El artista es pudoroso y partidario de los viejos maestros, los que creían que el arte está delante de la cámara, no detrás; los que no ponían el foco sobre sí mismos, sino sobre lo que retrataban. Al artista le importa la honradez: al fotografiar, utiliza angulares que lo obligan a estar en el lugar que fotografía: si llueven piedras o bastonazos, los recibe; y, al escribir, hace lo mismo: se sitúa a distancia de contagio, donde salpica la realidad.
Y el artesano tiene oficio, hace lo que sabe hacer, y es honrado y eficaz. Cuando fue a documentar la cola en que los viajeros sorprendidos por el cierre de fronteras esperaban para ir al aeropuerto y regresar a España (crónica N.º 20), el autor no escribió sobre los turistas, porque no conocía su situación, se fijó en los dobles nacionales y en los peruanos residentes en España, a los que, tras ocho años en este país, conoce bien. Y lo hizo con respeto y con amor al Perú (si no lo sabe, mire el bien que está haciendo «La Cocha de los Libros–Kuatiaratupakana Ipatsuka», que crea bibliotecas en los lugares más desfavorecidos del país), como extranjero que lo conoce, pero sabe que tiene límites, y no como esos expertos instantáneos que en un mes se hacen especialistas en lo que sea. Ni siquiera cae en ese error habitual entre los sofistas de los Andes: el de ver al Perú como un misterio por resolver.
Este último asunto de la efectividad es importante, porque Residuos del insomnio tiene un objetivo, y su autor está empeñado en cumplirlo. Lo explica a su manera en la crónica N.º 56, aludiendo a una cita que dice no recordar. La cita es esta: «Como Hugo Pratt, Corto Maltés es un anarquista, pero no un revolucionario, porque es demasiado escéptico para creer en las grandes frases que solo traen amargas desilusiones». Juanjo Fernández se identifica con ambos. Dice que ya no trata de cambiar el mundo, que se conforma con no aceptarlo tal cual, con ignorar sus reglas del juego. Dice que, al no creer en nada, se vuelve muy receptivo a las creencias de los demás.
A usted, lectora, lector, le corresponde lograr que el libro alcance su meta. Pero, pase lo que pase, procure que se le pegue la compasión de su autor.
GUILLERMO LÓPEZ GALLEGO*
Lima, octubre, 2020
* GUILLERMO LÓPEZ GALLEGO* Lima, octubre, 2020 * Guillermo López Gallego (Madrid, 1978) es diplomático, poeta y traductor de obras literarias.
Guillermo López Gallego (Madrid, 1978) es diplomático, poeta y traductor de obras literarias.
Nota de los editores
LAS SESENTA Y CUATRO CRÓNICAS que integran este volumen fueron publicadas originalmente en Facebook (fb), entre el 17 de marzo y el 30 de junio de 2020. El contenido de este libro recoge los textos que su autor divulgó en esa plataforma social, salvo por algunas menciones anecdóticas o circunstanciales propias de la interacción con los usuarios de aquella plataforma, y que han sido suprimidas.
Preside cada crónica la fecha de su publicación en fb, así como dos tipos de información que el autor ha considerado pertinente incluir:
1. Los nuevos casos confirmados de contagio que se registraron en el Perú, el día de publicación;
2. Las muertes registradas, en el Perú, ese mismo día, a causa de la COVID-19.
En ambos casos la fuente es la sección «Data», del diario La República, que publica esas informaciones bajo el título «Casos confirmados y muertes por coronavirus en Perú». Aquí el enlace:
https://data.larepublica.pe/envivo/1552578-casos-confirmadosmuertes-coronavirus-peru
Las fotografías que se incluyen forman parte del trabajo que el autor realiza como crónista gráfico. Su obra fotográfica puede ser consultada en: http://juanjofernandez.photo
Lima, octubre de 2020
Equipo de La Cocha de los Libros Club Deportivo de Saramurillo.
Urarinas, Loreto.
1
martes 17 de marzo
casos confirmados: 31
Tendría que hacer una crónica previa, la del primer día tras el anuncio de las medidas de aislamiento decretadas por el Gobierno de la República del Perú, presidido por Martín Vizcarra. El domingo 15 me pillo en Saramurillo, una comunidad en el distrito de Urarinas (Loreto). Sabía que tenía que salir el mismo día, pero quería fotografiar una vez más a los chibolos que jugaban al fútbol con sus uniformes nuevos, y ayudar a Zuleica y Xiomara a empezar el inventario de libros de la biblioteca de la Cocha. Además fui testigo y fotografié una ceremonia de bautismo evangélica en el Marañón, dirigida por el hermano Josué, con quien más tarde viajaría a Nauta.
Por hacerlo corto: El viaje de regreso a Lima empezó a las 2:00 de la madrugada del lunes, mientras esperábamos en la comunidad al ponguero −un rápido con capacidad para ochenta personas que venía de San Lorenzo. Llegamos a Nauta a las 9:30. Para viajar a Iquitos los colectivos han de llenarse, así que uno de siete plazas que tenía ya un pasajero fue lo mejor que se me ocurrió. Se nos unió otro hombre que tenía vuelo a Pucallpa a las 11:00 y fuimos de frente al aeropuerto. Si no nos matamos en ese viaje ya nada podía pasarnos. En el aeropuerto no dejaban pasar sin tarjeta de embarque. Seguí a la oficina de LATAM en la calle Próspero. Estaba cerrada. Me resigné y fui al hotel El Cauchero, donde me alojo cuando voy a Iquitos y me tratan como a un amigo. En la habitación probé una y otra vez de comprar el pasaje a través de la aplicación de LATAM, hasta que sonó la flauta y lo conseguí por 101.16 dólares, con asiento en la segunda fila y la posibilidad de llevar un bulto en bodega, cosa que no usé. Llegue a Lima a las 10:00 p.m., más o menos, y hasta conseguí un taxi que me llevó por la Costa Verde. El recorrido fue sorprendentemente tranquilo y llegué a casa sin señales de estar mareado, como es lo habitual con este tipo de servicios.
Y así llegamos al primer día de aislamiento en Lima. Salí a las 8:30 para comprar comida. Había que esperar cola para acceder. Iban dando paso conforme salía la gente. No me fijé cada cuántos. Dentro todo estaba con aspecto de normalidad: estantes no repletos, pero sí cubiertos. Hice la compra para varios días, aunque sin exagerar: un bonito y un pulpo para congelar en raciones, lentejas, frijoles y pasta, patatas y fruta, no mucho más, lo que podía llevar en dos bolsas. Pregunto a la cajera y me dice que ha tenido que venir andando desde su casa en Chorrillos, salir antes de las seis para llegar antes de las siete y media. No creo que lleguemos a darnos cuenta de lo agradecidos que debemos estar a personas como ella, que multiplican sus esfuerzos de esta manera. Regreso caminando. Todo tranquilo, apenas hay vehículos circulando, la avenida Grau está cortada por el Ejército y obligan a los carros a subir por Piérola. En casa ha sido una mañana bien aprovechada. Mientras Rosa teletrabaja hago caldo de pescado con el espinazo y la cabeza del bonito. Pongo en orden mesa y cocina, siempre llenas de cosas. Recojo el equipaje que ayer quedó tirado en medio del salón. Coordino la llegada de los libros a Yurimaguas y su traslado a la lancha para que lleguen a Saramurillo.
Veo las noticias de refilón. Escribo a algunos amigos y contesto a otros. Realmente me vuelvo a dar cuenta de lo afortunados que somos al tener recursos suficientes para prever las necesidades de la semana. Vivimos en un distrito que, además de hermoso, se deja caminar, y en el que todo está cerca.
Zuleica y Xiomara, bibliotecarias de La Cocha de los Libros, en Saramurillo.
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