–Maestro Aggivessana, 81 esto he oído: “El monje que permanece diligente, fervoroso y resuelto podrá lograr la unificación de la mente”.
–Así es príncipe, así es: el monje que permanece diligente, fervoroso y resuelto 82 podrá lograr la unificación de la mente.
–Sería bueno que el maestro Aggivessana me predicara la Enseñanza tal y como la ha escuchado y aprendido. 83 –Príncipe, no soy capaz de predicarte la Enseñanza tal y como la he escuchado y aprendido. Si lo hiciera y no entendieras el significado de lo que digo, me sentiría insatisfecho y contrariado.
–Que el maestro Aggivessana me predique la Enseñanza tal y como la ha escuchado y aprendido. Si lo hace, tal vez entienda el significado de sus palabras.
–Príncipe, te predicaré la Enseñanza tal y como la he escuchado y aprendido. Si entiendes el significado de lo que digo, estupendo, pero si no, te quedarás como estás y no me preguntes más.
–Que el maestro Aggivessana me predique la Enseñanza tal y como la ha escuchado y aprendido. 84 Si entiendo el significado de sus palabras, estupendo, pero si no, me quedaré como estoy y no le preguntaré más.
Entonces, el novicio Acivarata predicó la Enseñanza al príncipe Jayasena tal y como la había escuchado y aprendido. Cuando terminó, el príncipe Jayasena dijo al novicio Acivarata:
–Es imposible, Maestro Aggivessana, es inverosímil que un monje, permaneciendo diligente, fervoroso y resuelto pueda lograr la unificación de la mente.
Dicho esto, el príncipe Jayasena se levantó de su asiento y se marchó.
Poco después de que se fuera el príncipe Jayasena, el novicio Acivarata fue adonde estaba el Bienaventurado, se le acercó, le ofreció sus respetos y se sentó a un lado. Una vez sentado, el novicio Acivarata le contó toda la conversación que había tenido con el príncipe Jayasena. Cuando terminó, el Bienaventurado le habló así:
–¿Qué se puede esperar, Aggivessana, del príncipe Jayasena? Él vive en medio del deseo de los sentidos, entregándose al deseo de los sentidos, devorado por pensamientos de deseo de los sentidos, consumido por el ardor del deseo de los sentidos, buscando incansablemente el placer de los sentidos, y, por lo tanto, es imposible que conozca, vea o experimente lo que tiene que conocerse mediante la renunciación, verse mediante la renunciación, conseguirse mediante la renunciación y experimentarse mediante la renunciación. 85
»Imagina, Aggivessana, dos elefantes, caballos o bueyes domesticables bien domados y bien adiestrados, y dos elefantes, caballos o bueyes domesticables sin domar ni adiestrar. ¿Qué te parece, Aggivessana, los dos elefantes, caballos o bueyes domesticables bien domados y bien adiestrados, habiendo sido domados, llegarán a comportarse como animales domésticos, alcanzarán el nivel de los animales domésticos?
–Sí, venerable señor.
–¿Y los dos elefantes, caballos o bueyes domesticables sin domar ni adiestrar, al no haber sido domados, llegarán a comportarse como animales domésticos, alcanzarán el nivel de los animales domésticos?
–No, venerable señor.
–De la misma manera, Aggivessana, si el príncipe Jayasena vive en medio del deseo de los sentidos, entregándose al deseo de los sentidos, devorado por pensamientos de deseo de los sentidos, consumido por el ardor del deseo de los sentidos y buscando incansablemente el placer de los sentidos, es imposible que conozca, vea o experimente lo que tiene que conocerse mediante la renunciación, verse mediante la renunciación, conseguirse mediante la renunciación y experimentarse mediante la renunciación.
»Imagina, Aggivessana, una gran montaña cercana a un pueblo o ciudad, y dos amigos de ese pueblo o ciudad que juntos se dirigen a la montaña. Una vez llegados a ella, uno de los amigos se queda al pie de la montaña y el otro sube hasta la cima. Entonces, el que está al pie de la montaña dice al que ha subido a la cima:
–¿Amigo, qué es lo que ves desde la cima de la montaña?’
»Y el que está en la cima contesta:
–Amigo, desde la cima de la montaña veo parques, arboledas, praderas y lagos maravillosos. 86
»Y el que está al pie de la montaña le dice:
–Amigo, es imposible, es inverosímil que desde la cima puedas ver parques, arboledas, praderas y lagos maravillosos.
»Entonces el que estaba en la cima baja hasta el pie y, tomando a su amigo de la mano, le ayuda a subir hasta la cima. Tras dejarle recobrar el aliento le pregunta:
–Amigo, ¿qué ves ahora desde la cima de la montaña?
»Y el otro le contesta:
–Amigo, desde la cima de la montaña, ahora veo parques, arboledas, praderas y lagos maravillosos.
»Y el otro le dice:
–Amigo, hace un momento te oí decir: “Amigo, es imposible, es inverosímil que desde la cima puedas ver parques, arboledas, praderas y lagos maravillosos”, pero ahora entiendo que dices: “Amigo, desde la cima de la montaña, ahora veo parques, arboledas, praderas y lagos maravillosos”.
»Y él le contesta:
–Amigo, eso era porque esta gran montaña, me impedía ver lo que hay que ver.
–Aggivessana, de la misma manera e incluso más, el príncipe Jayasena está obstruido, impedido, obcecado y cubierto por una masa de ignorancia. De modo que si el príncipe Jayasena vive en medio del deseo de los sentidos, entregándose al deseo de los sentidos, devorado por pensamientos de deseo de los sentidos, consumido por el ardor del deseo de los sentidos y buscando incansablemente el placer de los sentidos, es imposible que conozca, vea o experimente lo que tiene que conocerse mediante la renunciación, verse mediante la renunciación, conseguirse mediante la renunciación y experimentarse mediante la renunciación.
»Aggivessana, si le hubieras contado espontáneamente estos dos símiles al príncipe Jayasena, te habrías ganado su confianza y confiadamente, habría puesto su confianza en ti.
–Venerable señor, ¿cómo le iba a contar esos dos símiles si los cuenta ahora espontáneamente el Bienaventurado y nunca antes habían sido escuchados?
–Imagina, Aggivessana, un noble rey ungido que ordena a un cazador de elefantes: “Buen cazador de elefantes, monta en el elefante del rey, intérnate en la selva de los elefantes y cuando veas un elefante selvático, átalo por el cuello al elefante del rey”, y, Aggivessana, el cazador de elefantes contesta: “Sí, señor”, monta en el elefante del rey, se interna en la selva de los elefantes y, cuando ve un elefante selvático, lo ata por el cuello al elefante del rey y de este modo el elefante del rey conduce al elefante selvático hacia campo abierto. Así, Aggivessana, llega el elefante del bosque a campo abierto. Sin embargo, Aggivessana, el elefante selvático sigue teniendo querencia por la selva de los elefantes. El cazador de elefantes comunica al noble rey ungido que el elefante ha llegado a campo abierto. Entonces el rey ordena al domador de elefantes:
–Ven, buen domador de elefantes, y domestica al elefante selvático. Templa los modos propios de la selva, templa los instintos e inclinaciones propios de la selva, templa la angustia, la insatisfacción y la excitación por haber dejado la selva, haciendo que disfrute de lo urbano y habituándolo a los modos de los hombres.
»Y, Aggivessana, el domador de elefantes, tras contestar: “Sí, señor” al rey, clava un gran poste en el suelo, y atando a él al elefante selvático por el cuello, templa los modos propios de la selva, templa los instintos e inclinaciones propios de la selva, templa la angustia, la insatisfacción y la excitación por haber dejado la selva, haciendo que disfrute de lo urbano y habituándolo a los modos de los hombres.
»Para ello, el domador de elefantes le dice palabras amistosas, agradables al oído, afables, que van al corazón, corteses, queridas y deseadas por muchos. Por ello, Aggivessana, el elefante selvático, al oír del domador de elefantes palabras amistosas, agradables al oído, afables, que van al corazón, corteses, queridas y deseadas por muchos, le escucha, le presta atención y agudiza la inteligencia para comprender. Luego, el domador de elefantes le da follaje y agua.
Читать дальше