Expreso mi especial reconocimiento al doctor Víctor Hernández, gracias al cual aprendí a vivir de una manera mejor.
Agradezco también haber podido formar parte, el año 1977, del equipo fundador del Centre Emili Mira, al que todavía pertenezco, y que me ha permitido formarme también como docente a partir de las tareas internas y externas que en él se realizaban con la colaboración de todos los compañeros: sesiones clínicas, seminarios, supervisiones, cursos.
Agradezco especialmente la maestría y las supervisiones de la doctora Júlia Coromines y del doctor Josep Oriol Esteve, durante tantos años, y las enseñanzas y supervisiones en cuestiones de terapia de familia y de trabajo con grupos y organizaciones a cargo del desaparecido y añorado doctor Jorge Thomas.
También debo agradecer lo que he aprendido a partir del contacto con compañeros, alumnos y pacientes. A lo largo de los años he ido asimilando como algo mío tantas influencias que, ahora, me sería muy difícil saber de qué se trata y de quién lo he recibido. Sólo sé que forma parte de mi bagaje de conocimientos y que, en buena parte, a todos ellos se lo debo.
En cuanto al tema de las adopciones, me ha sido muy útil todo lo que acabo de comentar así como las colaboraciones con otros profesionales, todos ellos expertos en dicha materia tan delicada, entre los cuales destacaría a Yolanda Galli, Josep Oriol Esteve, Carmen Amorós, Fabiola Dunyó, Teresa Ferret y Pere Jaume Serra.
Para terminar, debo agradecer la lectura que han hecho de este libro mi hija Rosa, mi marido Francesc Vallverdú, Rosa Boixaderes y Raimon Pavia. Las sugerencias que, con su generosidad, me han ofrecido todos ellos me han permitido pulir, completar y mejorar lo que me proponía transmitir.
Muchas gracias a todos.
Carme Vilaginés
Introducción
En primer lugar, me gustaría explicar por qué he decidido escribir sobre un tema tan candente y controvertido como el de las adopciones. Desearía dejar claro que, a mi entender, si hay niños abandonados y maltratados, hay que ayudarles y también que, en muchos casos, la adopción puede ser una vía muy buena para garantizar el bienestar y el progreso de los niños y que, además, puede producir goce y satisfacción a las distintas partes implicadas. Ahora bien, mi profesión me ha hecho entrar repetidamente en contacto, a lo largo de muchos años, con familias adoptivas que, por diferentes razones, sufrían mucho. Este es el motivo por el que no comentaré las cosas buenas y altamente satisfactorias que puede proporcionar, en muchos casos, la adopción de un menor. Hay suficientes libros en el mercado que hablan de ello. Este texto nace con la voluntad de tratar aquellos temas que, en general, son considerados tabú por una buena parte de nuestra sociedad, profesionales de la psicología incluidos y, especialmente, por los medios de comunicación. Creo que son temas que deberían ser divulgados y conocidos con el fin de evitar sufrimientos inútiles. Hablaré de cosas que tal vez a alguien puedan parecerle duras, pero mi experiencia profesional me ha demostrado, en muchas ocasiones, que la situación de muchas familias adoptivas puede llegar a ser durísima, precisamente a causa de no haber podido contar previamente con los conocimientos necesarios y de no haber sabido, antes de dar el paso definitivo hacia la adopción, el terreno en el que pensaban adentrarse y, en consecuencia, de no haber podido tomar las medidas de prevención adecuadas.
Algunos padres adoptivos llegan a la consulta clínica pidiendo ayuda porque, dicen, se dan cuenta de que no han conseguido ser una auténtica familia. Y eso lo dicen cuando ya llevan más de quince años de convivencia con los hijos adoptivos.
Una madre me decía, con lágrimas en los ojos, que ella, ante la actitud rechazadora y menospreciadora del hijo desde que lo adoptaron a los dos años de edad —y ya llevaban siete juntos— todavía no había podido sentirse madre de aquella criatura: sentía muy profundamente que el hijo no le dejaba ser más que una especie de monitora y, además, tenía el pleno convencimiento de que no salía muy airosa de dicho cometido. Las reacciones del hijo le daban a entender, constantemente, que no la quería como madre, que no era digna de ello. El niño, que había sido muy maltratado antes de quedar abandonado por las calles de una gran ciudad (era lo único que de él se sabía), con su modo de comportarse intentaba traspasar a la madre los sentimientos de rechazo que él no había podido digerir y lo cierto es que conseguía llevar muy bien a cabo dicho traspaso: la madre se sentía poco valiosa y rechazada… pero tampoco podía digerirlo porque no entendía el significado profundo del comportamiento del hijo.
Hay padres que se quejan de la poca satisfacción que les produce el hijo adoptivo o del mal trato que de él están recibiendo. Otros, se muestran muy decepcionados e impotentes ante las quejas, las demandas e, incluso, la violencia del hijo o de la hija hacia ellos. Los hay que se dan cuenta de que nunca han entendido a su hijo y son muchos los que se sienten tan culpables que no cesan de preguntarse qué es lo que han hecho mal. Los hay que están muy preocupados porque son conscientes de no saber tratar adecuadamente a su hijo: a menudo se sienten desbordados por el comportamiento del niño o del adolescente y, como tampoco entienden qué es lo que ocurre, en vez de poder reaccionar con madurez, reaccionan, contra su voluntad, con violencia verbal y, a veces, también física. Es muy dramático encontrarse ante unos padres que acaban de descubrir amargamente, después de dos o tres años de adopción, lo que los profesionales no habían podido detectar y advertir antes de que se hubiese llevado a cabo dicha adopción: que no estaban capacitados para hacerse cargo de una criatura con tantas necesidades, porque ellos mismos se sienten tanto o más necesitados que el hijo. Se dan cuenta del daño que le están infligiendo, del maltrato que le dispensan, pero no consiguen cambiar de actitud.
Las causas de la demanda de ayuda son muy diversas, pero hay un denominador común: todos los que consultan vienen con mucho sufrimiento a sus espaldas acumulado a lo largo de los años y con fuertes sentimientos de vergüenza, culpa y fracaso.
He podido observar que, si bien algunos de los problemas también los hallamos en la consulta con hijos propios, en el caso de las familias adoptivas hay unos factores específicos que dependen única y exclusivamente del hecho de haber incorporado en la familia, sin un asesoramiento especializado y continuado, sin una preparación adecuada, una criatura que, con su desamparo, había sufrido unos daños físicos o psíquicos, o ambos a la vez, las consecuencias de los cuales han ido enturbiando y complicando las relaciones de tal manera que, generalmente al llegar a la pubertad o a la adolescencia, el peso es tan abrumador que las familias ya no se sienten capaces de salir, por sus propios medios, del fondo del pozo en el que se encuentran.
El trabajo con estas familias pone de relieve las complicaciones psicológicas que conlleva el hecho de adoptar un niño del cual, a menudo, nada se sabe o muy poca cosa, las complicaciones de hacerse cargo de una criatura traída al mundo por unas personas absolutamente desconocidas, como acostumbra a ocurrir, y de no tener ni idea de lo que esta criatura ha vivido realmente y ha tenido que soportar y sufrir. Hay que tener muy en cuenta que, para todo el mundo, un abandono es siempre algo terrible. No hay nada peor que sentirse dejado, no deseado, rechazado. Es un sufrimiento muy profundo que afecta a las personas en su parte más sensible y que puede llegar a trastornarlas tanto que la recuperación requerirá un gran esfuerzo, tanto por parte de ellas mismas como por parte de quienes las rodean. Alguien que haya sido abandonado, aunque racionalmente pueda pensar y entender el porqué de lo ocurrido, no puede evitar sentirse, en un nivel muy íntimo, rechazado por indeseable y poca cosa, poco valioso y poco estimable. Sus vivencias, a partir de este hecho, suelen quedar enturbiadas, además, por el miedo a que se les repita algo parecido. Necesitará mucho tiempo para superarlo, mucha comprensión por parte de la familia y de los amigos y, a veces, asistencia especializada.
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