Cuando Maité entró en su habitación encontró a su hermana sentada en la orilla de la cama.
―¿Rania? ¿Qué haces aquí? ¿Te pasa algo? ―interrogó mientras colocaba su cartera en la mesita de noche que estaba a un lado de la puerta al lado derecho de su cama. Rania estaba de espaldas y no contestó las preguntas que su hermana menor formulaba. Maité se acercó lentamente y se sentó a su lado, allí descubrió que su hermana estaba llorando.
―Rania, por Dios, empiezas a asustarme, ¿qué te pasa?
―Estoy preñada.
Al escuchar esa frase Maité empezó a sonreír y su alma se llenó de ilusión, un sobrinito, trató de entender el llanto de su hermana y rodeó los hombros de Rania con sus brazos.
―Sé que ser madre no es una tarea fácil, pero un hijo siempre es una bendición, no quiero que estés triste por eso.
―Maité, temo por mi bebé, no quiero hacerle daño.
―Por Dios, Rania ¿de qué hablas?
―Para nadie es un secreto que tengo una enfermedad nerviosa, temo que pueda dañar a mi bebé, si tomando medicina me pongo como me pongo, ¿te puedes imaginar si no tomo nada?, por lo mismo el doctor me suspendió el tratamiento.
―Hermanita, relájate, justamente es lo que necesitas, relajarte y no pensar en eso. Ser madre ha de ser algo hermoso, disfruta esta etapa, ¿Aldo ya lo sabe?
―Sí, recién hoy nos enteramos juntos, fuimos a ver al doctor y él nos dio la noticia.
―Bueno, relájate, tómate un tecito y recuéstate un rato, apenas estas empezando una carrera que durará nueve meses, yo le pido a cualquiera de las sirvientas que te suba tu té, quédate aquí en mi cuarto. Yo voy a salir…
Diciendo esto tomó su bolsa de nuevo, mientras lentamente Rania se recostaba en la cama de su hermana.
―Vuelvo al rato, y te felicito hermana ¡qué emoción vas a ser madre!
Aldo estaba nervioso, miraba su computadora y no se podía concentrar, estaba en su oficina en la Procesadora de Mariscos, la que estaba ubicada en el último nivel del edificio.
―Señor, su cuñada lo busca ―dijo su secretaria por el teléfono.
―Hazla pasar ―ordenó el aún presidente de la empresa familiar. En efecto, Maité entró a la oficina, cerrando tras ella la puerta. Dejó su bolsa sobre la silla que estaba frente al escritorio de su cuñado y se acercó lentamente a él, y sin que este pudiera esquivarlo, le dio una cachetada, luego, sin que tuviera chance, le dejó ir otra de vuelta. Éste se puso de pie para contenerla.
―¡Maldito estúpido! ―le gritó enojadísima―, hiciste que yo abortara a tu hijo, ¿vas a hacer lo mismo?, ¿vas a hacer que mi hermana aborte el hijo que le hiciste?
Aldo detuvo a Maité, pues esta estaba dispuesta a seguir golpeándolo, con sus manos aprisionó las de la joven furiosa y trató de calmarla:
―Maité, cálmate, no es el lugar.
―¿No es el lugar?, ¿olvidas cuántas veces me hiciste el amor sobre este maldito escritorio? Entonces sí era el lugar, ¿no?
―Maité, ya supéralo, yo no voy a estar contigo nunca.
―Te maldigo, Aldo, eres el hombre más infeliz que pude conocer en mi vida. No sé cómo no se me soltó la lengua y le conté todo a mi hermana, eras mi novio Aldo, eras mi novio, nos íbamos a casar, claro, al conocer a mi hermana la elegiste mejor a ella ¿y yo?, ¿y yo qué? ¿Dónde quedaba mi amor por ti?
―Te he pedido perdón mil veces, mil veces, en el corazón no se manda.
La chica empezó a llorar de dolor, de rabia, de impotencia, aún seguía sintiendo ese amor apasionado por su cuñado, en el pasado Aldo la había marcado y esa marca ni Gabriel ni nadie la borraría, los primeros amores, siempre los primeros amores son los más destructivos cuando se vuelven imposibles.
―Te enamoraste de la estúpida enferma cretina de mi hermana. A veces pienso que debí matarte, infeliz. Tú no te mereces un hijo, no mereces que nadie te diga papá, maldito asesino, nunca debí aceptar abortar, maldito el día que te conocí.
―¿Puedes retirarte? O ¿quieres que llame a seguridad?
Maité se le soltó y arrojó a su cuñado con todas sus fuerzas para quitarlo de donde estaba, entonces se sentó en la silla que Aldo ocupaba y ahogada en histeria reclamó:
―¿Tú?, ¿tú me vas a echar de la fábrica de mi padre, maldito estúpido?, a ver, eso sí lo quiero ver, llama a tus achichicles y que me saquen y te juro que, si me ponen una mano encima, no solo ellos saldrán despedidos, sino que tú también. Esta empresa es más mía que tuya, imbécil, así que aquí me voy a quedar el tiempo que se me dé la gana.
―Por Dios, Maité, no hagas esto más difícil.
La joven suspiró, intentaba calmarse, inhalo y exhaló fuertemente y su temperamento cambió de histeria a calma en un santiamén, entonces se levantó de la silla y acercándose a él, dijo sensualmente:
―¿Estás seguro que quieres que me vaya? ―Se secó las lágrimas con delicadeza y levantándose la falda, añadió:
―Apuesto a que quisieras revivir viejos tiempos, ¿recuerdas los gemidos de placer que pegaba sobre este escritorio? ¿No quieres que los revivamos?
―Es mejor que te vayas cuñada.
―Uf, que sexi sonó eso de “cuñada”, me puso más ardiente, ¿seguro quieres que me vaya?
Aldo se abalanzó sobre ella y la besó apasionadamente. Se fueron pegados besándose apasionadamente hasta la puerta y Aldo cerró con llave, la llevó a su escritorio tirando todos los papeles los cuales volaron por los aires, la desnudó y como en aquellos viejos tiempos los dos se entregaron a sus bajas pasiones.
Doña Magali entró al cuarto de Maité, llevaba en sus manos una bandeja con una taza de té.
―Matilda me dijo que necesitabas un té, te lo traje personalmente ―dijo cerrando la puerta tras de ella.
―Deja eso allí, mamá, abrázame, necesito un abrazo tuyo.
Doña Magali dejó la bandeja en la mesa de noche que tenía cerca de la cama y se acostó al lado de Rania.
―¿Qué te pasa mi vida? ¿Por qué te pones así?
―No estoy preparada para ser mamá, no sé cómo serlo.
―Nadie nace lista para ser mamá, mi amor, eso se aprende en el camino y ¿sabes qué?, el instinto hace todo el trabajo, ya lo verás, es lo que de menos debes preocuparte.
Marlen entró a la mansión, venía de la lavandería y tenía los ojos como si hubiera llorado sin parar, entró secándoselos, sabía positivamente que estaba en grandes problemas. A lo largo de los años se había dado cuenta que su patrona era una mujer de carácter, no vacilaría en hacerla a un lado si le estorbaba, era evidente que la había dejado en su puesto de trabajo para poderla controlar. Fue Sidi Farid quien la vio y la detuvo. Intentó actuar como si nada sucedía, hubiera querido borrar por completo su semblante de aflicción, pensó que sus ojos estarían irritados por el llanto y en efecto así era, el viejo Farid se habría dado cuenta de inmediato, pero quiso mantener la calma.
―¿Y a ti que te pasa, mujer? ¿Por qué has estado llorando?
―No, Sidi, más bien, sí Sidi, problemas de mujer. ¿Puedo seguir?
―Claro, sigue con tus quehaceres.
“Problemas de mujer, sí, cómo no” ―murmuró acariciando su barba, intrigado. Los años lo habían coronado de experiencia, no solo en los negocios si no en el arte de intentar entender a las mujeres, pero tenía tantas cosas en que pensar, tantos problemas que solucionar que no tardó en desaparecer la intriga que la joven sirvienta había provocado en él.
La noche llegó de nuevo, más oscura que de costumbre, la luna había sido resguardada por espesas nubes y el frío era insoportable; eran las tres de la mañana cuando Rania sintió una mano en su hombro. Era un hombre vestido completamente de negro. Ella intentó gritar, pero no lo logró, no podía hacerlo, miraba a su lado a Aldo, profundamente dormido, pero no podía moverse. El hombre llevaba una gran capa negra con un gorro que cubría su cabeza. De pronto un niño de unos dos añitos salió del baño, estaba semidesnudo, parecía envuelto en pena, su rostro lleno de lodo y su diminuta ropa interior harapienta, de él emanaba un olor horrible, sus pies descalzos y maltratados, provocando en Rania una pena terrible. El infante clavó su mirada en la joven angustiada.
Читать дальше