Por su parte, la música progresiva –asociada al rock nacional y a otros géneros– era definida como la más honesta que producía canciones como arte y no como objetos de consumo, de modo que permitía la liberación total del hombre.
Se trata de nueva música urbana, progresiva por naturaleza, donde no solo interviene el rock sino que también participan exponentes del jazz, el folclore y el tango, como Gato Barbieri, Domingo Cura, Hugo Díaz y Rodolfo Mederos. Salvo en los casos de Moris (Mauricio Birabent) y Luis Alberto Spinetta, esta corriente aún no ha encontrado a sus poetas. (Grinberg, citado por Frontera, 1973)
Sin embargo, el rock nacional y otro sector de la música beat fueron considerados elitistas debido a que no eran difundidos en todas las clases sociales. Las producciones musicales de estos géneros se gestaron en ambientes intelectuales, informados y progresistas que resistían contra la dictadura militar (Cibeira, 2016).
La balada romántica –asociada con la música complaciente– ha recibido fuertes críticas por su tendencia apolítica e individualista; los tópicos que aborda se vinculan con la cursilería y el sentimentalismo, por lo que conforma un dispositivo discursivo eficiente para reproducir representaciones sociales sobre el amor. Para Hernán Melo Velásquez (2013), las letras estereotipadas y los arquetipos blandengues de las baladas románticas han contribuido a la estandarización de las maneras de pensar, sentir y expresar el amor y otras emociones. Sin embargo, la balada no solo trazó un corte sentimental; también se produjo en aquellos años el movimiento de la canción social o de protesta que encontró en este género un recurso idóneo para expresar inquietudes, denuncias y resistencias, donde hubo un desplazamiento del amor y el desamor como tópicos centrales. De igual modo, algunas baladas románticas de la época abordaron situaciones asociadas con la sexualidad, la prostitución, la posición de la mujer, que intentaron subvertir los órdenes sociales establecidos.
La Nueva Ola y El Club del Clan
Según cuenta mi abuelito, él también se enloqueció por los valses y las polcas y la misma historia se repite hoy; aunque ahora es otro ritmo el que a mí me enloqueció, nadie puede ya pararlo, aquí viene el rock and roll.
Eddie Pequenino, “Aquí viene el rock”
(1957)
En la Argentina, el tango, el bolero y el folclore fueron posicionados como la música nacional hasta la década de 1950 y contribuyeron en la construcción de la identidad cultural de la generación nacida entre 1920 y 1935; de igual modo, algunos sectores de la sociedad se vieron atraídos por la música melódica producida en Francia e Italia, y difundida internacionalmente a través de eventos como el Festival de la Canción de San Remo, un certamen musical de gran prestigio que tuvo sus inicios en 1951 y del que surgieron artistas como Nilla Pizzi, Franca Raimondi, Domenico Modugno, Gigliola Cinquetti, Iva Zanicchi, Adriano Celentano, Nada, Nicola Di Bari, Peppino Di Capri, entre otros; las baladas románticas de Frank Sinatra y los ritmos tropicales latinoamericanos como la cumbia también dejaron huella en aquellos años.
Sin embargo, a mediados de siglo ocurrió un cambio de mentalidad en la juventud que progresivamente “desplazó” el lugar central que ocupaban estos géneros. Los adolescentes descubrieron una música diferente que tradujo sus inquietudes en ritmo: el rock and roll; ellos se convirtieron en el gran cliente a conquistar. Los tocadiscos portátiles y los discos fabricados en vinilo –simples o sencillos, los de 33 1/3 revoluciones y LP con sus lados A y B– se instalaron en las habitaciones de los jóvenes y marcaron la distancia que separaba la nueva música del gusto de sus padres. Las disquerías (casas de música o casas de discos) empezaron a tener gran auge entre la población joven. Una nueva identidad juvenil se configuraba, ávida de cambios culturales.
Las canciones de Bill Haley, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Elvis Presley, Chuck Berry, Buddy Holly, Gene Vincent, entre otros, marcaron el inicio de una nueva etapa en la música popular del país. Los temas de Haley “Crazy Man Crazy” (1954) y “Rock Around the Clock” (1956), así como sus películas Rock Around the Clock (1956) y Don’t Knock the Rock (1956) –estrenadas en Buenos Aires en 1957– dieron fuerza al movimiento, que tuvo en Eddie Pequenino (Mr. Roll y sus Rockers) uno de los primeros artistas en reproducir el estilo musical importado. Pequenino, quien pertenecía a una familia italiana de clase media baja, se interesaba por el jazz y tocaba el trombón, por lo que pronto se sumó a la onda del rock (Pujol, 1999).
El 29 de agosto de 1957 se estrenó la película Venga a bailar el rock dirigida por Carlos Marcos Stevani y protagonizada por Eber Lobato, Alberto Anchart, Eddie Pequenino, entre otros; fue la primera película latinoamericana que tuvo como tema el rock and roll; su banda sonora fue compuesta por Lalo Schifrin y Pequenino escribió dos canciones para el film: “Take It Easy Baby”, con Schifrin y “Aquí viene el rock”, con Lobato, cuyo título se presentó en español aunque parte de su letra en inglés (Vogel, 2017).
En mayo de 1958, Pequenino y su grupo acompañaron a Haley en una presentación en el teatro Metropolitan de Buenos Aires.
Con motivo de la temprana visita de Bill Halley en 1958, el diario La Razón tituló: “Bill Halley llega a Buenos Aires para dislocar a la juventud porteña con el rock. Ya está Bill Halley en Buenos Aires, y con él la genuina representación del baile que apasiona a la juventud y que más polémicas internacionales ha ocasionado en los últimos años: el rock” […] En esta ocasión Eddie Pequenino y sus Rockers fueron teloneros de Bill Halley. (González y Feixa, 2013)
Un sector de la juventud interesado en estos nuevos ritmos empezó a abandonar el tango y el bolero, compartidos hasta ese momento con sus padres. Luis Aguilé –un precursor de la música pop– aprovechó el boom inicial de los nuevos ritmos para bailar y posicionó algunas canciones con éxito. Con Los Modern Rockers, Aguilé fue considerado uno de los primeros rocanroleros, aunque sus primeras grabaciones fueron dos rancheras (“El preso número nueve” de Roberto Cantoral y “Tu recuerdo y yo” de José Alfredo Jiménez); fue solo en 1958 cuando grabó un tema moderno, “La balanza”, de su propia autoría. Billy Cafaro también entró a la onda moderna con su versión de la canción de Paul Anka “Pity Pity” (1958), que contó con el acompañamiento de la orquesta de Lucio Milena y alcanzó las trescientas mil copias vendidas. Pequenino y Cafaro copiaron la música proveniente de otros países sin mayores innovaciones. 1
Los mismos jóvenes que habían encontrado en los nuevos ritmos juveniles norteamericanos una forma, diferente a la tradicional, de hacer música vieron llegar desde México las melodías de Los Teen Tops, cuya segunda guitarra y primera voz era Enrique Guzmán; ahora el rock de afuera también se cantaba en castellano; esta banda grabó numerosas versiones en nuestra lengua de éxitos norteamericanos, adaptaciones que se hicieron en muy corto tiempo: “La plaga” (“Good Golly Miss Molly” de Little Richard, 1956), “El rock de la cárcel” (“Rock Around the Clock” de Bill Haley, 1956), “Popotitos” (“Bonie Maronie” de Larry Williams, 1957), entre otras. La Nueva Ola se abría paso.
La Nueva Ola constituyó un movimiento musical y juvenil conformado por artistas que en la década de 1960 adoptaron influencias musicales del rock and roll estadounidense y la música melódica europea; configuró un tipo de pop alegre y romántico mezclado con twist, beat y rock, difundido ampliamente en América Latina y el Caribe; este movimiento –cuyo nombre se adaptó del sintagma francés nouvelle vague – tuvo estrecha relación con los medios masivos de comunicación, especialmente radio y televisión. Las transformaciones producidas por la masificación de la televisión impulsaron esta moda musical juvenil; para Sergio Pujol (2015: 18) “indudablemente, la Nueva Ola liberó el campo de la producción musical de los mandatos de los géneros tradicionales”.
Читать дальше