Axel Kaiser - El economista callejero

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Conceptos básicos de economía como: precios, capital, demanda y oferta, trabajo, inflación e innovación son explicados en un lenguaje simple y directo de modo de hacerlos comprensibles para el público general. Este libro constituye un esfuerzo de Axel Kaiser para subsanar el error de ciertos «economistas de salón» quienes conciben esta ciencia como una disciplina oracular y exclusiva para expertos.

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Hay que advertir que muchas de las lecciones que este libro enuncia son contraintuitivas e implican un serio esfuerzo por contener las propias emociones. Sin embargo, si hemos de tener éxito en evitar la ruina de nuestros países, no tenemos más opción que superar, a través de la educación racional y mediante un lenguaje simple, los prejuicios que actualmente predominan. De lo contrario seguiremos siendo, una y otra vez, presa de la superstición económica y de la manipulación demagógica de quienes explotan la ignorancia generalizada sobre la única ciencia que lidia, de manera general, con aquello que todos requerimos para subsistir: los recursos.

LECCIÓN 1

Trabajar es vivir

Un buen economista callejero entiende que el problema fundamental de la existencia humana es el económico. Esta afirmación puede ser muy poco romántica, incluso materialista y resultar descabellada para quienes sostienen que la vida espiritual, los afectos o el intelecto son más importantes que la mera economía. Pero, cuando se dice que el aspecto económico es primordial para la existencia humana, se afirma que, para vivir, lo primero que debemos resolver es la escasez de recursos. Comer, por ejemplo, es un asunto económico ya que implica conseguir o crear recursos para subsistir. De eso depende todo lo demás, incluso la vida cultural y espiritual. Sin alimento pereceremos al poco tiempo. La comida es un recurso escaso, que no se encuentra de forma ilimitada como el aire que respiramos y obtenemos sin esfuerzo alguno. Por lo mismo, el aire no es un recurso económico, aunque sea igual o más importante incluso que la comida.

Las sociedades que han resuelto las necesidades básicas −alimento, ropa y vivienda− de, al menos, algunos sectores de la población, son aquellas que tienen recursos disponibles para producir arte, cultura, literatura y también ciencias avanzadas. Tal como la producción de comida, el desarrollo de todas esas áreas dependerá de recursos escasos y, por tanto, serán también parte del problema económico.

Del mismo modo que alimentarnos es un problema económico, poder ir a la ópera, viajar, acceder a un medicamento o tener un avión privado, resultan también ser parte del problema económico, pues todos implican recursos limitados para satisfacer necesidades o deseos individuales, aun cuando algunos de ellos sean más importantes que otros. En pocas palabras, bienes económicos serán todos aquellos que sean demandados y a la vez escasos. Y aunque comer es más urgente que ir a la ópera o tener un avión privado, todos ellos comparten el hecho de formar parte del problema económico. Ni la comida, ni la música, ni los aviones, están dados como el aire que respiramos.

Ahora bien, el solo hecho de que la comida sea un recurso limitado, es decir que debe ser producido para satisfacer una necesidad vital, nos obliga a trabajar para obtenerlo. Lo mismo ocurre con todos los demás recursos o bienes escasos que deben ser creados para satisfacer nuestras necesidades o deseos. En este sentido podemos decir que vivir y trabajar son tan inseparables como el aire y la respiración. Antiguamente, las tribus cazadoras y recolectoras salían a buscar frutos y a cazar sus alimentos, para lo cual debían fabricar armas, elaborar estrategias de cacería, recorrer campos y bosques, etcétera. Todo eso implicaba esfuerzo y trabajo. En el caso de los pueblos agrícolas, debían desarrollar tecnologías de riego, construir canales, sembrar, cosechar y así sucesivamente. Actualmente ocurre algo similar, salvo porque, gracias al libre mercado, jamás ha habido menos personas en la miseria, en el porcentaje de la población mundial, a pesar de su multiplicación sin precedentes. La industrialización e innovación han hecho posible que vivamos mejor trabajando menos horas, pero no se ha eliminado la necesidad de trabajar, porque los recursos para vivir deben ser producidos tal como hace miles de años. Si en el futuro la inteligencia artificial permitiera producir cantidades suficientes de recursos, eventualmente se podría resolver el problema económico y nadie tendría que trabajar. Todos podrían dedicarse a actividades de recreación, porque los recursos para cubrir las necesidades materiales se encontrarían disponibles gracias a la producción que hacen las máquinas.

Pero mientras ello no ocurra, un buen economista callejero debe tener claro que siempre se debe trabajar; y no en cualquier cosa, sino en labores productivas. Se trata de realizar trabajos que creen o sirvan para crear bienes o servicios que otros demanden, pues solo eso le permitirá, a quien produce, adquirir parte de lo que otros producen para poder vivir. Si una persona se dedica a contar las nubes del cielo, no tiene derecho a exigir que se le remunere por aquello, pues nadie demanda o requiere lo que está haciendo. Si en cambio se dedica a hacer música que otros pagan por escuchar o cazar aves cuya carne es demandada para comer, entonces podría obtener un ingreso, que le permitiría vivir de su esfuerzo o trabajo.

LECCIÓN 2

Solo se puede vivir del trabajo propio o del ajeno

Luego de la lección uno, un economista callejero entiende que nuestra mera existencia implica un esfuerzo productivo, pues sin él no podríamos siquiera comer. Ahora bien, es fundamental dejar claro que básicamente hay dos formas de conseguir los recursos que necesitamos. La primera depende del esfuerzo propio y la segunda del esfuerzo ajeno. No existe otra alternativa. O nos «financiamos» con nuestro trabajo o lo hacemos a costas del trabajo de otros; tal como ocurre con los niños, que viven a cargo de sus padres precisamente porque no pueden mantenerse, o con los enfermos que viven del esfuerzo de sus familiares, amigos u otros. Sin embargo, existen adultos totalmente capacitados que también viven −o pretenden hacerlo− del esfuerzo ajeno. Y aquí, nuevamente, aparecen solo dos opciones: o consiguen los recursos apelando a la caridad y a la buena voluntad de los otros, o los consiguen por la fuerza, a través de la confiscación coactiva. Un economista callejero sabe que no existen otras alternativas para quienes aspiran a obtener recursos de terceros.

Por su parte, la confiscación coactiva puede darse en forma de robo directo o bien de expropiación de la propiedad a través de un grupo organizado que lo ejecute, como sería el Estado. Y aunque para ciertos filósofos libertarios esto también sería equivalente al robo, no es de nuestro interés entrar en la discusión ética de este proceso, sino simplemente constatar una realidad económica irrefutable.

Resumiendo lo ya dicho, el principio básico de la economía consiste en que se necesitan recursos para subsistir. Estos recursos deben ser producidos mediante el trabajo y la innovación, pues no están dados libremente en la naturaleza. La producción de ellos la pueden hacer quienes consumen los recursos −solos o colaborando con otros− o terceras personas. Si obtenemos los recursos de terceras personas podemos hacerlo a título de donación, o quitándolos por la fuerza.

Quien conoce estos simples principios, entiende más de economía que una gran parte de la clase política e intelectual que suele actuar como si existiera una alternativa mágica para obtener recursos que satisfagan necesidades y deseos ilimitados. Esa alternativa mágica sería el Estado. Suele afirmarse que «el Estado» debe proveer, de manera gratuita, salud, educación, vivienda y muchos de los llamados «derechos sociales». Aunque empatice con esa posición, un buen economista callejero evidencia inmediatamente la falacia económica que hay en ella: el Estado no es un dios que pueda proveer recursos creándolos de la nada. Si queremos salud, educación y vivienda gratis y para todos, alguien debe trabajar para crearlos o producirlos ya que todos dependen de la creación de bienes o servicios económicos, escasos y demandados. Ahora bien, como el Estado no es un ente mágico que produce riqueza y está formado por seres humanos, debe entonces cobrar impuestos para obtener dichos recursos. En otras palabras, dado que los políticos y funcionarios estatales no producen recursos (solo los administran y consumen), estos deben extraer dichos recursos de la ciudadanía para poder repartirlos. Al mismo tiempo, estos funcionarios administrativos y políticos, viven gracias a la riqueza que le sacan a quienes producen, pues de ahí se pagan sus sueldos.

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