escala cromática y que pueden ser reformados a voluntad, ya sea por un hecho, un gesto o una palabra. Y al igual que en una molécula anfifílica, la consciencia deba superar cierta barrera energética para acoplarse a los procesos y ritmos naturales de la vida; dándose cuenta de que el mejor cable a tierra es el que establezco con la realidad vivida.
Como dos engranajes que giran desenfrenadamente y, tras su paso como un tornado, arrasan y lo transforman todo, se fusionan, se asfixian y renacen, se complementan, se expresan y perecen. Unos engranajes que unidos son como el aire en el espacio y gotas infiltradas en océanos invisibles y perfectos. Lo somático se vuelve mágico y lo etéreo palpable. En el mundo de las ideas, las palabras cobran vida y en el de las palabras, las ideas revolotean dejando rastros solo por su peso pluma y color carmesí, imperceptibles, aun para quienes quieran encerrarlas en jaulas con nombres y apellidos (con esto quiero decir que las ideas son conceptos totalmente subjetivos). Consciencias o inconsciencias, que hallaron moldes o nidos para reposar en palabras. Todo parece tan confuso y, sin embargo, esa es la dinámica de la vida que no tiene descanso.
Tras su paso todo se transforma y lo cierto es que no somos conscientes de los cambios que sufrimos a diario. Tampoco de cómo llegamos a la vida; ahora de grande nos lo imaginamos, claro. Si no encajamos en el engranaje de la vida, la vida nos deja a la vera del camino, si dejamos de pensar, de hacer, de movernos, de superarnos, de buscar, de comprometernos, de llegar y de volver a comenzar. Hay ciclos que nos marcan los ritmos y las pausas, desde los mismos días hasta los meses, estaciones, años y milenios. Al igual que en nuestro organismo, tanto lo fisiológico como los pensamientos que, por decirlo de algún modo, tienen sus ritmos circadianos. En los pensamientos, esos ritmos no solo se lo perciben en cuanto a lo anímico, sino también en lo que respecta a la construcción de la realidad y a la formación de ideas y conceptos que, no está demás decirlo, no siguen un patrón lineal, revolotean malgastando energías.
Para que suceda algo distinto a lo cotidiano, se necesita mucho desperdicio de energía (lo cual, no significa nada fuera de lo común, ni la perfección; esa es la dinámica de la vida), inyectada en gotas de suero o explosivas, en fusiones solares. Tampoco significa que se deban hacer cosas extraordinarias todos los días, solo hacer extraordinario cada momento de la vida. No esperar a que las cosas sucedan; hacerlas por pequeñas que nos parezcan y tener siempre presente un pensamiento holístico, que nos beneficie a nosotros y a la sociedad en conjunto. Todo esto nos acercará a lo más esencial de la vida y ese engranaje quizás empiece a deslizarse mejor, sin fricción, ni fatiga. Entendamos o no, cuestionemos o aplaudamos, tengamos presente que la vida marcha en una dirección. El sol nos da energía y es reconfortante, pero con protector expuesto al sol es mucho mejor. Hoy y desde siempre, el hombre supo cómo adaptarse y superar los desafíos que nos exige la naturaleza. Vamos avanzando con errores previsibles y que se podrían evitar, pero necesarios e inexorablemente ineludibles, para dar saltos de calidad y seguir en la evolución continua, entre las dos fuerzas opuestas que se intuyen y que están magistralmente engranadas.
Es así como, en todos los órdenes de la vida, está interactuando continuamente la dualidad y en “el río de la vida”, la dinámica se encauza por fuerzas naturales y sobrenaturales (obviamente, estas últimas escapan al entendimiento humano). Existen leyes o patrones que se cumplen inexorablemente y dependen del tamaño de los sistemas. ¿Las leyes sufrirán crisis para adaptarse al medio? A nivel microscópico, la ley que domina el medio es la electromagnética. Y a nivel astrofísico, la fuerza dominante es la gravedad. ¿Esas leyes pueden en otros mundos o sistemas ser diferentes al de la tierra? ¿Podrían haber derivado en otras leyes o patrones diferentes? ¿O son los que dominan el universo desde su nacimiento?
Nos enseñaron que la fuerza de gravedad tira las cosas hacia abajo; de hecho, no la modificamos, pero podemos decir que la eludimos, nos salimos de órbita buscando nuevos horizontes, hasta llegar a la luna y porque no, a otros planetas también. Pudimos crear la cultura y superar el obstáculo que nos imponían los sentidos y los instintos básicos de estímulo-reacción, pudimos crear otros canales de comunicación abstractos entre nosotros y el medio. La consciencia se pudo trasmitir de generación a generación. La pudimos atrapar por medio de signos, símbolos y con ello crear lo bueno y lo malo, el yin y el yang, los opuestos y a cada cosa le impusimos un color diferente, y no solo los del espectro cromático y luminiscente, sino que creamos el verde esperanza, es ahí donde surge el sentimiento. Creamos y no dejamos de crear y todo ello no se aleja de la naturaleza, todo absolutamente todo, surge de la simbiosis entre el hombre (como máximo exponente de la naturaleza) y su relación con el medio ambiente, en perpetua adaptación. Los sentimientos son otro medio de adaptación del ser humano, que no difiere de los mecanismos de acción de las células, en su afán de subsistencia. La consciencia como nexo entre el sentir y el actuar va abriéndose paso a diario, con el único fin de superar barreras y seguir creando. Todos estos logros alcanzados fueron gracias a la vida, la naturaleza, la evolución y la competencia por subsistir en la vida. Somos iguales en todo al reino animal, desde el ADN en su forma de replicación, pasando por la forma de obtener energía y de organización en las células, hasta la formación de los distintos sistemas orgánicos, desde el momento mismo de la fecundación, ¡todos iguales!, menos en una cosa, la consciencia intrapersonal y junto con ella, la inteligencia.
Es el gran logro, como lo fue en su momento, el hecho de la fotosíntesis en las plantas, poder guardar reservas de energías en el interior de los microorganismos, como bacterias y ser utilizadas para autoabastecer un organismo, con un grado más alto de evolución: la planta. El hecho de no tener que depender de la energía proveniente del sol y ser autosuficientes en los periodos nocturnos, fue un logro más hacia la evolución. O lo que sucedió con la célula procariota, en su transformación hacia la célula eucariota, en la cual se constituyó un núcleo y subordinando, por ejemplo, la labor de las mitocondrias para la obtención de energía.
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