Haidu Kowski
Colección Avalancha
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Portadilla
Legales Haidukowsky, AdriánEl ejercicio de perder / Adrián Haidukowsky. - 1a ed adaptada. - La Plata : Odelia, 2021.Libro digital, Amazon Kindle - (Avalancha)Archivo Digital: descargaISBN 978-987-47957-5-51. Narrativa Argentina. I. Título.CDD A863 ODELIA EDITORA facebook.com/odeliaeditora odeliaeditora@gmail.com www.odeliaeditora.com Copyright © 2021 Odelia editora © 2021, Haidu Kowski Fotografías satelitales: Federico Winer Fotografía de solapa: Luca Frondoni Tipografías: ©Contrail One ©Empires Diseño gráfico de tapa e interiores: @che.ca.dg No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por la Ley 11.723 y 25.446. ISBN edición digital (ePub): 978-987-47957-5-5 Digitalización: Proyecto451
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Haidukowsky, AdriánEl ejercicio de perder / Adrián Haidukowsky. - 1a ed adaptada. - La Plata : Odelia, 2021.Libro digital, Amazon Kindle - (Avalancha)Archivo Digital: descargaISBN 978-987-47957-5-51. Narrativa Argentina. I. Título.CDD A863 |
ODELIA EDITORA
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odeliaeditora@gmail.com
www.odeliaeditora.com
Copyright © 2021 Odelia editora
© 2021, Haidu Kowski
Fotografías satelitales: Federico Winer
Fotografía de solapa: Luca Frondoni
Tipografías: ©Contrail One ©Empires
Diseño gráfico de tapa e interiores: @che.ca.dg
No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor.
Su infracción está penada por la Ley 11.723 y 25.446.
ISBN edición digital (ePub): 978-987-47957-5-5
Digitalización: Proyecto451
ese que eres
ese al que volverás
“Solideo”, El ghetto
Tamara Kamenszain
El serrucho en Alemania; el transporte de la mano del deudor en el bolso hasta destino, Managua, la mansión del acreedor. El viaje a Jerusalén que derivó en perseguir al ruso hasta Egipto, encontrarlo en Dahab, en una piecita frente al Mar Rojo; la cara de pánico de la menor. Los perros. “Facundo, el galgo”, el torero, jugando de más en un pequeño casino de Colombia, cerca de Bucaramanga. El condominio de Miami del ex ministro ecuatoriano que había bajado todas las licencias de juego en su país: tres días en un placard esperando que el tipo volviese de viaje. Cloroformo a la señora del director del colegio. El día de invierno que lo atraparon robando en el almacén de Boedo y la Bobe lo dejó atado al limonero del Zeide toda la noche, con los pies adentro de un balde. Mercado Central de Lima: cien personas sin piernas que andaban en maderas con ruedas empujadas por sus manos; de cómo terminó a uno de esos en plena procesión. Quince días en la cárcel jugando backgammon por puchos. La sangre goteando. La sangre seca. El olor a pelo quemado, el aroma de la tierra húmeda. Las astillas que rompen la piel desde adentro. El sonido del hueso. El amor por la sangre lavada. Los cortes en las nalgas a la amante del presidente, la explosión de las siliconas dentro de la piel. La noche fría de Londres. La aurora boreal. Petra. El viento en el rostro de los aviones despegando en el aeropuerto de Saint Martin. Nadar con tiburones en Bahamas. Ahogar a otro sicario en la pileta de los delfines. Perseguir a un jugador devenido en mochilero hasta la selva guatemalteca; verlo morir en una jaula. El cráneo de un pelado cabeza encerada abriéndose como melón rancio. Verse al espejo flaco por la disentería. Cagar en la calle en Marrakech y levantar la mirada para descubrir a treinta personas aplaudiéndolo por eso. Escuchar jazz en Tribeca mientras envenena al pianista. La sonrisa diabólicamente hermosa de Zhao Yan Yan. Videla levantando la copa. La azafata indispuesta. La llamada especial de Maradona. La sorpresiva canasta navideña. El trabajo ad honorem para Greenpeace. Atropellar al enano. La cantidad exacta de nafta premium que hizo falta para prenderle fuego al container lleno de indocumentados. La súplica del inspector de AFIP para conservar los ojos. El hotel de la alemana en Farafra Oasis. Dormirse con El Rey León en Broadway. Mutilar al perro del vecino que ladraba al pedo. La cadena de casinos chilena que buscaba al viejo que se hizo pasar por un europeo rico y que cantó toda la estafa con la extracción de la primera uña. Patear a un linyera cargoso. Llorar cantando el himno. Los casinos de Panamá llenos de colombianas: culos gigantescos, tetas mentirosas. Pagarles toda la noche para que durmieran toda la noche. Tirar botellas de Veuve Clicquot desde el piso cuarenta de la Trump Tower. Usar una gillette para cortar la yugular de Lord Byron Cook en el tren de las ocho cuarenta y dos de Newcastle a Leeds. Ligar una paliza en el ascensor de un hotel de Medellín, regalo de siete venezolanos bastante ebrios. Perseguir por los pasillos de La Ciudadela mexicana a un tipo que debía solo diez mil pesos. El silencio de su papá. La sonrisa de mamá. Andar por Boedo en bicicleta, de noche, los perros corriendo junto a él. La felicidad de contar plata, su propia plata, apilarla y ponerle gomitas. La primera vez que pudo cobrar una deuda sin usar la violencia; la segunda, la tercera y todas las demás. Escuchar el silencio. Valorar al perdedor como a un cliente. La impotencia del suicidio ajeno. El miedo a perderlo todo. Brindar con vodka polaca. Afilar el cuchillo durante toda una noche mirando la tele apagada. No poder esperar a que hierva la leche. El pastor evangelista que apostó el templo; y el que apostó a D-os. Pegarle a la amiga de la Bobe para que le dé más caramelos. Mear a los viejos que se juntan a jugar dominó en la plaza. El olor del baldío debajo de la autopista. El cuerpo huesudo de Norma. La forma de la casa invisible en la medianera desnuda. Perder cien mil dólares por un gol en contra en tiempo de descuento.
Los pepinos agridulces de la finada Bobe.
El caserón quedaba en una calle tranquila. Ni autos pasaban. Y esto, puntualmente esto, comienza en 1981, un domingo con toda la familia reunida en torno al guiso, cosa que al Polaquito le enseñaron bien de entrada: los judíos pobres comen guiso.
Había sí un insoportable aroma a tomate caliente en toda la casa y un constante ruido de pelota que pateaban los que corrían detrás, por lo menos siete niños. Sabían que había que patear todo lo que se les pusiera delante; no importaba tanto hacer un gol como patear. Sumaba patear: por la carencia. Patear. Y él pateaba todo lo que había: pelota, tobillo, rodilla, pierna entera. Él era Elías, el Polaquito, en el barrio.
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