―Mami. ―Su tono triste hizo pensar inmediatamente a Rania que el niño pedía auxilio, era él, era su hijo.
El hombre le quitó la mano del hombro y le permitió a Rania que se acercara al pequeño, los labios de Rania parecían cosidos con un hilo invisible, le fue imposible pronunciar palabra alguna, pero tenía terror de que el hombre de negro le hiciera daño; el hombre sacó de su capa negra un cuchillo grande, y lo acercaba al cuello del niño.
―Mami ―dijo el niño llorando del miedo, mientras Rania no podía moverse; frente al niño nuevamente se encontraba paralizada y en un instante el hombre lo degolló frente a ella… el enorme grito de horror que Rania pegó no solo la despertó a ella de la terrible pesadilla sino también a su esposo.
―Mi amor, por Dios, ¿qué te pasa?
―Una pesadilla ―exclamó fatigada, con su mano secó el sudor frío que tenía en todo el rostro, su corazón palpitaba a prisa y su cuerpo estaba completamente invadido por la adrenalina y la desesperación.
―Por un poco y me da un infarto del susto, estaba completamente dormido ―argumentó su marido encendiendo la luz, iluminando de una sola pieza la habitación.
―Una horrible pesadilla ―explicó la chica intentando calmarse y procurando calmar su agitado corazón.
―Ya, ya pasó, voy a ir a la cocina por un poco de agua para ti ―dijo, poniéndose de pie y cubriéndose con una bata. Rania se volvió a acostar.
Aldo bajó por las escaleras hasta la sala y cruzó a la derecha en dirección a la cocina, al entrar en la estancia se percató que la luz estaba encendida, y vio allí sentada frente a la mesa a doña Magali.
―¿Qué hace a estas horas aquí?
―No puedo dormir, no después de enterarme que vas hacerme abuela.
Aldo caminó lentamente y jaló una silla, se sentó frente a su suegra, no entendía como la vida lo había enredado de tal manera, pero ahora tenía que asumir su papel como esposo de Rania, los días de pasión al lado de la señora Tafur habían quedado en el pasado, más valía que así fuera.
―Magali, si me casé con su hija, usted sabe positivamente por qué lo hice, no puede reprocharme nada, cuando yo la conocí a usted, usted ya estaba casada, y bien casada con don Farid, era obvio que no tenía cómo acercarme a usted, hasta que vi a su hija, sabía que era la forma de hacerlo.
―¿A qué estás jugando, Aldo?
Aldo se puso nervioso, se levantó y fue hasta el refrigerador, tomó una jarra de agua, llenó un vaso para su esposa y agregó:
―¿A qué juego? Por Dios, Magali, sabe positivamente que me encantan las mujeres mayores que yo, usted me gusta, pero es obvio que vivimos bajo el mismo techo y tenemos que controlarnos. Además, son las tres de la mañana, no es ni la hora ni el lugar adecuado para hablar de esto. La espero mañana en mi oficina, llegue a las diez, a esa hora todos van a su refacción, podremos hablar tranquilos ―y diciendo eso salió de la cocina dejando a doña Magali sola allí en medio de la nada. Envuelta en una nube de confusiones.
Aldo subió rápidamente las escaleras y entró a su cuarto, pero no encontró a Rania allí, la esperaba ver acostada, aguardándolo, pero no fue así.
―¿Rania? ―preguntó mirando a su alrededor. Puso el vaso de agua en la mesita de noche y fue al baño. Allí estaba enconchada dentro de la tina.
―Amor, ya pasó, vamos a la cama ―dijo él tomándola del brazo.
―Fue horrible. No puedo dejar de pensar en ese sueño ―musitó llorando.
―Fue un sueño, solo un sueño mi vida ―indicó él, ayudándola a salir de la tina.
―Vamos, tómate un poco de agua y volvamos a la cama.
El cálido beso que Aldo le dio en la boca le recordó a Rania que ya no estaba sola, que tenía la obligación de ser fuerte, más fuerte que sus temores.
―No quiero dormir, no quiero volver a soñar eso.
―Nadie puede reanudar un sueño, mi vida, vamos, fue una pesadilla, ya amanecerá.
Se acercaron a la cama y Rania tomó un sorbo de agua, y casi obligada por Aldo, se acostó a su lado, este la abrazó fuertemente mientras ella se sentía confundida.
La alarma despertó a Aldo a la mañana siguiente, quiso abrazar a su esposa, pero no estaba allí, se levantó asustado y poniéndose la bata salió de su cuarto corriendo.
―¿Rania? ―preguntaba por el pasillo.
Maité al oírlo salió de su cuarto, aún la joven llevaba su ropa de dormir, Rania siempre terminaba asustando a todo mundo y eso hizo que ella se alarmara.
―¿Qué pasa, cuñado?
―¿Has visto a Rania?
Maité sonrió y le hizo una señal con la mano:
―Entra ―dijo en un tono tranquilizador, los dos entraron al cuarto de Maité y miró a su esposa en la cama de su hermana completamente dormida.
―¿Tan mala compañía eres, cuñadito, que mi hermana me prefirió a mí esta noche? ―preguntó ella burlándose de él descaradamente.
―Deja tus ironías, Maité, por favor, voy a darme un baño y me voy al trabajo.
―¿Quieres compañía? ―propuso ella susurrándole al oído.
―Voy a bañarme… solo ―sentenció Aldo dejándola allí parada junto a la cama mientras Rania permanecía dormida. No pasó mucho tiempo para que la hermana de Maité despertara.
―¿Maité? ¿Qué hago aquí en tu cuarto? ―preguntó extrañada, enderezándose lentamente.
―¿Cómo que qué haces aquí?, esta madrugada viniste llorando que querías quedarte aquí. ¿No lo recuerdas?
―Sí, ya recuerdo, me duele la cabeza. ¿Ya se levantó Aldo?
―Sí, vino a buscarte, pero te encontró dormida, fue a darse un baño. Dime una cosa hermana, ¿no amas a tu marido?
―Claro que lo amo, lo adoro, Aldo es el amor de mi vida, anoche tuve una horrible pesadilla y tenía miedo porque Aldo es de los hombres que cae a la cama y se queda dormido como un tronco, al final siempre me quedaría sola en la cama, aunque él estuviera a mi lado.
―Ve, date un baño con tu marido y luego vamos a desayunar, quiero que vayamos a Santa Rosario a comprar ropa; Gabriel nos ha invitado a una cena hoy.
―Estoy cansada, ¿quiénes vamos a ir a esa cena?
―Todos: papá, mamá, Aldo, tú y yo.
―Está bien, voy a darme un baño y después de desayunar, vamos de compras.
Rania entró al baño y vio la silueta perfecta de su marido, era un hombre atlético y muy guapo, se quitó ella la toalla, a pesar de estar embarazada tenía un cuerpo envidiable.
―Nada como un baño contigo… ―comentó su joven esposo, dándole así la bienvenida a la regadera. Con sus fuertes brazos la jaló y la obligó a recibir los cálidos y diminutos chorros de agua que caían incesantemente sobre su desnudo cuerpo. Se colocó detrás de ella e hizo a un lado su pelo para poder besar su apetitoso cuello, probó su piel con agua, agua que tragaba excitado por la ocasión, deslizó sus manos alrededor de los pechos desnudos de Rania y los acarició con morbo excesivo, mientras ella cerraba los ojos dejándose caer en la trampa morbosa de su marido. Dándose la vuelta se envolvió en los besos mojados de su amante y marido, este la tomó por la cintura y la obligó a que enredara sus piernas alrededor de su cintura atlética, así la hizo suya mientras el agua acariciaba sus cuerpos extasiados por el placer.
Eran quizá las cinco de la tarde cuando todos salieron de la mansión Tafur. Aldo empujaba la silla de ruedas de Sidi Farid. Y este, incrédulo, gruñó:
―No entiendo porque vamos tan temprano a la casa de Gabriel, si nos invitó a una cena supongo que deberíamos llegar más tarde, ¿no?
Maité sonrió, iba caminando al lado de su padre, vestía un hermoso atuendo rojo, elegante y atrevido, escandaloso para el gusto de su religioso padre.
―Sí, papi, pero Gabriel quiere pasar una tarde con nosotros, la cena es solo el pretexto ―explicó la hermosa Maité.
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