Zaibert propone una lectura de las falsedades construidas con relación a la pandemia por Trump desde la dimensión del principio del daño liberal, y abre a la discusión sobre el derecho a equivocarse (véase por ejemplo Ragion pratica 24/2005). La autonomía puede ser definida en muchas maneras, sin embargo, parece que para que se afirme se necesitan opciones significativas entre las cuales elegir. Sin ellas puede haber elección, pero no autonomía. La reflexión sobre un derecho a equivocarse no puede estar alejada del derecho a la libertad de expresión y prensa, además de la más reciente sobre el tipo de protección que en nuestra sociedad se reconoce a esto derecho ¿tiene que ser el mismo baluarte de antes contra el ancien régime? ¿O puede ser matizado considerando el cambio socio-tecnológico contemporáneo? Las palabras son armas se suele decir, ¿siempre del mismo tamaño o hay cambios cualitativos? ¿Cómo debería reaccionar la filosofía y el derecho a esta contemporaneidad?
Se acompaña a la cuestión de la verdad el tema de la narración general de la pandemia y su análisis de impacto sobre las personas. Ribotta subraya cómo las pandemias, como nunca antes, se han convertido en una herramienta de igualación, aunque tal vez este discurso parece hacerse camino en el debate público: todos tenemos la misma vulnerabilidad frente al virus. Si biológicamente es cierto que estamos todos y todas a riesgo de enfermedad por nuestra humanidad, el contexto en que vivimos hace una gran diferencia. Frente al estupor de unos, la pandemia ha puesto en luz verdades ya existentes, estructuradas en la arquitectura social. No se trata solo de discriminación banalmente económica, aunque esta sea al final el resultado mas contundente, sino de discriminaciones culturales y raciales, de dominación de género y sexuales, así como de hableism. La pobreza y la vulnerabilidad son el resultado de una condición política y social que nada tiene de natural y afectan la legitimación del poder.
Ribotta subraya como la vulnerabilidad de la que tenemos que ocuparnos sea el efecto de una organización y no simplemente de nuestra humanidad. La pandemia se propone en una situación donde ya la injusticia era normalidad. Aunque vivimos en contextos constitucionalizados, en los años recientes no ha terminado de crecer la desigualdad, que a su vez produce personas vulnerabilizadas: los datos confirman esto rotundamente. Entre quienes sufre más encontramos las mujeres, es decir mitad de la humanidad. Ya esto debería ser un dato que no deja dormir a nadie: el grupo humano ha puesto y tiene su mitad generadora, exactamente por tener un sexo distinto, en condición de subalternidad, y con ellas muchos otros grupos están puesto en distintos grados de subalternidad en cuanto se acerquen o alejen a las características atribuidas a las mujeres para separarla de la idea de hombre. Ribotta nos ofrece un panorama, que no tiene otra calificación que trágico, de una general, estructural y sistémica situación de desigualdad en línea vertical, horizontal e interseccional. Tiene sentido, entonces, si nos preguntamos ¿el constitucionalismo y el derecho han fracasado? Si creemos en los bienes protegidos con el reconocimiento de los derechos ¿cómo fortalecerlos y en cual dirección? ¿Dónde está el defecto actual?
Guaglianone y Stamile echan una mirada específica a una sociedad supuestamente desarrollada como la italiana, y observan sobre todo al mercado laboral. Aquí se subraya una vez más cómo la situación pandémica haya afectado un contexto ya problemático por varias razones. En primer lugar, la brecha de género se presenta como un trato característico que tiene gran dificultad para modificarse. Entonces Guaglianone y Stamile preguntan si la digitalización, particularmente impulsada por la pandemia, puede ser una piedra clave del cambio de ruta. Un problema en verdad no solo italiano sino internacional, al menos de occidente, es la baja tasa de mujeres involucradas en los estudios informáticos. Aunado a este número demasiado pequeño se refleja en el mundo del trabajo una presencia de mujeres con menos competencias informáticas, por un lado, y software y dispositivos electrónicos que no tienen suficiente consideración la perspectiva de las mujeres, su contexto, lo que aumenta las desigualdades y las causas de marginalización. A nivel del mercado laboral esto puede determinar una creciente carga de las diferencias entre hombre y mujer en lugar de acortar la brecha ya presente. Interesante subrayar cómo el trabajo a distancia, ocasionado fuertemente por la pandemia, haya sido llamado “smartworking”, es decir inteligente. En verdad ha sido largamente un simple desplazamiento en la casa del trabajo de oficina, es decir: sin ningún real cambio, tampoco en la formación de quien trabaja o en la producción de estructuras empresariales adecuadas, ni por parte de las empresas en sentido estricto ni por parte del Estado. En la “elección” de este tipo de trabajo se puede notar un fenómeno análogo a lo que pasa con el part-time, largamente “elegido” por parte de las mujeres que en eso ven una modalidad mas “conciliatoria” de vida familiar y laboral. En verdad esto acaba agravando la diversa atribución entre los géneros y los sexos de las tareas de cuidado, así que en definitiva la elección no aporta a un avance para las mujeres como grupo; aunque puede ser, sí, una ventaja individual. El trabajo de Guaglianone y Stamile se pregunta sobre el desarrollo de la industria en dirección de una intensificación de las nuevas tecnologías, desde la industria 4.0 hasta la nueva 5.0.
Frente a quien ve en la pandemia también la ocasión de una catarsis para un cambio estructural, todas las contribuciones están conectada por llamar la atención a los déficits existentes que arriesgan esconderse detrás de la excepción de la pandemia, profundizando más brechas y desigualdades que no derivan de ningún virus sino de la misma organización humana.
Los textos de Alessandra Sciurba y Marco Omizzolo, tratan un mismo problema, aunque con enfoques específicos diferentes: los migrantes en tiempos de COVID. Sciurba busca coherencia en el sistema de normas que regulan el estatus de los puertos italianos que, en la práctica, dejan fuera del marco de protección del derecho internacional a los refugiados y migrantes que huyen de graves conflictos bélicos en sus respectivos países; mientras que el texto de Omizzolo es una denuncia con datos concretos sobre la explotación a los migrantes en condiciones de nueva esclavitud en los campos agrícolas italianos. Es fácil establecer la relación entre el COVID y la mayor vulnerabilidad de los migrantes, sin embargo, esa fragilidad puede aun ser incrementada en sus amenazas como consecuencia de la falta de empatía por parte de los países que pudiendo hacerlo, reaccionan, sin embargo, en sentido opuesto a sus obligaciones internacionales para con los derechos.
Declarar como “inseguros” los puertos italianos o establecer medidas por “razones de seguridad” contra migrantes y refugiados para obligarlos a retornar a sus países, no ha podido sin embargo frenar el arribo de migrantes. Estos han seguido llegando a las costas aun cuando cada vez con mas riesgos y mas vulnerabilidades, producto también de un permanente acoso de las políticas regionales de parte de los gobiernos de las regiones que se colocan en la costa del mediterráneo.
Los Migrantes sufren para llegar, pero una vez en territorio italiano tampoco están a salvo. La mirada de Omizzolo a los campos agrícolas de algunas zonas de Italia, muestran cómo, incluso en sociedades que se suelen asumir como “desarrolladas”, subsisten sistemas de explotación medieval o feudal en el que el Patrón se empodera aun más en tiempos de pandemias. Mientras se relajan los controles de parte de las autoridades, crece el mercado de contratación informal y disminuyen por otro lado, las posibilidades de conseguir un empleo digno para quienes llegan a Europa, muchas veces, en condiciones de indocumentados.
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