El uso de colores tiene como único fin identificar y discriminar aquellos aspectos que, en cada dibujo, queremos resaltar. Estos ayudan a que las diferencias salten a la vista y, a su vez, nos permiten asociar aquello que está marcado con un mismo color: cada dedo con la tecla que debe tocar o con el recorrido que debe realizar sobre el teclado, por ejemplo. Si las primeras veces que aparece la nota sol está identificada con la imagen de un sol amarillo, es a fin de aprovechar la doble asociación posible, ya que es la única nota cuyo nombre coincide con el de un objeto (el sol) bien conocido por cualquier niño. Esta casualidad nos permite generar otro punto de apoyo que le sirva al niño de referencia. Incluso aquellos niños que todavía no leen de forma fluida van a reconocer a la nota sin dificultad. Por otro lado, a medida que construimos nuestro dibujo, eligiendo colores, trazando el teclado y las manos, buscando y pintando la tecla que queremos destacar o marcando el recorrido que el dedo hace sobre el piano, estamos construyendo una imagen mental de todo lo que hacemos. Ésta contiene datos concretos y reales que van a constituir el soporte conceptual de la acción de tocar. Si nos olvidamos podemos recurrir al dibujo, de la misma manera que uno recurre a un texto cuando olvida un dato. Asimismo, sin decirlo, estamos trasladando al papel el mundo sonoro, sentando las bases de la posibilidad de una escritura como medio de plasmarlo. Estas partituras básicas, cumplen la misma función que una receta de cocina: nos explican qué elementos necesitamos, cuál es el procedimiento, y dónde debemos realizarlo. Los colores nos ayudan a visualizar rápidamente las concordancias y las diferencias.
Los niños inventan en el instrumento de la misma manera que juegan con las piezas de un lego. Construyen una pieza musical como arman una casa o un camión, acomodan las piezas hasta conseguir la forma deseada o combinan al azar y aparece un producto que no esperaban y que, si les gusta, se convierte en un nuevo modelo. Inventar es una de nuestras actividades cotidianas, así como tocar, sacar de oído, entender el lenguaje, construir y aprender su escritura, etc. A veces logramos un “hit” que nos encanta, gusta a otros y perdura; otras veces no tenemos tanto éxito con el producto final pero a nosotros nos gusta, nos divertimos y aprendemos muchísimo al hacerlo. Aprendemos a cocinar cocinando, a veces nos chupamos los dedos, otras… no nos sale tan tan rico, pero como en cualquier otra actividad, nos entrenamos, adquirimos “oficio” entendiendo “cómo se hace”, disfrutamos y ¡qué orgullosos estamos!
También estamos aprendiendo a escribir y leer, y nos importa mucho que sea fácil y accesible, para que cumpla su función y el niño pueda establecer de entrada una relación fluida con la música escrita. Esto va a ser posible si el tipo de escritura es el adecuado en cada momento y se adapta a su capacidad real de comprensión en cada etapa, para evolucionar de manera paulatina hacia la abstracción del pentagrama. La clase es un espacio de construcción conjunta. Esta modalidad me permite presenciar todas las operaciones conceptuales y prácticas que el alumno realiza para entender y resolver las situaciones que le son novedosas. Estando presente, puedo conocerlas y por consiguiente operar sobre ellas, construyendo y diseñando mientras “aprendemos”, nuestra forma de aprender.
En esta ocasión no hago énfasis en el desarrollo y la forma de abordar e incorporar el aspecto rítmico. En coherencia con el resto, en el momento oportuno, a medida que nos encontramos con los distintos grupos rítmicos básicos los presentamos, anotamos y diferenciamos, asignando a cada uno la palabra que lo representa. A menudo, en material muy simple aparecen, junto a los ritmos más básicos, otros más complejos que el niño no está en condiciones de identificar ni entender. Alcanza, en un primer momento, con diferenciarlo de alguna manera si es necesario. Si lo reproduce con precisión, conviene esperar, para incorporarlo como grupo rítmico consciente, a que esté en condiciones de entender su estructura y su origen. El niño tiene un uso del vocabulario y de la estructura del lenguaje hablado mucho más libre y amplio de lo que es capaz de explicar. Lo usa “de oído”. También usamos la música de oído, vamos diferenciando y adjudicando nombres y funciones, de a poco, en la medida en que esté en condiciones de incorporarlo a su vocabulario consciente. La cantidad de variaciones o canciones parecidas que aparecen en algunos casos, se debe al éxito que tuvo la pieza original que cada niño eligió en su momento para aprender. Les gusta cómo suena, les gusta tocarla y esto los motiva para inventar una propia de características similares. Nos ocupamos de tocar, entender, escribir, leer, jugar, inventar, armar historias que tocamos cantando, y otras, que cuenta el piano.
Muchas de las reflexiones que se van sucediendo a lo largo del texto, son generales. No atañen a una etapa evolutiva en particular ni se refieren exclusivamente al momento en que aparecen descriptas en el libro. Reflejan una concepción de la enseñanza y del vínculo con el instrumento y la música que, en este caso, se aborda en relación con la niñez. A lo largo del proceso de aprendizaje, la modalidad no se modifica ya que no es exclusiva de la iniciación ni depende de la complejidad del material; se adapta a las necesidades de cada instancia. En cuanto a la iniciación al piano de adolescentes y adultos, las problemáticas que se presentan son parecidas; necesitarán de materiales, estrategias y soluciones acordes a cada individuo según su edad y sus características.
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1 Violeta Hemsy de Gainza: Pianista y pedagoga musical argentina, referente mundial en la especialidad. Su impronta nutre muchos de los impulsos analíticos sobre la pedagogía del piano que estimulan a la autora a generar, consecuentemente, una nueva serie de planteamientos.
El viernes, Camilo, de 6 años, vino a tomar su primera clase de piano.
Nos habíamos conocido la semana anterior, en que vino a verme con su mamá. Acostumbro a hacer una entrevista previa al comienzo de las clases en la que el futuro alumno (y/o sus padres) me transmite sus gustos, necesidades y expectativas, y yo, a partir de lo escuchado, propongo lo que me parece adecuado y ofrezco que hagamos una “mini clase”, para pasar del “dicho al hecho”, poner en acción todo lo que intercambiamos hablando y tener la oportunidad, en ese mismo momento, de empezar a conocernos en la tarea.
La entrevista es un momento importante en el que, se confirma o no, una elección mutua, es fundamental que el alumno se sienta cómodo, la tarea compartida le resulte agradable y atractiva y elija tomar clases conmigo, en este caso.
El profesor también hace una elección aunque no siempre sea consciente de ello. La calidad y cualidad del vínculo es determinante en cualquier proceso de aprendizaje, ya que ambos, profesor y alumno, depositarán en el otro sus deseos y expectativas y a su vez esperarán que las propias sean satisfechas.
Volviendo a Camilo, le pregunté si por ser la primera clase quería que su mamá se quede, me dijo que no y me mostró el cuaderno que había traído (a pedido mío).
En el cuaderno (común, no pentagramado) va a quedar registrado todo lo que hagamos en clase, de manera tal que, si lo necesita, lo escrito le permita revivirla. Va a ser también el espacio en el que vamos a construir juntos una forma de dejar “anotadas” las piezas o canciones que aprendemos para que pueda recuperarlas en caso de haberlas olvidado. Uso la palabra “revivir” porque espero que al releerlo el niño no solo recuerde cómo es lo que aprendió, sino también, a través de los datos concretos, toda la dinámica que los acompañó.
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