Olga Barroso Braojos - Ni rosa ni azul

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¿Se ha parado a pensar alguna vez que el mundo sigue sin ser igual para las niñas que para los niños, que las mujeres siguen sin tener las mismas oportunidades que los hombres?
Como padres, madres, educadores, profesionales del ámbito de la infancia no podemos obviar este hecho si queremos educar adecuadamente a quienes serán los hombres y las mujeres del mañana. Hoy en día, para las niñas sigue siendo más difícil construir una autoestima fuerte y los niños siguen encontrando muchos obstáculos para poder expresar abiertamente sus emociones, para vivir sin tener que hacerse los duros.
Sin duda, se han logrado grandes avances en materia de igualdad, pero aún esta igualdad no es plena, como demuestran las alarmantes cifras de hombres que maltratan a sus parejas en las relaciones afectivas, la discriminación salarial, el mayor desempleo femenino, la todavía escasa presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad política, social, cultural y económica, o el mayor tiempo que las mujeres dedican al cuidado del hogar en relación con los hombres.
La igualdad tampoco es real porque seguimos tratando y educando de un modo diferente a los niños y a las niñas. Se sigue llenando de rosa la vida de las niñas, de princesas que se enamoran y que hacen del amor su vida, de cuidados a los demás, de valoración desmedida a la belleza. Se sigue llenando de azul la vida de los niños, de superhéroes, de acción, de vivir de puertas para afuera del hogar y de evitar los sentimientos.
Pero está en nuestra mano construir un mundo verdaderamente igualitario, educar a nuestros niños y niñas para que sean libres, seguros, autónomos y respetuosos. Educarlos ni en rosa ni en azul, sino en color igualdad. Este libro es una herramienta útil y muy práctica para, primero, entender por qué en el mundo sigue existiendo la desigualdad y, segundo, llevar a cabo esta educación igualitaria que termine con ella. Es hora de dejar de educar niños y niñas para educar personas, y está en nuestra mano. ¿Se apunta al reto de hacer el mundo un poquito más justo, un poquito mejor para los niños y las niñas?
La autora, Olga Barroso, es Diplomada en Traumaterapia infantil-sistémica por el IFIV de Barcelona. Experta en Violencia de Género, Trauma, Apego y Cuentos Terapéuticos. Durante 14 años ha sido psicóloga y ha coordinado diferentes recursos de la Red de Violencia de Género del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid. Actualmente es supervisora para equipos multidisciplinares que intervienen con Mujeres y Menores Víctimas de Violencia de Género y formadora para diferentes entidades.

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Los presupuestos racistas han estado vigentes con fuerza hasta bien avanzado el siglo XX. De hecho, el racismo científico fue una pseudociencia bastante popular entre los siglos XVI y XX, construida deliberadamente para apoyar o justificar un racismo que contó, lamentable y vergonzosamente, con apoyo de gran parte de la comunidad científica hasta la Segunda Guerra Mundial. Este racismo se basaba en este tipo de razonamientos, mantenían que las diferencias observables entre personas negras y blancas eran la prueba incuestionable de que los africanos no eran iguales a los europeos o a los americanos anglosajones, y que eran la prueba de las diferencias en sus capacidades intelectuales. Estos razonamientos racistas defendían que las diferencias anatómicas (fundamentalmente las obtenidas al comparar la forma del cráneo) mostraban que la dotación de los africanos para lo físico era mayor y para lo intelectual era menor. Y, por tanto, con estas ideas, se justificaba que los negros ocuparan la posición de esclavos, puesto que era aquello para lo que su condición era mejor. Porque su naturaleza, considerada no igual a la de los blancos, no los dotaba para ninguna otra tarea. Ahora estos razonamientos nos parecen deleznables y absolutamente falsos, pero son el mismo tipo de razonamientos que se esconden detrás de ciertas ideas machistas, detrás de las ideas que siguen promulgando que las mujeres son diferentes a los hombres y que, en esta diferencia, están mejor dotadas para lo doméstico y para el cuidado, por lo que este es su papel, este es el rol que deben ocupar preferentemente en la sociedad.

3.5EL VALOR DE HOMBRES Y MUJERES ES EL MISMO

Establecer la igualdad entre hombres y mujeres, es decir, considerarlos a ambos como personas y, por tanto, a ambos con las capacidades propias de las personas (pensar, cuidar, sentir, crear arte, hacer ciencia, política, educar, etc.), el no definirlos con capacidades diferentes, nos lleva a otro concepto, que en mi opinión es básico para la educación igualitaria: el concepto de equivalencia. De nuevo, para explicarlo de un modo preciso, vayamos a la definición de «equivaler» del diccionario de la Real Academia Española:

‘Dicho de una persona o una cosa, ser igual a otra en la estimación, valor, potencia y eficacia’.

Hombres y mujeres somos iguales en nuestro valor, ¿o alguien diría que vale más la vida de un hombre que la de una mujer, o viceversa? Creo que todos diríamos que la vida de un hombre vale igual que la de una mujer. Otra cosa es que aún no estén igualmente valoradas, hecho que ha causado, por ejemplo, la aberrante práctica de los abortos selectivos cuando se conocía que el feto era una niña. Entonces, de nuevo, si la vida de un hombre vale igual que la de una mujer es porque somos iguales.

Aunque hombres y mujeres seamos diferentes en algunas características, aunque haya diferencias individuales que puedan hacer que a una mujer en particular se le den peor las matemáticas, o que a un hombre en particular se le dé muy bien ejercer de líder, esto no confirma en absoluto que los hombres sean más inteligentes para las ciencias o para el poder. Porque también hay mujeres especialmente dotadas para aprender matemáticas, que llegarán a ser excelentes y prestigiosas científicas, y mujeres especialmente dotadas para desarrollar capacidades de liderazgo, que llegarán a ser primeras ministras. Es decir, hombres y mujeres podemos desarrollar, con la estimulación adecuada, cualquier capacidad humana; todos y todas tenemos esa potencialidad y, por tanto, somos equivalentes.

Los niños y niñas que empiezan una clase de primero de primaria obviamente son todos distintos, pero son todos equivalentes. Todos y todas tienen el mismo valor y tienen la potencialidad de desarrollar todas sus capacidades a un nivel suficientemente bueno, aunque haya niños y niñas que destaquen especialmente en alguna capacidad, aunque cada uno tenga un ritmo y necesite una estimulación distinta. Todos y todas pueden llegar a desarrollar bien las capacidades intelectuales del nivel de primero de primaria. Un buen profesor o profesora lo sabe, cree en esto, ve a sus niños y niñas equivalentes, porque los ve iguales aunque sean distintos. Y por esto los valorará a todos por igual, creerá en que pueden alcanzar los mismos objetivos a un nivel adecuado. Y esta o este profe hará algunas cosas distintas para cada uno; por ejemplo, al niño al que no le salga la erre le pondrá a escribir palabras con erre y a la niña a la que no le salga la ge la pondrá a escribir palabras con ge. Pero será igualitaria en el hecho de que a niños y niñas:

• Los verá como personitas que pueden desarrollar igual de bien las capacidades intelectuales de ese curso.

• Les dará la misma atención y cariño.

• Felicitará igual a un niño que a una niña ante un éxito.

• Ayudará igual de intensamente a un niño que a una niña ante un error, ni más ni menos a unos que a otras.

• Incentivará igual a las niñas que a los niños a participar y a asumir pequeños liderazgos momentáneos.

3.6SI NO FUÉRAMOS IGUALES, ¿ESTO PASARÍA?

Por último, para terminar de defender la igualdad entre hombres y mujeres, para terminar de defender que ser iguales no es ni ser idénticos ni ser exactamente semejantes, sino ser equivalentes, quisiera que nos hiciéramos estas preguntas:

Si no fuéramos iguales, ante el mismo delito, realizado de la misma manera, con las mismas variables contextuales, deberíamos ser juzgados de forma distinta, ¿no? Sin embargo, no lo somos, así lo recoge el artículo 14 de nuestra Constitución: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».

• Si no fuéramos iguales, no deberíamos tener los mismos derechos, ¿no?

• Si no fuéramos iguales, no habría indistintamente hombres y mujeres desarrollando adecuadamente todo tipo de profesiones, pero hay mujeres políticas, como hay hombres matrones, ¿no?

Defendemos que debe existir una igualdad de trato ante la ley de hombres y mujeres, que ambos deben tener los mismos derechos, porque partimos de la igualdad entre hombres y mujeres. Si la ley debe ser igual para hombres y mujeres, es porque estos son iguales.

Empezar a cuestionar la igualdad entre hombres y mujeres con pejigueras argumentaciones, basadas en haber encontrado en algunos cerebros femeninos pequeñas áreas distintas a las de los hombres (y de ahí establecer que se nos da mal leer mapas y que hablamos más) es un camino peligroso que puede desembocar en discriminaciones hacia las mujeres. Y en que, a pesar de tener los mismos derechos ante la ley o en el papel, esto materialmente no se cumpla, y se quede en papel mojado. En que pasen cosas como que, ante el mismo trabajo, las mujeres cobremos menos. Paremos esto.

Nuestro diccionario ya lo ha hecho, por eso la tercera acepción de igualdad es esta:

‘Principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones’.

No tendríamos hombres y mujeres los mismos derechos y las mismas obligaciones si no fuéramos iguales, así que, por difícil que pueda ser reconocerlo, así es: somos iguales y sí tenemos diferencias. Decía Amelia Valcárcel que cualquier pensamiento de la diferencia solo es posible si se basa en una igualdad asumida o tácitamente lograda.

Creo que hablar de lo que nos diferencia a hombres y mujeres, como decía Amelia, solo debe producirse después de haber establecido sin fisuras nuestra condición de iguales. Si no se habla de nuestras diferencias partiendo de nuestra equivalencia, podemos caer en actitudes y argumentaciones propias del racismo, que se llaman machismo. Por supuesto, todos y todas tenemos derecho a ser diferentes, esta es nuestra riqueza y esta es la belleza de la libertad. Pero para que el derecho a la diferencia no sea peligroso debe empezar a partir de la presunción de igualdad entre todos los seres humanos. Sin asumir plenamente el concepto de igualdad entre personas de todo tipo de procedencias y entre hombres y mujeres, es imposible construir justicia. Si no asumimos este concepto de igualdad, nunca trabajaremos para que exista una distribución realmente semejante de estimulación y educación que permita desarrollar las mismas capacidades y el mismo conocimiento a los niños y a las niñas.

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