Mario Amorós Quiles - Compañero Presidente

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La inmolación en defensa de los principios democráticos en un Palacio de La Moneda envuelto en llamas convirtió a Salvador Allende en una de las grandes personalidades del siglo XX. Sin embargo, su memoria se ha quedado atrapada en la tragedia del 11 de septiembre de 1973. Su prolongada trayectoria anterior a 1970, su defensa de un socialismo democrático y revolucionario o su solidaridad con las luchas del Tercer Mundo permanecen en el olvido; ni siquiera las extraordinarias conquistas de sus mil días de gobierno son comúnmente reconocidas. Y, sin embargo, junto con el 11 de septiembre, todo ello constituye su legado y define los principios que orientaron su existencia.

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En Curicó se produjo uno de tantos episodios que revela la concepción de Allende de su papel como revolucionario. Mientras pronunciaba su discurso, que solía durar más de una hora y en el que conjugaba los principios políticos con un gran sentido didáctico, con alusiones directas al auditorio precedidas de la fraternal palabra «compañero», se acercó una campesina que le besó la bastilla del pantalón, ante la sorpresa y la reacción indignada de Allende. Al regresar al tren, se dirigió a quienes le acompañaban (Puccio, 1985: 71-72):

Compañeros, yo no soy un Mesías, ni quiero serlo. Yo quiero aparecer ante mi pueblo, ante mi gente como una posibilidad política. Quiero aparecer como un puente hacia el socialismo. Tenemos la responsabilidad de que eso no vuelva a ocurrir. Hay que golpear políticamente. Tenemos que hacer claridad política. No podemos llegar al gobierno, no podemos llegar a La Moneda con un pueblo que espera milagros. Tenemos que llegar a La Moneda con un pueblo que tenga conciencia. Tenemos que luchar hasta conseguirlo. Van a venir años duros, pues la construcción del socialismo no es una cosa fácil. Cambiar este país no es un asunto de horas. Y una mujer que besa los pantalones o intenta besarle los pies a uno, espera milagros que yo no puedo hacer, porque el milagro tendrá que hacerlo el pueblo y no yo.

En aquellos once días Allende pronunció 147 discursos. Al regresar a la Estación Central de Santiago, una multitud le esperaba y le impelieron a marchar al frente de una improvisada manifestación hasta la Plaza Bulnes, donde se dirigió de nuevo a sus partidarios. El 31 de agosto el FRAP clausuró su campaña con un gran acto de masas en el centro de Santiago, de nuevo en la plaza Bulnes, en la que desde cuatro puntos distintos de la ciudad confluyeron las columnas formadas por miles de personas denominadas «O’Higgins», «Balmaceda», «Pedro Aguirre Cerda» y «Salvador Allende».

El 4 de septiembre Allende emitió su sufragio en el liceo José Victorino Lastarria de Santiago, al mediodía compartió mesa en su casa de la calle Guardia Vieja (en la comuna de Providencia) con Salomón Corbalán, Luis Corvalán y otros dirigentes y después se dirigió a la Casa del Pueblo, situada en la céntrica calle Compañía. En las primeras horas de escrutinio, los datos anunciaban una apretada lucha suya con Alessandri, pero, hacia las seis de la tarde, cuando él encabezaba el escrutinio, se produjo un terremoto con epicentro a cincuenta kilómetros de la capital, lo que ocasionó problemas en el recuento de los sufragios en unas mesas en las que la izquierda tenía pocos apoderados y la derecha controlaba.

Finalmente, el derechista Jorge Alessandri se impuso con 389.909 votos (31,18 %), Allende logró 356.493 votos (28,51 %) y Eduardo Frei, 255.769 (20,46 %). En último lugar, muy lejos del radical Luis Bossay (192.077 votos, el 15,36 %), quedó el diputado elegido en las filas del FRAP Antonio Zamorano, conocido como «el cura de Catapilco», quien logró 41.304 votos (3,30 %) y cumplió el objetivo de quienes le promocionaron: arrebatarle a Allende el apoyo necesario para propiciar su derrota.

Uno de los comentaristas políticos más influyentes de la época, Luis Hernández Parker, escribió en la revista Ercilla que, a pesar de la derrota, aquel resultado suponía «una gigantesca victoria revolucionaria para el FRAP» y que la influencia del «allendismo» entre los trabajadores y los campesinos era el aspecto más relevante de aquellos comicios (Veneros, 2003: 226). Allende no sólo venció en las provincias del Norte Grande (Tarapacá y Antofagasta) y el Norte Chico (Atacama y Coquimbo) y en Arauco, Concepción y Magallanes, sino que logró penetrar con éxito en el electorado de las zonas rurales (en Ñuble, Talca o Curicó obtuvo casi los mismos votos que Alessandri). Además, fue el candidato más votado por la población masculina, aunque entre las mujeres quedó detrás de Alessandri y de Frei. [5]

Aquella noche, con la pretensión de evitar que partidarios suyos se echaran a las calles para denunciar las oscuras maniobras de la candidatura de Alessandri para alterar el resultado electoral, Allende, quien estaba persuadido de que le habían robado la victoria, habló para solicitar a las gentes de izquierda que se marcharan con tranquilidad a sus casas. Al día siguiente, en la reunión de la dirección del comando de la campaña, insistió en que lanzar a sus militantes a las calles era un acto de irresponsabilidad política y significaría exponerles a la brutal represión de las Fuerzas Armadas. El 8 de septiembre afirmó en un discurso por radio (Quezada Lagos, 1985: 97-98):

Para nosotros habría resultado fácil promover a lo largo del país un gran movimiento de masas que desde las calles y a través de las formas de la violencia, exigiera nuestra proclamación por parte del Congreso Pleno. Al contrario, la misma noche del 4 de septiembre exigimos al pueblo su tranquilo retiro a los hogares, sin patrocinar ningún acto de esta naturaleza. Si deseáramos presionar, tendríamos otras herramientas, paralizaríamos los centros vitales del país, el cobre, el salitre, el carbón, donde nuestro poderío es incontrastable. Desmentimos, pues, la insidia de El Mercurio, vocero del alessandrismo, que, diariamente, tergiversa nuestra actitud y nos supone todos los sucios móviles que a él lo animan.

No habrá nada ni nadie, óiganlo bien, que pueda inducirnos a buscar el camino aventurero del golpe o la asonada. Así como somos firmes e inquebrantables en la defensa de lo que representamos, y de los derechos que nos asisten, así también somos celosos en nuestra decisión de utilizar y defender los caminos constitucionales. Si no se oirán nuestras voces para implorar el apoyo de un partido político, menos irán nuestras manos a golpear las puertas de los cuarteles como lo hiciera la derecha después del triunfo de don Pedro Aguirre Cerda. Y no lo haremos. Lo impide la fuerza de nuestras convicciones, la responsabilidad de dirigentes del movimiento popular. Y también el respeto que nos merecen las Fuerzas Armadas que, al igual que el Cuerpo de Carabineros, con motivo de esta elección han dado una vez más una muestra de patriótica prescindencia. Nuestra conducta de ahora y la del futuro habrá de ser la misma. Que los cauces constitucionales encaminen el proceso normalmente.

Cinco años después, al aceptar de nuevo ser el candidato presidencial del FRAP, evocó los confusos hechos que le privaron de la victoria entonces (Nolff, 1993: 63-64):

En 1958 tuve conciencia de que había ganado la elección y a las doce de la noche, allí en la Plaza Bulnes, levanté con serenidad mi voz. Allí se puso a prueba mi convicción democrática y la responsabilidad de los partidos y jefes que forman el FRAP. Pudimos haber paralizado la vida económica de Chile. Pudimos haber creado un hecho social y de extraordinaria magnitud de dureza. Pudo haber detenido su esfuerzo el campesino, el hombre del cobre, del salitre y del hierro. Sabíamos que el maestro primario saldría a la calle junto con el profesional con conciencia social. No lo hicimos. Aceptamos que se nos arrancara la victoria, que era nuestra, por un superior sentido, por cariño a Chile, por conciencia social, por convicción profunda, porque en la vida de un pueblo son segundos; porque nosotros queríamos que el pueblo tuviera más sentido de su responsabilidad. Por eso, habiendo podido defender nuestra victoria, aceptamos que otros llegaran al poder.

El 24 de octubre el Congreso Pleno debió elegir al nuevo presidente de la República entre los dos candidatos más votados, Alessandri y Allende, al no haber logrado ninguno de ellos la mayoría absoluta, y, en protesta por la actuación de la derecha, los parlamentarios del FRAP se retiraron en el momento de la votación. El 3 de noviembre Alessandri se convirtió en presidente de un gobierno que la izquierda calificó como el «de los gerentes».

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