Mario Amorós Quiles - Compañero Presidente

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La inmolación en defensa de los principios democráticos en un Palacio de La Moneda envuelto en llamas convirtió a Salvador Allende en una de las grandes personalidades del siglo XX. Sin embargo, su memoria se ha quedado atrapada en la tragedia del 11 de septiembre de 1973. Su prolongada trayectoria anterior a 1970, su defensa de un socialismo democrático y revolucionario o su solidaridad con las luchas del Tercer Mundo permanecen en el olvido; ni siquiera las extraordinarias conquistas de sus mil días de gobierno son comúnmente reconocidas. Y, sin embargo, junto con el 11 de septiembre, todo ello constituye su legado y define los principios que orientaron su existencia.

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El Congreso fundacional de la CUT se celebró entre el 12 y el 15 de febrero de 1953 en el Teatro Coliseo de Santiago en una convocatoria suscrita por delegados que representaban a unos 300.000 trabajadores sindicalizados y contó con la condescendencia del Gobierno, hasta el punto de que el ministro de Trabajo, Clodomiro Almeyda, intervino en la jornada inaugural para garantizar el respeto a la libertad sindical. Si bien en torno al 40 % de los delegados eran militantes comunistas, la primera dirección de la CUT estuvo presidida –y lo hizo hasta 1961– por Clotario Blest (un hombre de profundas creencias cristianas), acompañado por representantes de todas las tendencias: cinco comunistas, siete socialistas, tres anarquistas, dos socialcristianos, dos radicales, dos ibañistas, tres socialistas disidentes y un independiente (Arrate y Rojas, 2003: 290). [1]

En marzo, en las elecciones parlamentarias, el ibañismo arrasó y logró la mitad de los escaños en el Congreso Nacional. Allende se postuló en aquella ocasión por las circunscripciones de Tarapacá y Antofagasta y fue de nuevo elegido, por lo que se convirtió en el único senador del Partido Socialista de Chile. También triunfaron por aquellas provincias Raúl Ampuero (PSP), el agrario laborista Guillermo Izquierdo, el radical Marcial Mora y el liberal Fernando Alessandri. [2]Durante aquel periodo, Allende fue vicepresidente del Senado en 1954 (a pesar de que la izquierda era claramente minoritaria) y en 1955 el Senado aprobó su proyecto de creación del Servicio Nacional de Salud y de Seguridad Social.

En octubre de aquel año, Allende ejecutó otra de las maniobras que le reportó reconocimiento por su capacidad para leer el escenario político y actuar en consecuencia: su proverbial y reconocida «muñeca política». En unas elecciones parciales para elegir un senador, propuso que el Frente del Pueblo se aliara con toda la oposición a Ibáñez, incluidos los conservadores y los liberales, detrás de la candidatura del socialista Luis Quinteros Tricot, y desnudar así la naturaleza reaccionaria del ibañismo. Meses después reeditó la operación al apoyar la candidatura a diputado de Rafael Agustín Gumucio (destacado dirigente socialcristiano) frente a Clodomiro Almeyda. En aquellos días Osvaldo Puccio le planteó sus dudas (1985: 36):

En estas campañas electorales tuve algunas dudas respecto a la política de alianza propuesta por Allende. ¿No estaríamos creando un desconcierto ideológico en la mente de los compañeros al trabajar con sectores de la reacción? Yo pensé, en ese entonces, si no era preferible que nosotros levantáramos un candidato propio, con el cual perdiéramos la elección, pero hiciéramos claridad política. Allende me escuchó y me dijo que yo no le decía nada nuevo. Realmente existía el peligro, siempre y cuando las razones por las cuales se estaba haciendo esta alianza con los sectores de la burguesía no fueran razones de raíces políticas más profundas, y me explicó que lo que él buscaba con esto era despegar del árbol de Ibáñez a los sectores proletarios que aún estaban con él.

La única forma de hacerlo era golpeándolos. Me dijo: «Nosotros tenemos que recuperar de ahí sectores como los socialistas populares, los sectores obreros, que tiene muchos; Ibáñez tiene una gran masa obrera que está engañada. Y nosotros, con una alianza como la que hacemos, le demostramos a esa masa obrera que triunfos electorales se pueden conseguir con la derecha, pero que no se pueden conseguir conquistas políticas. Lo que tenemos que hacer es unirnos, unir el proletariado, unir a los partidos de la clase obrera y así vamos a obtener grandes triunfos políticos y no sólo triunfos electorales».

La ruptura con el ibañismo condujo al PSP de manera irremisible al entendimiento con las fuerzas que integraban el Frente del Pueblo. El 1 de marzo de 1956, los dos partidos socialistas, el comunista Partido del Trabajo, el Partido Demócrata del Pueblo y el Partido Democrático, con la participación desde la clandestinidad del Partido Comunista, suscribieron el Acta de Constitución del Frente de Acción Popular (FRAP) y eligieron como su presidente a Salvador Allende. El FRAP levantó un programa «antiimperialista, antioligárquico y antifeudal dirigido a la emancipación del país, al desarrollo industrial, a la eliminación de las formas precapitalistas de la explotación agraria, al perfeccionamiento de las instituciones democráticas y a la planificación del sistema productivo con vistas al interés de la colectividad y a la satisfacción de las necesidades básicas de los trabajadores».

Si la composición del FRAP se correspondía con las tesis del Frente de Trabajadores, su política y su programa se acercaron más a la línea comunista. En las elecciones municipales de abril la izquierda alcanzó 130.000 votos y eligió 248 concejales.

Sin embargo, el debate central que atravesó toda la existencia del FRAP y más tarde de la Unidad Popular, hasta el 11 de septiembre de 1973, se inauguró ya en las postrimerías de 1955. A finales de octubre de aquel año, el PSP realizó su XVI Congreso, en el que aprobó la línea política del Frente de Trabajadores, que declaró agotada la etapa de los acuerdos con los partidos burgueses y apostó por una alianza que agrupara sólo a las fuerzas políticas obreras y a la CUT. En cambio, en abril de 1956 el X Congreso del Partido Comunista oficializó su apuesta por la «vía pacífica» explicitada en la línea política del Frente de Liberación Nacional, [3]que significaba una continuación de la línea política frentepopulista levantada a partir de 1933. El PCCh defendía la alianza con sectores de la burguesía cuyos intereses les enfrentaban con el capital monopolista y con el imperialismo para realizar los cambios profundos propios de la revolución democrático-burguesa y después avanzar de manera gradual hacia el socialismo (Varas, 1988: 144-173).

El 4 de diciembre 1956 Salvador Allende destacó en el Senado la trascendencia del proceso de unidad de la izquierda (Martner, 1992: 188-191):

Nosotros creemos que ha llegado la hora de que los partidos auténticamente populares creen una conciencia cívica capaz de brindarle a Chile una salida política, una alternativa distinta, una solución nueva, y esta salida política la estamos labrando lealmente en el Frente de Acción Popular; la estamos trabajando, los partidos que lo integran, a sabiendas de que hemos cometido errores, como errores cometieron Sus Señorías, antes y después.

No tuvo reparos en señalar ante el resto de senadores que los socialistas compartían trinchera en el FRAP con el Partido Comunista y, frente a las acusaciones de la derecha de que los comunistas promovieron la subversión durante los gobiernos de Aguirre Cerda y Ríos, defendió su actuación dentro de la legalidad. Asimismo, destacó algo importante para el futuro, su realismo político:

Los comunistas no son políticos improvisados. Tienen un método para medir los fenómenos sociales. Saben lo que es la ubicación geográfica y económica. Se dan cuenta de qué somos nosotros, dónde estamos situados, y comprenden, sin que se lo diga nadie, que habría de ser torpe, ingenuo y poco realista para pretender en Chile en esta época y en esta hora que hubiera un gobierno comunista.

¿Creen los señores senadores –y perdónenme, pues tengo el mayor respeto por la personalidad de Elías Lafferte– que podría durar en Chile un Gobierno formado por los señores Lafferte, Galo González y Carlos Contreras, frente a la realidad que es este país, frente a lo que lo circunda y a la tremenda influencia de Estados Unidos, que, ojalá, no se hiciera sentir como en Guatemala, porque bastaría sólo con la presión económica para que cualquier Gobierno se derrumbara?

Si mañana Chile, con legítimo derecho eligiera un gobernante comunista, tengo la certeza absoluta de que la presión internacional sería de tal magnitud que la voluntad soberana del país se vería doblegada. Los comunistas lo saben; son lo suficientemente fríos, en el sentido justo de la apreciación política, para comprender que existe esta limitación, esta realidad. Saben que hay una realidad social, económica, geográfica, en un país pequeño como el nuestro, sometido a la tremenda y violenta fuerza de la presión internacional, que se ejerce en lo económico y en lo político.

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