Byron Mural - Demonios privados

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La Familia Tafur parece tenerlo todo: la mayor procesadora de mariscos de la zona y una hermosa mansión en la orilla de la playa, aparte de un estilo de vida lujoso y sin aparentes complicaciones. Pero dentro de los muros de dicha mansión se esconden muchos
secretos. Una serie de
asesinatos extraños, sin aparentemente ningún patrón en común, hace que los habitantes de la Casa Grande estén inmersos en un infierno. La vida de todos está en peligro, y ni la policía puede evitar su sangriento destino. Rodeada por el misterio, la familia Tafur se verá envuelta en el mayor escándalo que ha sacudido la zona en años.

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―No entiendo su expresión, Sidi, lejos de estar feliz parece que está apenado o peor aún, enojado.

―No, no, claro que no, estoy feliz, solo que la noticia me tomó por sorpresa, esperaba esta noticia, pero no tan pronto. ― El tono con el que habló aún era de desconcierto, ¿eran tan inconscientes los jóvenes de no cuidarse y traer a un niño al mundo tan pronto?

Aldo se puso de pie y fue a donde estaba su esposa y acariciando su aún oculto vientre preguntó:

―¿Dónde está mi suegrita? quiero darle la noticia.

―Está en la cocina ―indicó el viejo Farid en un tono frío.

―¿Vamos a darle la noticia? ―preguntó el entusiasmado futuro padre a Rania con una sonrisa rebosante de felicidad.

―¿Puedo hablar contigo, hija?

La pregunta de su padre hizo que Rania se sintiera un poco nerviosa, siempre que su padre pedía hablar a solas con ella no era para cosas buenas.

―Ve con él, yo le daré la sorpresa a tu mamá ―aconsejó Aldo a su esposa y diciendo esto se fue a la cocina, mientras Sidi Farid invitaba a su hija a su despacho.

Aldo, entusiasmado, entró en la cocina y vio a su suegra ocupadísima, no le importó, le dio la hermosa noticia. “Va ser abuela” le dijo sin ningún preámbulo.

Doña Magali frunció el ceño, en su rostro solo podía leerse rabia y desconcierto; su joven yerno no pudo esquivar la bofetada que su suegra le propinó.

―¡Estúpido! ―Fueron las palabras llenas de ira de doña Magali, dejando a su yerno paralizado por sus acciones.

III

A mi manera

Sidi Farid pidió a Rania que cerrara la puerta después de que ambos entraran a su despacho. Ella lo hizo y lo siguió hasta su escritorio, se sentó frente a él, mientras este se acomodaba al otro lado.

―Hija, durante estos años te hemos estado tratando de los nervios y sabes perfectamente que te ha costado mucho superar esa gran crisis nerviosa que te afecta, ahora estoy preocupado porque, como es lógico, no podrás continuar con tu tratamiento, necesito que trates de relajarte y controlarte, todo lo que hagas le afectará al bebé.

Rania entrelazó sus manos, tenía un semblante tranquilo, parecía que durante años había estado esperando el mágico momento de quedar embarazada.

―Sí, papi ―contestó―, ahora que suspendió mi tratamiento, el doctor me advirtió que tengo que estar más relajada. Y pues solo espero poder aguantar estos largos nueve meses que están por venir.

―Alá lo permitirá, mi amor, te lo aseguro. Alá no abandona a sus fieles.

―Gracias por amarme tanto, papá, sé que eso de “fieles” lo dices por el gran amor que me tienes.

―Alá ama más que yo, mil veces más que yo. Es fiel y es infinitamente perfecto, él te dará las fuerzas para continuar sin medicamentos, mi amor. Ahora regresa con tu marido ―sugirió guiñándole el ojo.

―Alá, perdóname por lo que estoy haciendo. Perdóname, oh Dios, rico en misericordia ―exclamó en voz alta el viejo árabe al verse solo en su despacho, su suplica estaba llena de aflicción, pero también tenía la esperanza de que Dios escuchara sus oraciones.

Al no poder evadir la cachetada, se abalanzó sobre doña Magali y la besó en la boca apasionadamente, esta se resistió al inicio, pero al no poderse zafar de los labios de su yerno, se dejó caer en las garras de la pasión que tiempo atrás ya los había consumido. Noches que juntos habían pasado fuera de la mansión cuando Aldo aún era novio de Rania, pero cuando se toman riesgos tan grandes como este generalmente trae consecuencias. De pronto y sin previo aviso entró en la cocina Marlen y al ver la escena se tapó la boca para no gritar. Pero fue inútil, doña Magali y Aldo la vieron y la sirvienta salió corriendo de la cocina:

―¡Marlen! ¡Marlen! ―gritó la dueña de la mansión Tafur, pero no logró detenerla.

Marlen corrió cruzando por la sala, pero se estrelló contra Rania.

―¡Marlen! ¿Qué te pasa?

―Nada, mi niña, yo, yo…

En ese momento llegó doña Magali seguida de Aldo, los dos no podían ocultar su excitación, una mezcla de pánico y miedo envolvía los rostros de ambos.

La criada se sentía acorralada, ella no era nadie y aunque llevaba años al servicio de los Tafur su cabeza rodaría por la imprudencia de haber entrado en la cocina y darse cuenta que la señora de la casa no era realmente tan respetable como se pregonaba en toda Costa Asunción.

―Doña Magali, voy a ir por la ropa sucia ―anunció en un tono pausado y lleno de miedo.

―¿Pasa algo, mamá?

―No pasa nada, hija, solo que Marlen y yo necesitamos hablar, pero después lo haremos.

―La sirvienta está nerviosa porque ocurrió un accidente en la cocina, ya lo solucioné yo, pero salió corriendo y por eso veníamos a tranquilizarla, por un poco hace explotar la estufa… ―explicó Aldo mientras clavaba su mirada amenazante en la sirvienta.

Doña Magali se retiró del lugar argumentando que iría a la lavandería de la casa para tranquilizar a la joven empleada.

Aldo dio un cálido beso a su esposa y se retiró a la Procesadora, dejando a su esposa, quien, entusiasmada, acariciaba su plano vientre.

Maité dejó a su enamorado justo donde lo había recogido, frente al viejo mercado de Costa Asunción, mientras avanzaba en su auto lo veía a través del retrovisor, sí, estaba enamorada, era un muchacho pobre, sí, pero la hacía sentir completa, no tenía ni la más mínima idea de cómo haría para que su padre lo aceptara después de que descubriera el engaño que ambos habían fraguado haciéndolo pasar por un muchacho rico; ese problema lo solucionarían cuando llegara, por lo pronto ella se sentía infinitamente atraída por aquel muchacho sudoroso y trabajador.

Doña Magali entró a la lavandería, la cual estaba ubicada en la parte trasera de la mansión; era un cuarto relativamente pequeño, allí tenían las máquinas de lavado y secado, generalmente solo las sirvientas entraban a ese lugar, era tanta la ropa que se lavaba en la mansión que el viejo Farid tuvo que comprar 5 lavadoras y 5 secadoras para dar cumplimiento a las demandas de todos los que bajo su techo se cobijaban. ―¿Marlen?… ―curioseó doña Magali dando un paso dentro de la lavandería. Su voz advirtió a la criada que la señora de la casa estaba dispuesta a todo para llegar a un acuerdo con ella.

―Señora… ―contestó, dejando la ropa a un lado y colocándose a un lado de la secadora, tenía pánico de lo que doña Magali le dijera; siempre la dueña de la casa tenía la razón, así tendría que ser siempre.

―Marlen, necesitamos hablar…

―Yo me tengo que ir de aquí señora, no es necesario que me despida.

―No, claro que no te vas a ir, lo que viste puedes callarlo, no necesitamos llegar a los extremos, si tú te callas yo te puedo dejar en tu puesto, por Dios, Marlen, llevas más de 5 años trabajando aquí, sé que es un tiempo relativamente corto, pero eres parte de la familia.

―Por lo mismo, señora, no podría verle la cara a mi niña Rania y ocultarle que usted y don Aldo, se, se entienden…

Doña Magali se arrojó sobre ella y apretándole el cuello dijo en un tono amenazador:

―¡Está bien! ¡Lo vamos a hacer a mi manera! ¡Te vas a quedar aquí y vas a mantener la maldita boca cerrada, si dices lo que viste, te arranco la lengua, y te estoy hablando literalmente Marlen, si le cuentas a alguien lo que viste, yo misma te juro que me encargo de cavar tu tumba y enterrarte como se entierra a un perro! ¡Que conste que te lo advertí!

La señora de la casa soltó el cuello de la muchacha, mientras en su rostro se borraba la rabia que sentía. Luego salió de la lavandería como si nada hubiera sucedido, mientras Marlen asimilaba las palabras amenazadoras de la señora Tafur; no tenía más opción que cerrar la boca o terminaría en una tumba fría… Explotó entonces, se recostó sobre la lavadora y lloró como si hubiera sido una niña de 3 años regañada severamente por su madre.

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