Varios autores - Las calles

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Santiago es una ciudad irritada, dividida, llena de microconflictos, en la que la relación con los otros tiende a entenderse como un espacio de despliegue de fuerza, y la idea de la vida en conjunto y de lo común es muy vaga

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En la calle, de otro lado, la ciudad se manifiesta y la vida social se expresa en su complejidad y en su corporalidad. Desde esta vertiente expresiva , la calle cumple funciones diversas, no sólo de esparcimiento sino también informativas y simbólicas (Lefebvre, 2003). En ella se hacen visibles los límites, las prohibiciones, las constricciones, al mismo tiempo que se despliegan prácticas singulares y plurales, ilegítimas y prolíficas (Certeau, 2000). En la calle se expresan, por poner sólo algunos ejemplos, las concepciones de lo bello o de lo solemne que priman en sus habitantes; las maneras en que se consideran unos a otros, si tienden puentes que los unan o murallas que los separen, o si aman los interiores o gozan de los exteriores; la repartición de los privilegios en esa sociedad.

Pero esa capacidad expresiva no conduce, ni debe conducir, a una visión estática de la calle. Lejos de ser un ente cristalizado, la calle es, en tercer lugar, laboratorio y fábrica de lo social . Este carácter se explica no sólo por su condición de flujo o su cualidad emergente, sino además porque en tanto espacio social ella no puede ser entendida sino como el resultado de un trabajo constante de producción. En cuanto espacio social, en ella se conjugan, como lo ha indicado con precisión Lefebvre (2013), representaciones del espacio (un saber constituido mezcla de conocimiento e ideología a partir del cual se imagina e interviene el espacio), espacios de representación (allí donde prima lo vivido, la pasión, la acción, la dimensión cualitativa, dinámica y fluida) y prácticas del espacio. La calle es el espacio privilegiado del encuentro con los otros y del despliegue de las interacciones que son constitutivas de la vida social. En breve, la calle es probablemente uno de los escenarios más ricos en los que ante nuestros ojos se desarrolla el espectáculo de lo social en operación. O, para tomar la feliz formulación de Delgado, allí donde nos es dado percibir y experimentar a «la máquina societaria sorprendida, de pronto, con las manos en la masa» (en Jacobs, 2011: 21).

De este modo, gracias a su significación libidinal, a su capacidad expresiva y a su carácter de fábrica y laboratorio de lo social, la calle, surtidora incansable de experiencias sociales, es probablemente uno de los espacios, sino el espacio más destacado de generación de saber sobre lo social y sobre la vida en común . Es una fuente de extraordinaria riqueza de aquel saber que interviene de manera decidida en los modos que toma nuestro «habitar lo social» (Araujo, 2009a).

Pero esta importancia se redobla si se tiene en cuenta que la calle está vinculada con la expectativa de ser el escenario privilegiado del mundo público. Si es cierto que lo privado y lo íntimo son tan sociales como la calle, pues ellos están tan impregnados de sus lógicas como ella, lo cierto es que en la imaginería individual y colectiva de nuestros tiempos la calle aún continúa siendo el epítome de la vida social. Lo es ya sea porque es el espacio de encuentro con los extraños, porque es concebida como un bien común, porque sus usos se reglamentan de forma diferencial respecto de aquellos que rigen los privados, o porque su densidad de acontecimientos y presencias resuena con la complejidad que se atribuye a la idea de sociedad. Sea cual fuere la razón, lo cierto es que la calle constituye un espacio que de manera privilegiada sirve como analogía de la vida social en su conjunto.

Todo lo anterior hace de la calle el espacio más común de los espacios comunes, un escenario especialmente destacado para el análisis de la sociedad.

El libro

Este libro tiene como objeto a las calles, entendiendo a estas como espacios urbanos comunes, espacios de acceso, uso y producción compartidos, constituidos por un conjunto de condicionantes materiales, fórmulas normativas, interacciones y sociabilidades. Un mundo de costumbres, cortesías, prácticas inter-relacionales, de encuentros aleatorios u organizados (Hénaff, 2016: 84). Zonas en general sustraídas a los derechos de la propiedad privada aunque puedan eventualmente ser resultado de emprendimientos privados (Schlack, 2015), y las que implican usos, experiencias y producciones comunes y simultáneas por parte de diferentes actores 2.

Este libro se interesa por las calles de Santiago porque en ellas los individuos que las pueblan se topan con experiencias que van a influir de manera decisiva en dar contorno a la imagen de la sociedad en la que viven y, en consecuencia, a sus propias orientaciones y acciones en ellas. En esa medida se acerca a las interacciones, experiencias y estrategias que los individuos tienen al momento de poblar y transitar la calle, produciéndola y siendo producidos por ella, y a la forma y medida en que ello aporta a entender a la sociedad chilena actual: sus conflictos, sus heridas, sus lazos, sus lógicas. En un movimiento doble se busca indagar la manera en que los rasgos de la condición histórica actual se expresan en las calles, al mismo tiempo que establecer lo que la calle, a través de las experiencias que ella entrega, aporta a las formas en que se perfilan tanto las relaciones sociales como los individuos.

Este texto habla de las calles de Santiago desde ángulos distintos, pero con una misma sensibilidad. No sólo una misma sensibilidad teórica acerca del modo en que debemos entender la noción de calle y el peso de la experiencia en la vida social para el destino del lazo social y político, como lo hemos discutido, sino que el libro está atravesado por una preocupación por el destino de la experiencia de lo común en ella, y de la calle como espacio igualitario en Santiago de Chile. Por esa razón, los dos primeros capítulos tienen como objetivo acercarse a estos fenómenos en las calles (en el Metro, los barrios o en los trayectos de los viandantes), estableciendo conceptualmente los puntos de partida para abordar nuestro objeto de estudio, así como situando globalmente a la ciudad y a la sociedad en las que nuestros análisis se han desarrollado.

Ellos dan inicio a un recorrido por la ciudad que se prolonga con dos capítulos que en tensión uno con otro ponen en escena dos espacios antagónicos, dos Santiagos que coexisten pero que difícilmente se tocan. Por un lado, el llamado «barrio alto», la denominación usada por los santiaguinos y santiaguinas para definir a los barrios más pudientes, visto a través de una mirada que viniendo de la periferia de la capital se enfrenta por primera vez a una de las zonas más ricas de la ciudad. Por el otro, una población marginal al sur de la ciudad, conducidos esta vez de la mano de alguien que vuelve, ahora como observadora, a la población en la que vivió mucho tiempo.

Los siguientes capítulos se concentran en las circulaciones y dos de sus vehículos: el Metro y la mirada. A pesar de su aparente distancia, no sólo de objeto sino de tono –uno basado en un trabajo más etnográfico, el otro más categorial–, ambos tienen en común el ofrecer un análisis de lo que se juega en las circulaciones como experiencia y como intercambio, con todas sus ambigüedades y ambivalencias, para los transeúntes. Ambos, al mismo tiempo, se detienen o revelan la manera en que estas experiencias son expresivas de los conflictos y procesos que atraviesan la sociedad chilena hoy.

Los capítulos 7 y 8 se concentran en la especificidad de la significación que tiene la calle, así como en las maneras particulares en que las habitan dos específicos actores sociales. Siguiendo sus trayectos e indagando sus versiones sobre la calle, las valencias, los desafíos que enfrentan y las fórmulas para enfrentarlos, son dos las figuras analizadas en esta sección: la figura de las jóvenes universitarias y la, casi antagónica, de las mujeres adultas mayores pertenecientes a sectores populares.

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