Mario Amorós Quiles - Compañero Presidente

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La inmolación en defensa de los principios democráticos en un Palacio de La Moneda envuelto en llamas convirtió a Salvador Allende en una de las grandes personalidades del siglo XX. Sin embargo, su memoria se ha quedado atrapada en la tragedia del 11 de septiembre de 1973. Su prolongada trayectoria anterior a 1970, su defensa de un socialismo democrático y revolucionario o su solidaridad con las luchas del Tercer Mundo permanecen en el olvido; ni siquiera las extraordinarias conquistas de sus mil días de gobierno son comúnmente reconocidas. Y, sin embargo, junto con el 11 de septiembre, todo ello constituye su legado y define los principios que orientaron su existencia.

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En cuanto a las diferencias con los comunistas, subrayó la adhesión acrítica a la URSS y la defensa de la dictadura del proletariado:

El Partido Socialista no propicia la dictadura del proletariado, aunque estima necesaria una dictadura económica en la etapa de transición que lógicamente hay que vivir para pasar de la sociedad capitalista a la socialista. He sostenido y sostengo que el marxismo es un método para interpretar la historia; no es un dogma ni algo inmutable falto de elasticidad.

Más aún, afirmó que de los comunistas «los socialistas hemos sido sus más tenaces y permanentes adversarios» y evocó las discrepancias de los años del Frente Popular, el rechazo del PSCh a la creación del Partido Único y a la línea política de la Unión Nacional, al tiempo que examinó las opiniones expresadas desde otras bancadas:

Para nosotros, honorables colegas, no hay libertad efectiva si no hay una base económica que le garantice al ser humano la posibilidad de su integral desarrollo. Para nosotros, honorables colegas, la libertad que da la organización social actual es sólo aparente y tan sólo una pequeña minoría dueña del poder y de los medios de producción es prácticamente libre, política y económicamente.

La mayoría de nuestros conciudadanos, los obreros de las industrias, el campesinado, los empleados, en suma, todos aquellos que tienen como única herramienta para ganarse la vida la fuerza de sus brazos o de su inteligencia no son libres.

Nosotros sostenemos que este régimen de democracia política consagra permanentes privilegios e injusticias; opinamos que cientos, miles y miles de seres humanos en todas las latitudes de la tierra y especialmente en los países de incipiente desarrollo económico e industrial como el nuestro, viven como parias, huérfanos de toda posibilidad. Para ellos están vedados todos los caminos del intelecto y del espíritu. Sostenemos nosotros que la economía capitalista, dislocada e irracional, atropella al hombre y a los pequeños países.

Sostenemos nosotros que la democracia burguesa que defienden sus señorías está en crisis y que ella dará necesariamente paso a la democracia económica.

Aquel día recordó con profundo orgullo a su abuelo, el doctor Ramón Allende Padín, y leyó un escrito suyo de 1873 publicado en un diario de Valparaíso en el que reivindicó el apelativo de «rojo» que le habían impuesto: «Rojo, pues, ya que es preciso tomar un nombre, y aunque éste nos ha sido impuesto como infamante; rojo, digo, estaré siempre de pie en toda cuestión que envuelva adelanto y mejoramiento del pueblo».

El eco de la voz, doctrinaria y limpia, de un antepasado mío, me impulsa, además de mis convicciones, a votar en contra de este proyecto, que considero liberticida. Con ello, creo contribuir a defender las bases esenciales de la convivencia democrática, que han sido y son el alto e inembargable patrimonio de la Patria.

Tampoco renunció a referirse, en los comienzos de la guerra fría, a las dos potencias hegemónicas y a los principios fundamentales que distanciaban a los socialistas chilenos de una URSS en pleno periodo estalinista, pero también con su imagen renacida ante el mundo por el monumental sacrificio de los pueblos soviéticos en la victoria frente al nazismo:

Sólo quiero destacar en forma muy somera que, a nuestro juicio, el mundo entero oscila entre la Rusia soviética, por un lado, y el capitalismo norteamericano, por otro. Los socialistas chilenos, que reconocemos ampliamente muchas de las realizaciones alcanzadas en Rusia Soviética, rechazamos su tipo de organización política, que la ha llevado a la existencia de un solo partido, el Partido Comunista. No aceptamos tampoco una multitud de leyes que en ese país entraban y coartan la libertad individual y proscriben derechos que nosotros estimamos inalienables a la personalidad humana: tampoco aceptamos la forma en que Rusia actúa en su política expansionista. Innecesario me parece insistir en las razones que nos mueven a rechazar también la acción del capitalismo norteamericano, fundamentalmente su penetración imperialista, y he hecho yo notar los vacíos, las injusticias y las fallas del régimen capitalista en el transcurso de mi intervención.

En esta disyuntiva en que se debate el mundo, en esta hora tremenda de las grandes decisiones, yo sólo veo dos caminos: el uno, representado por la filosofía socialcristiana, que no comparto y cuya orientación económica no alcanzo a comprender en toda su amplitud, y, por otro lado, el socialismo científico, cuyos conceptos económicos nadie desconoce, pero que, muy al contrario de lo que muchos suponen, levanta y dignifica la personalidad humana y da al hombre todos los caminos de superación, una vez haya obtenido su liberación económica.

Y concluyó en estos términos:

Señor Presidente, a nuestro juicio, esta ley va contra la Constitución y los derechos fundamentales que ella garantiza; persigue ideas; excluye a un partido, restringe el sufragio; ataca en sus más legítimos derechos a la clase obrera; hace un mito el derecho de organización de los sectores de empleados. En resumen, esta ley atenta contra las bases mismas del régimen democrático. (...)

Señor Presidente, termino declarando que los socialistas, en cumplimiento de un estricto mandato de nuestra conciencia, y de acuerdo con nuestros principios y doctrinas, estamos en contra de esta ley. Los socialistas seguiremos nuestra lucha con nuestros perfiles propios, sin concomitancias con el Partido Comunista, sin buscar arteramente los restos dispersos que pueden quedar de este partido, si se aprueba la ley, como seguramente va a serlo. Lucharemos como socialistas, como siempre lo hemos hecho, con honradez y con cariño, con emoción chilena, por el engrandecimiento y el progreso de nuestra patria.

Lucharemos dentro de los cauces democráticos y combatiremos tenazmente esta ley que, tarde o temprano, tendrá que derogarse, para que vuelva la democracia a imperar en nuestra tierra querida.

Después de la aprobación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, llamada «Ley Maldita» por las fuerzas de izquierda, fueron eliminados de los censos electorales todas las personas que habían militado o militaban entonces en el Partido Comunista y sus dirigentes y miembros más destacados sufrieron persecución. Allende intentó visitarlos en Pisagua, pero se lo impidió un joven teniente llamado Augusto Pinochet, según sostuvo éste con arrogancia en distintas ocasiones, aunque no resulta difícil imaginarlo genuflexo y dócil ante tan relevante senador de la República.

La persecución de los comunistas sumió a la izquierda en unos años de confusión, divisionismo y retrocesos y, en un tiempo histórico marcado en Sudamérica por la impronta del argentino Juan Domingo Perón y del brasileño Getulio Vargas, un amplio sector del socialismo llegó a sucumbir a la tentación populista. En junio de 1950, el XIII Congreso del Partido Socialista Popular proclamó como su candidato presidencial para 1952 a Carlos Ibáñez, quien se presentaba en una eficaz campaña como «el general de la esperanza» que «barrería» la corrupción de los gobiernos radicales.

Salvador Allende y un reducido grupo de militantes leales a sus posiciones decidieron abandonar el PSP tras denunciar lo que llamaron la «aventura populista», el respaldo al caudillo que impuso una dictadura entre 1927 y 1931, que había estado vinculado a un intento de golpe fascista en 1938 y que había sido el candidato de la derecha en 1942 con un programa autoritario (Moulian, 1998: 39-40). Este grupo terminó fusionándose con el Partido Socialista de Chile, del que además los grupos más anticomunistas se fueron al Partido Socialista Auténtico de Grove, quien falleció en 1953 alejado de la organización que contribuyó a fundar.

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