Al Jean, que ha firmado diecisiete episodios, se licenció en matemáticas en Harvard en 1981.
Ken Keeler, con siete episodios en su haber, se licenció con matrícula de honor en Harvard en 1983. Obtuvo el doctorado, siempre en matemáticas aplicadas y siempre en Harvard, con una tesis sobre la representación de los morfismos y sobre la optimización de métodos de codificación para la segmentación de imágenes. Junto con otro autor de la serie, Jeff Westbrook, ha publicado en Discrete Applied Mathematics el artículo «Short encodings of planar graphs and maps».
George Meyer, que además de haber escrito doce episodios y de ser uno de los principales productores de la serie, ha sido definido por The New Yorker como «el hombre más divertido detrás de la serie más divertida jamás emitida por televisión», 13se licenció en Harvard en bioquímica el 1978.
Bill Odenkirk tiene un doctorado en química inorgánica, obtenido en la Universidad de Chicago en 1995; es autor de cuatro episodios.
Matt Warburton, con siete episodios firmados, se licenció en el 2000 en Harvard en neurociencia.
Jeff Westbrook, con tres episodios, después de licenciarse en física e historia de la ciencia en Harvard, consiguió el doctorado en informática teórica en la Universidad de Princeton en 1989, con una tesis sobre algoritmos para grafos dinámicos. Posteriormente fue profesor asociado en Yale, en el Departamento de Informática, y también trabajó en los laboratorios de la AT&T.
En definitiva, sin miedo a exagerar, se podría decir que Los Simpson es en buena medida un producto de las faculta-des científicas de la Ivy League, la red de las universidades pri-vadas más prestigiosas de Estados Unidos. 14De hecho, las revistas científicas, a medida que van descubriendo la insólita afinidad electiva, rivalizan por acoger colaboraciones sobre Los Simpson y entrevistas a estos guionistas robados a los laboratorios. Desde «Science Newsk» en Seed, hasta «Physics World» en la propia Science, no faltan los artículos dedicados a la serie. Incluso Nature, tanto en la edición digital como en la edición en papel, dedicó un amplio espacio a una entrevista a Al Jean. 15
COSAS IMPORTANTES QUE NO QUEREMOS SABER
Alusiones constantes a las matemáticas avanzadas, científicos como estrellas invitadas e investigadores entre los guionistas: sería suficiente para convertir Los Simpson en la serie animada más atenta a la ciencia que se haya producido jamás. Sin embargo, si todo se limitara a eso, la presencia de la ciencia en la serie se reduciría a un mero divertimento: un guiño tan ingenioso e inteligente como se quiera, pero totalmente irrelevante con respecto a la grandiosidad y a la potencialidad del que probablemente –el tiempo lo confirmará– es el icono cultural más importante de nuestra época. Lo cierto es que Los Simpson no es un producto elaborado para un público reducido, para unas decenas, o como mucho centenares de miles de espectadores capaces de captar las referencias matemáticas o de indicar con seguridad los campos de investigación de Hawking o de Gould: Los Simpson es en sí un producto elaborado, pero para decenas de millones de personas en el mundo.
Esto cambia muchas prioridades. En el 2003, por ejemplo, la bbc propuso un sondeo on line para decidir quién era «el americano más grande de todos los tiempos». Respondieron más de 37.000 personas. El resultado, si se piensa en el perfil medio de los usuarios de la bbc, es impresionante: en primer lugar, con más del 47% de las preferencias, Homer Simpson. Seguido, en este orden, por Abraham Lincoln, Martin Luther King, Thomas Jefferson, George Washington..., ninguno de los cuales superaba el 10% de los votos. 16
¿Qué significa esto? En primer lugar, que los personajes de Los Simpson están destinados a contar, en el imaginario colectivo, mucho más que figuras muy eminentes y en cierto sentido también públicas como Gould y Hawking. En otras palabras: tecleando en la Wikipedia la voz Los Simpson no se menciona a Stephen Jay Gould; en cambio, tecleando Stephen Jay Gould se habla efectivamente de su participación en la serie.
Así las cosas, si la presencia de la ciencia en la serie se redujera realmente a la modalidad comentada hasta ahora, sería, por una parte, una presencia superflua, y por otra una señal de que Los Simpson, al proponer su cáustica y mimética parodia de la sociedad, ha terminado ignorando, o menospreciando, uno de los aspectos más importantes: la ciencia en sí.
En realidad, la ciencia que impregna la serie no es solo una simpática retahíla de divertimentos como los citados anteriormente: es mucho, mucho más. Es la misma ciencia que impregna nuestra vida cotidiana: medio ambiente, genética, biotecnología, energía y todos los grandes temas a los que nos enfrentamos cada día.
De esta ciencia, que salta a ambos lados de los límites que unen y separan el mundo amarillo y dimensional de Los Simpson del nuestro, es de lo que vamos a tratar en las siguientes páginas. Una ciencia con los límites desconchados, una ciencia impura, una ciencia que se alía, se enfrenta y se confunde sin parar con la política, con la economía, con la religión y con la ética. Se asemeja más a la ciencia que encontramos en las páginas de noticias de un diario que a la que encontramos en el suplemento semanal dedicado a ella. Es la ciencia recogida en el instante en que se concreta como problema o como solución, en el instante en que irrumpe en nuestro lugar de trabajo, en nuestras relaciones familiares, en la mesa a la hora de cenar, viendo la televisión. No es el problema energético en su complejidad, el calentamiento global o la investigación médica, sino el black-out que nos deja en la oscuridad, la elección vegetariana de una hija que en la sentada ambientalista se ha enamorado de uno de los jóvenes líderes, la angustia de descubrir en el propio adn los marcadores de una patología degenerativa. No faltan los experimentos de laboratorio, pero generalmente se trata del laboratorio escolar durante la ho-ra de ciencias. También la medicina, en Los Simpson, es la misma con la que entramos en contacto en la sala de espera de nuestro médico de atención primaria. En definitiva, la ciencia con la c minúscula con la que nos encontramos cada día.
Si puede sorprender la frecuencia con que los términos científicos reaparecen en la serie, no es tanto porque haya una cantidad anómala, sino porque los guionistas de Los Simpson poseen una perspectiva –es triste decirlo, pero es así– más cercana a la realidad que la que parece guiar las redacciones de algunos de nuestros telediarios. En ellos, ciencia y medicina se ven relegadas a disputarse los minutos de cierre con gas-tronomía, moda y cotilleos. Para dar paso rápidamente a los deportes.
Pero la ciencia también puede ser «un charlatán que te arruina una película contándote el final», como dice en cierta ocasión Ned Flanders, el adorable beato de Springfield, agregando: «Bien, yo digo que hay cosas que nosotros no quere-mos saber. ¡Cosas importantes!». 17Pues sí, la ciencia de Los Simpson también es eso: algo de lo que se puede tener miedo, que puede incomodar. No porque el progreso en sí asuste a los habitantes de Springfield, normalmente predispuestos a aceptar cualquier inútil artilugio tecnológico capaz de saciar durante un instante su alegre consumismo. Al contrario, muchos protagonistas de Los Simpson desconfían de la racionalidad que humilla mitos y creencias, de la inteligencia que excluye, de la duda y de la misma curiosidad. En pocas palabras, de la esencia del pensamiento científico, cuya defensa suele recaer completamente en la pequeña Lisa. Pero tranquilos, la ciencia no podría estar en mejores manos; si hay alguien que está empeñada en saber las cosas importantes hasta el fondo es ella. Y tal vez es precisamente en el enfrentamiento y en los diálogos, a menudo tensos, entre Lisa y el resto de personajes donde Los Simpson consigue representar los rasgos más ambiguos y complejos de lo que es la ciencia hoy, en el imaginario global de este inicio de milenio.
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