Parece evidente que esta forma de representar, de pensar “el cosmos”, a la vez que definir espacios y contenidos, implica un movimiento, una dinámica de interacción de fuerzas, de potencias tanto “benignas” como “malignas”, luchas y conflictos de “dioses” y “demonios”. Esta creencia es solidaria, como consecuencia, con las concepciones acerca de qué cosa es eso de la “salud” como también de qué cosa es eso de la “enfermedad”. Así, apelando una vez más a este grosero y simplificador esquematismo, reconocemos en la enfermedad el triunfo y el imperio de las fuerzas malignas, de las potencias demoníacas, al tiempo que puede definirse la acción de la “sanación”, de la recuperación de la salud, como la erradicación de esas fuerzas (espíritus) malignas como consecuencia del proceso inverso: el triunfo y el imperio de las potencias benignas. Desde este punto de vista, el Chamán, “hombre de poder”, capaz de convocar a los seres espirituales de “hacer el bien” –de erradicar a la enfermedad y promover la recuperación de la salud– es concebido como un mediador; por ejemplo: en el contexto de una Ceremonia, “convidando” Ayahuasca a los presentes y convocando a la intervención de su espíritu-sanador ancestral.
0.3. El uso de Ayahuasca en el contexto de la psicoterapia psicoanlítica
“El análisis por el análisis no significa nada para mí. Yo analizo porque eso es lo que el paciente necesita. Si el paciente no necesita un análisis, entonces hago otra cosa.”
D. W. Winnicott
“No sugiero suspender voluntariamente la incredulidad para siempre; sólo sugiero suspender la incredulidad hasta haber captado lo que la otra persona tiene que ofrecer. En otras palabras: no formular objeciones hasta haber escuchado en alguna medida a la otra persona.”
H. Kohut
“Para ser sincero, hay que hablar en primera persona.”
M. Masud R. Khan
A finales de la década de los años sesenta y principios de los setenta, en mi propio tratamiento psicoterapéutico, tuve la oportunidad de experimentar el uso reiterado de drogas alucinógenas. En aquel entonces, las drogas –de gran pureza química– se importaban de los laboratorios Merck y Sandoz, en sus formas inyectable (intramuscular) y en la forma de grageas (ingesta oral).
De las experiencias de aquellos años conservé siempre un grato recuerdo. Bajo su efecto pude experimentar muy vívidamente fantasías, sentimientos, emociones, sensaciones corporales, y evocar recuerdos significativos de mi historia familiar. En mi caso personal, creo que yo no hubiese podido acceder a muchas de esas vivencias de no mediar el empleo de esas sustancias.
En algunas ocasiones me han preguntado en qué consistía la experiencia, en qué me beneficiaba. Confieso que para mí, no es fácil dar una respuesta. Pero entre los recuerdos que tengo de aquellas experiencias y que puedo relatar, hay uno que me parece puede condensar –en alguna medida– ambas respuestas.
Trabajando en una sesión bajo el efecto –en esa oportunidad– de Mescalina, mi terapeuta consideró conveniente hacer uso de la música (en las sesiones con alucinógenos se incluía regularmente en algún momento de la sesión, música grabada). Se levantó de su sillón y se dirigió hacia su escritorio, en el que se hallaba ubicado un sencillo aparato “tocadiscos”. Recostado en el diván, yo podía observarlo de espaldas. Colocó el disco e intentó –fallidamente– una y otra vez, haciendo uso del automático, iniciar la reproducción musical. He sido toda mi vida muy aficionado a la música, y conocía muy bien ese inconveniente en esa clase de aparatos; obviamente, conocía también muy bien cómo resolver de inmediato el problema. Recuerdo perfectamente lo que ocurrió en forma simultánea: en el mismo momento que observaba su accionar reiteradamente fallido, comencé a observar también cómo el techo del consultorio comenzaba a curvarse progresivamente hacia abajo, o sea a experimentar un notorio abombamiento. Sin tener conciencia de lo que pensaba y decía, en forma “automática” comencé a decir: “pero qué abombado está el techo… qué abombado está el techo”… en forma insistente. En el preciso instante que pude percibir el sentido de lo que estaba experimentando, remitió la vivencia alucinatoria.
Yo sentía un especial cariño por mi terapeuta y también lo valoraba mucho. Es evidente que por diversos motivos, yo experimentaba una gran inhibición para sentir y eventualmente expresar verbalmente esos sentimientos de desvalorización y desprecio. Pero la experiencia nos permitió poder ponerlos en evidencia, y desde ahí, relacionarlos con otras situaciones con él, y con otras personas. Mis colegas reconocerán seguramente en este sencillo episodio algo de aquello que denominamos “transferencia negativa”, de carácter hostil.
Estoy casi seguro que más de un colega pensará que el des-cubrimiento de esa clase de “ideas-sentimientos” es posible realizarlo también sin el empleo de sustancias alucinógenas. Estoy totalmente de acuerdo. Han sido también para mí mucho más reiterados esa clase de episodios –tanto en lo personal como desde el rol de psicoterapeuta con un paciente– sin el uso de un psicoactivo. De hecho, no estoy intentando con este ejemplo justificar el uso de psicoactivos en los tratamientos psicoterapéuticos en general. El ejemplo no es más que eso: una ilustración del beneficio que –a mi criterio– tuvo para una persona en ese tratamiento en particular, en ese caso específico.
Desde un punto de vista materialista-occidental, científico, el uso que puede hacerse de Ayahuasca en el contexto de la psicoterapia psicoanalítica, es análogo al uso de las drogas alucinógenas que se hacía en otros tiempos en nuestro país, es decir, al modo de “coadyuvante” de los procesos psicoterapéuticos.
Su ingesta se recomienda únicamente en aquellos casos en los que se considera que puede ser beneficiosa en el trabajo psicoterapéutico que se está realizando. Esto implica entonces por lo menos tres condiciones: la primera, que la persona se halle en tratamiento; en general, no comparto la idea de “hacer una experiencia para ver de qué se trata” (No obstante, pienso que ese motivo, aparentemente “por simple curiosidad”, encubre regularmente otro más profundo, más íntimo, no consciente, que suele ser –en última instancia– determinante). Otra, que se esté desarrollando un proceso terapéutico; desde mi punto de vista resulta contraindicado el empleo de cualquier psicoactivo sea cuando el proceso no se ha instalado, o bien, cuando el tratamiento se halla en un período de detención (impasse). Me parece importante que el uso de un psicoactivo “participe” en el proceso a modo de un “catalizador” (tomando como modelo el uso de un catalizador en una reacción química), pero que, en ningún caso, reemplace al terapeuta y su actividad. En todos los casos, la responsabilidad del proceso terapéutico recae en la persona del profesional. La tercera condición consiste en la indicación. Aunque en todos los casos carecemos de la “certeza infalible” respecto del –relativo– beneficio de nuestras indicaciones, es muy necesario que seamos sumamente cuidadosos a la hora de sugerir a un paciente la ingesta de un psicoactivo. Como mínimo, resulta sumamente “descorazonador”, sumamente frustrante para una persona abrigar esperanzas de resultados beneficiosos para su vida personal y, por el contrario, tener una experiencia vitalmente no significativa.
Respecto de las preocupaciones habituales acerca de los posibles perjuicios (iatrogenia) tanto en lo físico como en lo anímico por el empleo de Ayahuasca, mi propia experiencia personal como profesional, coincide en término generales con los comentarios que he escuchado como así también con los de la bibliografía especializada. Personalmente, no conozco ningún caso de daño orgánico ni psicológico a raíz de la ingesta ocasional o reiterada de Ayahuasca. Puedo en cambio, afirmar lo contrario. Es cierto, sí, que muchas veces la persona que ingiere Ayahuasca puede llegar a quejarse de la experiencia realizada. Es común en estos casos concluir en que “la experiencia no fue agradable”. Lo cierto es que no ingerimos Ayahuasca para pasar un momento agradable (aunque esto, desde luego, puede ocurrir); mucho menos por “diversión”. Solemos decir muy habitualmente que “Ayahuasca nos da aquello que necesitamos”; es decir, que tiene el poder de activar en nosotros aquello que necesitamos activar y que en condiciones ordinarias de consciencia, puede resultar tan difícil de activar (como en el ejemplo expuesto más arriba). De hecho, en principio, si se trata de la dificultad de “traer” algún contenido a la consciencia, es porque dicho contenido puede llegar a despertar preocupación, temor, angustia… y, en consecuencia, ha sido apartado de la consciencia y mantenido alejado de ella (defensa); desde ya, entonces, que su emergencia puede generar –o genera– alguna forma de sufrimiento emocional.
Читать дальше