Sarah MacLean - Once escándalos para enamorar a un duque

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Once escándalos para enamorar a un duque: краткое содержание, описание и аннотация

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LA HERMANA PEQUEÑA DE LOS INCORREGIBLES RALSTON PROMETE SER EL ESCÁNDALO DE LA TEMPORADA. Juliana Fiori es un espíritu apasionado. Es impulsiva, valiente, decidida y poco le importa lo que opine el resto de la alta sociedad londinense, lo que la convierte en el blanco favorito de los cotilleos de la ciudad. Es nada más y nada menos el tipo de mujer que el duque de Leighton querría tener lo más lejos posible. El duque tiene una intachable reputación que proteger, pero Juliana está dispuesta a demostrarle que nadie puede resistirse a la pasión, aunque se trate del mismísimo duque de Leighton, y tiene dos semanas para demostrárselo.

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—Lo era hasta que ha llegado usted.

—Por eso siempre… —El duque se interrumpió.

—Por eso siempre corro peligro.

—Sí.

—Entonces, ¿qué hace aquí, su excelencia? ¿No está poniendo en peligro su propia reputación al acercarse a mí? —Finalmente se dio la vuelta y lo vio a varios metros de ella. Soltó una corta risotada—. Bueno, supongo que a esa distancia nadie puede deshonrarse. Está seguro.

—Le prometí a su hermano que la protegería del escándalo.

Estaba tan cansada de que todo el mundo pensara que se encontraba a un paso del escándalo…

Juliana entrecerró los ojos.

—Eso resulta muy irónico, ¿no cree? Hace un tiempo usted fue el mayor peligro para mi reputación. ¿O no lo recuerda?

Dijo aquello antes de poder contenerse, y, en las sombras, el semblante del duque adquirió un aspecto pétreo.

—Este no es el momento ni el lugar para hablar de tales cuestiones.

—Nunca lo es, ¿verdad?

El duque cambió de tema.

—Debería sentirse afortunada por que sea yo quien la haya encontrado.

—¿Afortunada? ¿Está seguro? —Juliana lo miró a los ojos intentando encontrar la calidez que una vez percibió en ellos. Sin embargo, se topó con esa inquebrantable mirada patricia.

¿Cómo podía ser tan distinto ahora?

Al notar que la ira la dominaba, volvió a dirigir la mirada hacia el cielo.

—Creo que será mejor que se vaya.

—Pues yo creo que lo mejor es que regrese al baile.

—¿Por qué? ¿Cree que si bailo un reel me recibirán con los brazos abiertos y me aceptarán en el redil?

—Creo que jamás la aceptarán si no lo intenta.

Juliana giró la cabeza para mirarlo.

—Usted cree que deseo su aceptación.

El duque la miró largamente.

—Creo que debería desear que la aceptáramos.

«Aceptáramos. Nosotros».

Juliana se enderezó.

—¿Por qué? Forman un grupo rígido y desangelado, más preocupado por la distancia adecuada entre las parejas de baile que por el mundo en el que viven. Creen que sus tradiciones, su educación y sus estúpidas reglas hacen de su vida algo envidiable. Pero no es así. Solo los convierten en unos esnobs.

—Y usted es solo una niña que no conoce el juego en el que está metida.

Sus palabras fueron un aguijonazo, pero no quería que el duque lo supiera.

Juliana se acercó a él poniendo a prueba su disposición a no retroceder. No lo hizo.

—¿Cree que considero esto un mero juego?

—Creo que es imposible que lo considere de cualquier otro modo. Mírese. La alta sociedad a escasos metros de aquí y usted al borde de la ruina. —Su tono fue mordaz, su anguloso rostro ensombrecido y hermoso a la luz de la luna.

—Ya se lo he dicho. No me importa lo que piensen.

—Por supuesto que le importa. Si no le importara, no estaría aquí. Hace tiempo que habría regresado a Italia y se habría olvidado de nosotros.

Se produjo una larga pausa. Se equivocaba.

No le importaba lo que pensaran de ella.

Pero sí le importaba lo que él pensara.

Y aquello solo servía para aumentar su frustración.

Se dio la vuelta hacia el jardín y se asió a la ancha barandilla de piedra del balcón mientras consideraba qué ocurriría si corría hacia la oscuridad.

La encontrarían.

—Espero que se le hayan curado ya las manos.

Volvía a mostrarse educado. Impasible.

—Sí. Gracias. —Respiró hondo—. Parecía estar disfrutando del baile.

El duque tardó un segundo en responder.

—Ha sido tolerable.

Juliana rio tímidamente.

—Un gran cumplido, su excelencia. —Hizo una pausa—. Su pareja parecía estar disfrutando de su compañía.

Lady Penelope es una bailarina excelente.

La uva tenía nombre.

—Sí, he tenido la suerte de conocerla durante la velada. Y debo decirle que no sabe elegir muy bien a sus amistades.

—No permitiré que la insulte.

—¿No me lo permitirá? ¿Y qué le hace pensar que está en disposición de exigirme nada?

—Hablo muy en serio. Lady Penelope es mi prometida y le exijo que la trate con el respeto que merece.

El duque iba a casarse con esa criatura insulsa.

Juliana se quedó boquiabierta.

—¿Está comprometido?

—Aún no. Pero ya solo es cuestión de formalidades.

Juliana supuso que no era extraño que el duque estuviera comprometido con la perfecta novia inglesa. Pero resultaba tan inapropiado…

—He de confesar que jamás había oído a alguien hablar de un modo tan desabrido sobre el matrimonio.

Leighton cruzó los brazos para protegerse del frío, y la lana de su chaqueta negra de gala se tensó en los hombros, resaltando su amplitud.

—¿Qué más quiere que diga? Somos compatibles.

Juliana parpadeó.

—¿Compatibles?

El duque asintió.

—Exacto.

—Qué apasionado.

Leighton no reaccionó ante su sarcasmo.

—Es una cuestión de negocios. En los buenos matrimonios ingleses no hay lugar para la pasión.

Era una broma. Tenía que serlo.

—¿Cómo espera vivir su vida sin pasión?

El duque resopló con desdén, y Juliana se preguntó si sería consciente de lo pomposo que era.

—Las emociones están sobrevaloradas.

Juliana soltó una risita.

—Vaya, eso es quizá lo más británico que le haya oído decir a nadie.

—¿Qué tiene de malo ser británico?

Juliana sonrió lentamente.

—Lo ha dicho usted, no yo. —Y continuó, consciente de que estaba irritándolo—. Todos necesitamos pasión. Y a usted le sentaría bien una buena dosis en todos los campos de su vida.

El duque enarcó una ceja.

—¿Tengo que aceptar el consejo precisamente de usted? —Cuando ella asintió, Leighton añadió—: Permítame hablar con sinceridad. Usted cree que mi vida necesita pasión, una emoción que la empuja a jardines umbríos, a carruajes de extraños, a balcones, y que la impele a poner en riesgo su reputación con alarmante frecuencia.

Juliana levantó el mentón.

—Exacto.

—Puede que eso funcione con usted, señorita Fiori, pero yo soy diferente. Tengo un título, una familia y una reputación que proteger. Por no mencionar el hecho de que estoy muy por encima de los instintos viles y… vulgares.

La arrogancia que destilaban sus palabras era casi asfixiante.

—Es un duque —dijo ella con sarcasmo.

Leighton la ignoró.

—Exacto. Y usted es…

—Alguien que está muy por debajo de usted.

El duque enarcó una ceja dorada.

—Lo ha dicho usted, no yo.

Juliana dejó escapar el aire como si la hubieran golpeado en el vientre.

El duque necesitaba una sagaz y enérgica lección. Una que arruinara la reputación de un hombre para siempre. Una que solo una mujer podía proporcionar.

Una lección que Juliana deseaba darle desesperadamente.

—Es un… asino . —Los labios del duque trazaron una delgada línea al oír el insulto, y Juliana hizo una exagerada y socarrona reverencia—. Le pido disculpas, su excelencia, por haber recurrido a un lenguaje tan vulgar. —Lo miró a través de sus oscuras pestañas—. Permítame que se lo repita en inglés, esa lengua tan superior. Es usted un idiota.

—Acérquese —dijo él con los dientes apretados.

Juliana lo obedeció, tragándose la ira que amenazaba con dominarla, y Leighton le clavó los fuertes dedos en el hombro, encarándola hacia la sala de baile. Cuando volvió a hablar, lo hizo a escasos centímetros de su oído, con voz grave y enfurecida:

—Cree que su valorada pasión la convierte en alguien mejor que nosotros, cuando en realidad solo pone en evidencia su egoísmo. Tiene una familia que se esfuerza por conseguir que la acepten en la sociedad y, a pesar de eso, lo único que le interesa a usted es satisfacer todos sus deseos.

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