9. El texto dice que esa pandemia «ha sido el ‘sueño’ de cierta élite» tanto comunista como capitalista. No definir qué tipo de «élites» son los responsables de esa pandemia y hablar en términos tan generales no aporta claridad sino confusión. El texto dice «El Evento 201 imaginó, y el karma copió y respondió» para darnos una lección: «Las palabras y los pensamientos tienen poder». Es una explicación mágica que no comparto.
10. El texto no dice una palabra sobre la mundialización y sobre cómo China fue el mayor aprovechador de la mundialización, proceso que llevó al desmantelamiento industrial de países claves del mundo capitalista en beneficio del desarrollo industrial chino. No dice que la mundialización deberá ser reestructurada y que China deberá pagar un precio económico, político y diplomático por no haber frenado desde el comienzo el desastre causado por el virus de Wuhan.
11. El texto no dice una palabra sobre el hecho gravísimo de que la producción de elementos esenciales en la fabricación de medicamentos, antibacterianos, anti virus, vacunas y materias primas para la fabricación de ciertos medicamentos, así como las máscaras sanitarias y los aparatos de reanimación pulmonar, son hechos en gran medida por China, a causa de esa mundialización, y que ese hecho está jugando un papel gravísimo en la incapacidad actual de ciertos países del primer mundo, como Italia, Francia y España para dotarse a tiempo de elementos sanitarios para reducir la curva de infectados y de muertes de la pandemia.
12. Recuso todo lo que recomienda el texto sobre «combatir la información errónea» y establecer una «coordinación de la información» sobre la pandemia. Todo eso va contra la libertad de expresión y de prensa. «Coordinar la información» equivale a censurar la información no conforme con el pensamiento del grupo dominante y crear una información oficial como la única tolerada. Todas las informaciones y opiniones deben ser libres de circular sean erradas o no, así como se debe proteger la libertad de crítica.
ANTIAMERICANISMO Y COMPLOTISMO
31 de marzo de 2020
PEDRO AJA CASTAÑO EN SUS RESPUESTAS telegráficas a mis críticas destapó, por fin, su juego. El fondo de sus planteamientos es una combinación sutil de tres posturas: antiamericanismo, anticapitalismo y complotismo. Lo que fue, para mí, una sorpresa. No había visto ese perfil en sus anteriores columnas.
Pedro Aja Castaño insiste en atribuirle a Estados Unidos un papel central en la aparición del virus de Wuhan. Claro, no es el primero en decir eso. Tampoco él dispone de una prueba al respecto. Sin embargo, no abandona en sus respuestas ese punto de vista.
El hilo conductor de sus explicaciones es el odio a Estados Unidos y al Reino Unido (o a lo que él llama los «ingleses capitalistas»). En sus lacónicas respuestas lanza mensajes explícitos que no ocultan esa antipatía. Él, por ejemplo, me lanza la siguiente pregunta: «¿Sabes que hubo norteamericanos e ingleses capitalistas que financiaron a Hitler y al comunismo?». Respuesta: no lo sabía, aunque nadie ignora que hubo gente, como el comunista francés Jean-Baptiste Doumeng, que se llenó los bolsillos haciendo negocios con la URSS durante la Guerra Fría.
Sin arriesgar una sola línea para sustentar el cuento de los capitalistas que financiaron «a Hitler y al comunismo», Pedro concluye: «Esa es la élite que juega en ambos bandos» (el hitlerismo y el comunismo). Y termina con esta perla: [la élite anglo-americana] «controla en la sombra los principales gobiernos de la tierra».
Antes de refutar su tesis complotista diré algo: Estados Unidos jamás financió a Hitler, ni financió el asalto bolchevique al poder. Pedro Aja calla la realidad de esos dos procesos. Resumo: Con el tratado de Rapallo de 1922, basado en el mutuo rencor de Berlín y Moscú por Occidente, el Ejército alemán pudo evadir las duras exigencias de desarme del tratado de Versalles y la Rusia soviética pudo realizar algunos planes de industrialización gracias a los alemanes. Con el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, Stalin se repartió con Hitler la Polonia y le permitió desatar la segunda guerra mundial. Mucho antes, Stalin había contribuido al ascenso de Hitler al poder. Ordenó a los comunistas acusar a la socialdemocracia alemana de ser su peor enemigo. Divididos, los dos partidos mayoritarios le facilitaron a Hitler ganar la elección de 1933, ser nombrado canciller y obtener poco después los plenos poderes. Si alguien ayudó a Hitler fueron, entre otros, los comunistas rusos.
Gracias a Estados Unidos y a la Gran Bretaña y al heroísmo de los Aliados y del pueblo ruso, la ocupación nazi de Europa fue derrotada. La masiva ayuda militar de Estados Unidos a la URSS (le suministró aviones, camiones y artillería pesada), le permitió al desbaratado Ejército Rojo resistir la invasión de la Reichswehr y lanzar las contraofensivas que culminaron en el triunfo de Stalingrado de 1943. El desembarco aliado en junio de 1944, dirigido por Estados Unidos, desembocó en el colapso definitivo y en la capitulación nazi del 8 de mayo de 1945.
Quien financio a Lenin, para que tomara el poder en octubre de 1917 fue el alto mando alemán. Desde el comienzo de la primera guerra mundial, y alertada por Parvus, un rico aventurero socialista y traficante de armas, Berlín vió con interés los llamados bolcheviques a la deserción de las tropas rusas, que los obreros y soldados rusos desoían. Enormes sumas de dinero, a través de Parvus y de bancos alemanes en Suecia y Noruega, fueron dadas a Lenin, Zinoviev, Kamenev, Korlovsky, Kollontai y otros para financiar sus publicaciones e intensificar la propaganda derrotista. Tras la caída del zar, en plena revolución de febrero, esa operación fue profundizada. Bajo instrucciones de Ludendorff, jefe de los ejércitos alemanes, dos diplomáticos, Robert Grimm y Fritz Platten, redactaron el protocolo que organizó el regreso a Rusia de Lenin y 32 miembros de su partido en abril de 1917, a través de Suiza y Alemania. Ludendorff logró lo que buscaba: utilizar a Lenin como agente alemán quien, una vez en el poder, debería firmar la capitulación de Rusia y la retrocesión a Alemania de inmensos territorios, a cambio de una «paz durable»: Polonia, Lituania y una parte de la Rusa Blanca. Las tropas rusas tuvieron, además, que salir de Ucrania, Finlandia, Estonia y Letonia. Y las ciudades de Kars y Batoum fueron cedidas a Turquía. Eso, más el pago de una indemnización de seis millardos en marcos-oro, fue la humillante «paz separada de Brest-Litovsk» firmada por Trotsky el 3 de marzo de 1918. Tal traición vergonzosa desató una rebelión de jóvenes oficiales de Petrogrado que estuvo a punto de poner fin a la dictadura de Lenin y precipitó la intervención occidental. Ese fue el comienzo de la guerra civil de tres años y de los 73 años de atrocidades comunistas sin nombres, en Rusia y en otros países.
Robert Service, profesor de historia de Oxford, quien fue autorizado por Gorbachov y Yeltsin a consultar los archivos personales de Lenin, reveló los detalles de ese obscuro episodio y de la aventura del famoso tren que solo fue «blindado» porque nadie podía entrar ni salir de los cuatro vagones sin la autorización de Platten y las maletas y pasaportes no fueron controlados por la policía ni por la aduana. «Sería difícil encontrar en la Historia un partido político que haya trabajado en la derrota de su propio país con más celo y determinación que los bolcheviques. Era un eslabón esencial de la cadena: el derrumbe del Estado tras la derrota militar sería seguido por la toma del poder», escribió Dimitri Volkogonov, un general ruso autor de una famosa biografía de Lenin.
¿En qué queda la teoría de Pedro Aja Castaño sobre la «financiación del comunismo» de los norteamericanos?
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