Juanjo Fernández - Residuos del insomnio

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En este volumen Juanjo Fernández nos entrega sesenta y cuatro crónicas liberadoras escritas entre el 17 de marzo y el 30 de junio de 2020, durante el aislamiento domiciliario forzoso que decretó el gobierno peruano como medida de urgencia para frenar la propagación del coronavirus. Con una prosa ágil, comprometida y gozosa, cuando no doliente, el autor —cronista gráfi-co español afincado en el Perú—, nos invita a un encuentro con los mil rostros de una realidad en la que, salvo por la burbuja de confort en la que flota un sector privilegiado, todo lo que su mirada explora resulta ruinoso, doloroso: son las huellas del abandono y la rapiña que ha sufrido el país en su historia reciente. Al mismo tiempo, nos ofrece una voz de esperanza cuando nos habla de la sabiduría ancestral y de aquello que, a su juicio, encarna el mejor rostro del país: la riqueza cultural, donde reside el potencial de cambio. En estas crónicas el autor recrea sus experiencias en la Amazonía peruana, en las calles lime-ñas, en los corrillos de la política y en ciertos presidios que visita con regularidad; también relata sus andanzas en bicicleta desde Barranco hasta La Victoria, el Rímac o los Barrios Altos y presta su voz a una galería de personajes que libran batallas contra la adversidad. Explora, asimismo, la cotidianidad de su hogar limeño, y se interna en los vericuetos de la memoria, para evocar su niñez y los años del aprendizaje en el Madrid de los años ochenta.
Frente a lo insólito, Juanjo Fernández ha sabido captar el espíritu de una sociedad y su tiempo; y ante la incertidumbre y perplejidad reinantes, nos invita a reflexionar sobre nuestro destino.
El volumen incluye fotografías del autor. Prólogo de Guillermo López Gallego.

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He pasado por Alto Perú, una de esas zonas que llaman rojas. Me siento a hablar con Martín y me doy cuenta de que merece una charla más larga. La dejamos aplazada, también la foto. Nos deseamos lo mejor. El barrio está tranquilo, un coche de la Policía se pasea con desgana por las calles más bajas, los vecinos están tranquilos y, como yo, tampoco prestan excesiva atención a las noticias.

Me pregunta Rosa qué vamos a comer, marmitako contesto, y al toque me acuerdo que no tenemos pimientos. Encuentro un mercado en el camino de vuelta y no lo pienso. Fausto Canto me atiende en la verdulería, los limones que ayer estaban a diez hoy están a cinco, el brócoli, sí compro brócoli que al horno queda muy rico, a cuatro, las cebollas rojas a dos cincuenta, la papa a uno ochenta. Parece que todo está bien.

Regreso a casa, el mando del garaje funciona. Noto cierto malestar en las piernas. Recuerdo que me pasó algo semejante cuando lo del Censo Nacional. Hace unos años, con ese motivo, se ordenó la reclusión en casa de todos los peruanos. Le pedí la bicicleta a François y después de unas horas de pedalear sentí el mismo malestar. La última vez que recuerdo haber montado en bicicleta antes de eso, estaba en bachillerato. Estamos hablando de los tiempos del Mundial de fútbol del Naranjito, el del 82, en España.

4

viernes 20 de marzo

casos confirmados: 29

muertes: 1

Hoy, sin foto, no he salido. Me he pasado todo el día sentado delante de la máquina para escribir mi primer artículo como corresponsal del diario Expresso, de Portugal. Me ha venido bien. Ayer hablé de cómo la bicicleta me descubrió partes de mi ser que no conocía o a las que les hacía poco caso, partes cercanas al sillín, para ser más concreto. No me di cuenta de cómo el olvido del sombrero y la incidencia del sol a esas horas de esconderse me dejó aplastado en el sofá, sin fuerza ni para el mando de la tele. Pero el encargo desde Lisboa de un artículo sobre la situación de los portugueses en Perú reactivó todo mi ser. Y me hizo salir por las calles del hiperespacio a buscar los testimonios e informaciones necesarias. Es el primer encargo que recibo. Ojalá sean muchos.

La primera visita ha sido a las páginas de las embajadas y he de decir que ambas, la portuguesa y la española, cubren las expectativas mínimas que se pueden esperar de ellas. Información exacta y comentarios críticos y, como siempre, los más crueles provienen de alguien que parece que escribe desde España. No hay que perder oportunidad, no. Me adelanto en el tiempo para dar agilidad al relato o porque si pierdo el hilo seguro que no sé continuar. Os cuento que justo cuando tengo entregado el artículo se publica la noticia, que comparto con alegría, de que sendos vuelos ya han sido programados para el domingo y el lunes con destino a Madrid y Lisboa, respectivamente. Son vuelos de Iberia y surgen comentarios interrogativos respecto a si los viajeros con billetes de otras compañías podrán regresar, interrogaciones que pronto se convierten en críticas. Yo no me atrevo a juzgar, menudo marrón tendrá que comerse el que se ocupe de esto. Paso todo el día junto a Rosa, escuchándola buscar solución a los problemas que se le van presentando a la gente que trabaja en campo. Y no son pocos ni fáciles. Mi admiración hacia ella crece y crece.

Hago contacto con Vítor y Soraia, que están en Cuzco, atrapados, y me explican su situación con enorme generosidad. Sin ellos nada habría podido hacer. Otra señora en Lima me pregunta si la puedo ayudar, que necesita que la ayude. Pasa al toque al inglés y me dice que está en un buen hotel, bien atendida y que solo necesita que la lleven a casa rápido porque está muy lejos. Cuánta empatía he perdido en el WhatsApp esta mañana. Pero nada irrecuperable. Al contrario, la respuesta desde Lisboa es inmediata: me halagan y me dan las gracias. Se me saltan las lágrimas, habituado como estoy al silencio y al olvido que suelen propinar los editores de España.

El resto del día lo dedico a hacer una revisión de mis contactos, a intercambiar saludos, a preparar pasta con brócoli, anchoas y pan rallado. Lavado de ropa en caliente, programa extra y Oxi Action. Nuevo nombramiento de ministro de Salud en Perú, que la anterior la pifió, y mucho, al descubrirse que la segunda víctima mortal se hizo la prueba pero no llegaron a entregarle el resultado, y era positivo. Lo encontraron en el interior de la vivienda, sin remedio ya, era cadáver, es de creer.

He decidido espaciar un poco las salidas y buscar un equipo de protección más adecuado que la máscara de uso diario. Pienso que será mejor alternar las salidas en bicicleta con las virtuales, y tratar de mantener la publicación diaria de estas crónicas. Pero bueno, ya sabéis, el hombre propone y Dios dispone.

5

lunes 23 de marzo

casos confirmados: 32

muertes: 1

Hoy he vuelto a salir. He extremado las medidas de seguridad. Fotocheck de prensa visible, chaleco blanco identificado como prensa, tapabocas, braga para el cuello por encima, sombrero, manga larga, guantes de látex doble y una bolsa donde llevo unos pantalones cortos y un polo para cambiarme antes de entrar en casa. Y así hago, cuando entro por el garaje me desvisto y meto todo lo que ha estado expuesto en la calle a una bolsa que va de frente a la lavadora.

Podía haber sido tan cuidadoso al hacer la compra. Os cuento. Aprovecho que no hay cola en el Wong de Diagonal y compro para la semana. Rosa me pide pimientos y ajos, seis de cada, no son los pimientos verdes italianos pero son bien aparentes. Está haciendo frijoles con pulpo, rico rico. Le mete el cuchillo al pimiento y se ruboriza como una chiquilla de catorce años ante su primer piropo. Ya lo he hecho otra vez. He comprado rocoto en vez de pimiento. Pero oye, riquísimo, y he bebido toda el agua que he perdido por la mañana en la bicicleta.

Antes de comenzar a relatar el día un párrafo para resumir el fin de semana. Iba a aterrizar un avión de Iberia para llevarse a todos los españoles que cupieran (los que tuvieran billete de su compañía primero, eso sí, y ya en las otras plazas los demás). También iba a traer peruanos. Se sabía desde el viernes, el sábado salía de Barajas y el domingo del Jorge Chávez. Pues no, el gobierno peruano cerró el aeropuerto. Un jarro de agua fría para todos, sobre todo para los que, me consta, trabajaron dieciséis horas diarias, toda la semana anterior, en hacerlo posible. A malas uno lo piensa y lo entiende, el gobierno peruano busca medios a través de Cancillería, pero MINSA e INDECI dicen, y no les faltará razón, «cuidado, va a venir gente de un lugar que está en fase 4». Se siguen buscando soluciones y todos a superar rápido la estupefacción. Lo que no se supera tan fácilmente son los mensajes de peruanos diciendo a sus compatriotas que no vengan, que se queden allí, que son un peligro y unos irresponsables por querer regresar, que los peruanos somos muy grandes y algún hermano ya te apoyará. Porque todo el fin de semana me lo pasé atento a las páginas de consulados, embajadas, grupos de españoles... proponiendo la creación de una red de apoyo para los compatriotas que se han quedado lejos de su casa en Perú. No es tan fácil. No entiendo por qué, pero no es tan fácil. Bueno, yo tengo la formación de fotógrafo y, más aún, la de fotoperiodista. Las cosas hay que hacerlas cuando hay que hacerlas, y a la redacción se vuelve de la noticia con una foto, aunque sea una porquería. En el intento una española me pide el WhatsApp y me manda un audio de quince minutos contándome todas sus penalidades que empiezan mucho antes del coronavirus. No puedo ayudarla, no puedo ni darle aliento, sé que si lo hago va a esperar de mí algo que no voy a corresponder. Le digo que espero que todo se vaya resolviendo y mi respuesta no le gusta, empieza a escribirme de forma cada vez más agresiva sobre la decepción que le ha supuesto mi contestación y termino bloqueándola. Me duele entender que igual que ella hay un número, no sé si grande o pequeño, de compatriotas que se han quedado varados hace mucho tiempo entre la indigencia y el olvido. Su delgada capa de piel, que les protegía del tenue frío limeño, ha terminado de desaparecer con el coronavirus, y ahora sienten el mundo en carne viva. Y me doy cuenta de que no sé cómo ayudarles. Admiro tanto a Martín, por ello, puesto que lo hace de seguido y con toda naturalidad desde la Fundación +34.

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