Mercado número 2 de Surco.
Y empiezo a contar mi día, y mira que me cuesta arrancar. Ya os habréis aburrido la mitad y más de uno me habrá bloqueado. No os culpo. Hoy empecé por el mercado de Surco, el anexo 2. Un buen mercado, grande y ordenado, frente a la escuela de la FAP (Fuerza Aérea del Perú). Constato que la gente no termina de entender las medidas, llevan mascarilla y guantes pero bajan con sus hijos a comprar. Que se va de uno en uno... de uno en uno. ¿Y, qué hacen las madres solteras? Sí, es un problema, quiero escribir un artículo sobre todos los problemas que tiene Perú para afrontar esta crisis. Ya. También he oído que Shakespeare aprovechó una o dos cuarentenas para escribir no sé qué obras. Dentro se respira bastante normalidad. Más proximidad de la recomendada entre la clientela que espera en los puestos. Miembros de la Fiscalía fiscalizando a un señor que vende huevos en un puesto de calzoncillos, el puesto de muñequitos ahora vende alcohol y mascarillas a 3 soles, que tienen un proveedor en San Martín. Jorge Paintampome sigue vendiendo periódicos en papel en el puesto que su madre abrió hace sesenta años, cuando se fundó el mercado. Constato que la prensa sigue llegando a los quioscos. Bien por los colegas. Isaac Monte va a las cinco de la mañana a San Luis a por los pollos que vende al mismo precio que antes del aislamiento.
Salgo del mercado y voy a ver cómo están en Makro. Bendita bicicleta, cuántas cosas puedo hacer. En Makro bien, no hay colas ni lleno está el aparcamiento. Me dice el encargado que el abastecimiento es normal, que se ha reducido a la mitad el aforo y que algunos productos tienen limitada su compra a dos unidades. Que sí hubo nervios antes de las medidas de aislamiento, pero que ya no. Y le creo.
Hablo con los policías, que me preguntan cómo están las cosas en España. Mal, les digo, se reaccionó tarde y la población no lo tomo en serio. El técnico mira a sus hombres como diciendo «¿veis?». «¿Y cómo ve el Perú?», me pregunta de nuevo. «Las medidas me parecen las correctas y bien ejecutadas, pero me da miedo que en un país donde, por ejemplo, casi un millón de personas en Lima no tiene agua en sus casas, y sabe dios a cuántas otras se les está abasteciendo con camiones cisterna en los cerros, se pueda vencer al virus en tan solo quince días o un mes». De nuevo mira y asiente.
Atravieso Surco Viejo. Sigo por Ayacucho hasta Aviación, miro el tren que construyó Alan García en sus dos mandatos separados por ¿veinte años? Todo normal, en la normalidad del aislamiento. Sigo por Aviación tratando de aprovechar la sombra de la obra del autodesaparecido. Encuentro al alcalde de la Municipalidad de Surquillo, Giancarlo Casassa, quien dirige un grupo de desinfección y, parlante en mano, pide a los vecinos que no bajen en dos horas. Intercambiamos unas palabras, me intereso por la gestión de la municipalidad hacia los mayores y personas vulnerables. Me dice que cada siete días pasa personal del serenazgo para ver que todo vaya bien por sus domicilios y que hay un grupo de WhatsApp de la municipalidad, para el envío de avisos. Nos damos ánimos y nos despedimos. Cuando pase todo esto pienso ir a darle la mano que no le di hoy.
Sigo, las piernas ya pesan como imagino os pesan ahora los ojos. Llego a la Javier Prado y veo el funcionamiento normal del corredor naranja, control de acceso con apoyo del ejército para garantizar la distancia entre los pasajeros y que nadie viaje de pie. Ojalá lo hagamos todo bien, que eso del «duelo de Pantojas» del 3 de abril me interesa. Miráis las fotos después de leer, ¿no? Con el cariño con que las hago.
No llego a entrar en La Victoria, bajo por Javier Prado hacia San Isidro y encuentro en el límite entre ambos distritos a Rafael Celis, que vende mangos y papayas, a quince soles la caja de trece kilos de papaya. Rafael es colombiano y lleva en Perú ocho meses. Dice que esto está mucho más ordenado. Que aquello es muy movido por causa de la droga, que ya no lo aguantaba. Volveré a verle cualquier día de estos.
«Duelo de Pantojas», en el paradero de la línea naranja de Javier Prado.
Cruzada la Vía Expresa, que no tiene tránsito, sigo por Javier Prado y encuentro la embajada chilena. Unos pocos ciudadanos del país vecino esperan entrar. Me dicen que la embajada les ayuda con dinero, pero me lo dicen quejándose, que es poco, que a unos les da una cantidad y a otros otra, y siempre hay alguien más fregado. Dos mujeres peruanas que viven y trabajan allí desde hace años se encuentran en tierra de nadie, un país que es el suyo, donde no tienen nada, y sin poder volver a una vida en la que oficialmente no son reconocidas.
El resto de la mañana ha sido pedalear y pensar cuán afortunado soy. Bueno, rocoto incluido.
6
martes 24 de marzo
casos confirmados: 21
muertes: 2
Hoy no he salido, así que no sé yo ni sobre qué escribiré ni en qué acabará todo esto. Empezaré por ayer. Que los billetes soportan la lavadora ya lo sabía. Pero que los audífonos −auriculares, para los que leéis desde allá− recuperan el brillo en el sonido tras pasar por un lavado rápido con agua caliente ha sido todo un descubrimiento. Y como quiero que estas crónicas tengan un sentido de utilidad pública, ahí va el primer coronaconsejo: estad tranquilos, vaciad los bolsillos del todo y desvestíos con calma, que no hay nadie en el garaje mirándoos.
Me cuesta trabajo concentrarme para leer, creo que voy a quitar la laptop de la mesa a ver si así el brillo de la pantalla deja de abducirme. A fin de cuenta, mis paseos virtuales por ella no me llevan a ningún sitio por esa falta de concentración. Quiero buscar datos que me ayuden a proyectar el futuro de esta situación en Perú. Es evidente que es imposible, esta crisis nos ha movido el suelo como ninguna otra, y lo ha hecho en todo el mundo sin excepción, literalmente. Pero sí quiero encontrar pistas que me ayuden a ver si el país está preparado para afrontar la guerra contra este virus coronado que tiene en jaque a toda la humanidad.
Busco en mi memoria ya que no me concentro para buscar en la hemeroteca y pienso en la última gran crisis que azotó el país, los huaicos que lo asolaron entre diciembre de 2016 y abril de 2017. Las cifras fueron sobrecogedoras, más de cien mil damnificados y seiscientos mil afectados, 75 fallecidos y 20 desaparecidos −igual la cifra final fue otra−, más de diez mil viviendas colapsadas, otras tantas inhabitables y casi ciento cincuenta mil afectadas. Y en infraestructuras las cifras no se quedaron atrás: mil novecientos kilómetros de carreteras afectadas y ciento cincuenta y nueve puentes colapsados. El norte del país fue el más afectado, especialmente las regiones de Piura, Trujillo y Lambayeque, donde las lluvias torrenciales alagaron tierras y viviendas con la furia de la avalancha. ¿Cómo se enfrentó Perú al desastre? Sé que me leéis por las tonterías que digo, pero qué trabajo me cuesta encontrar un enfoque desenfadado frente a todo esto.
El recuerdo que tengo de aquellos días, hace tan solo tres años, era mi estupefacción por el grado de destrucción que las lluvias causaron. ¿Cómo podían plegarse las carreteras como si fueran masa de pizza napolitana? Y tantas, y la Panamericana Norte, el eje vial principal, de carácter internacional que se vio cortada por el colapso de puente Virú. ¿Cómo es que dijo el subalterno del alcalde Castañeda cuando, ante la vista de todos, se derrumbó el Puente de la Solidaridad, en Lima? Ah, sí, «se desplomó», fue lo que dijo el edil. Cuando dejó de caer el agua del cielo, no mucho después, empezaron a precipitar papeles, declaraciones, acusaciones... que nos permitieron entender. El resumen se hace fácil: Odebrecht, el gigante de la construcción brasileño, tenía comprados a todos. Todo el mundo se llevaba su parte. Más de treinta años de orgullosa historia democrática del país reducida a prisión preventiva. Todos los que ocuparon la presidencia de la República tras Belaunde −excepto el presidente Paniagua− están ahora en el penal, arresto domiciliario, huidos de la justicia o suicidados; también están presos los dos últimos alcaldes de Lima, gobernadores regionales... y si en los despachos se mueven los maletines con dólares, en la obra lo mismo sucede con los sacos con material, a ver si va a robar el presidente y yo que soy el capataz, y tengo no sé cuántos hijos, no voy a poder llevarme un pequeño apoyo para darles techo, ¿y yo, papi, que ya solo me falta el suelo de la cocina? Dale nomás, pero que no te vean, no seas cojudo. Y ahí está la foto del desastre, aquí no, que hoy no voy a poner ninguna foto, que me da roche fotografiar a la vecina de enfrente, que limpia la planta con mucho amor; o al vecino de arriba, que a veces se asoma y también alegra algo la vista; pero no es cuestión, que estas son crónicas muy serias.
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