Si a los niños se les ha facilitado de manera mucho más acusada, significativamente mayor, que a las niñas que hagan actividades al aire libre, que hagan deporte, que exploren activamente el entorno cuando van a la montaña o al parque, entonces puntuarán más alto, por ejemplo, en orientación espacial, puesto que es un campo en el que han tenido una estimulación mucho mayor. Pensémoslo un momento: a los niños, de manera mucho más repetida, se les compran muñecos de superhéroes que se dedican a explorar, a ser activos ante el mundo, y ellos los imitan. A los niños se los calza con zapatillas de deporte. A las niñas frecuentemente se las viste con zapatitos con los que difícilmente se puede subir a una roca o salir a salvar el mundo. A las niñas se les regalan princesas que se quedan tranquilas vistiéndose y arreglándose, y ellas las imitan. ¿Se les regalan a los niños muñequitos de príncipes engalanados que se esfuerzan por estar relucientes y quietos para no mancharse, y conseguir así que se les diga lo guapos que son?
Pensémoslo de otra manera. Si hiciéramos un estudio que midiera las capacidades de memoria, concentración y cálculo en niños de entornos muy desfavorecidos económica y socialmente, y las capacidades de niños de entornos muy privilegiados económicamente, muy probablemente encontraríamos diferencias significativas entre los dos grupos de niños. Sería una aberración absoluta decir que los niños de contextos empobrecidos son menos inteligentes que los niños de contextos con un alto nivel adquisitivo porque este estudio lo confirma. Y más aberrante todavía sería decir que estos niños obtienen estas puntuaciones porque sus cerebros son distintos, unos más capaces y otros menos capaces, aunque probablemente hasta pudiéramos encontrar diferencias cerebrales. Estas diferencias no estaban desde el principio, pero se crearon debido al trato diferenciado que se dio a ambos grupos de niños, que esculpió de manera distinta sus estructuras neuronales. Estas puntuaciones diferentes en aptitudes intelectuales se obtendrían porque hay una variable oculta en el estudio que explica las diferencias: de nuevo, la estimulación.
Esto mismo sucede en el caso de las diferencias que algunos estudios encuentran entre hombres y mujeres. Como expone Kate Millet en su libro Política sexual, hasta que no eduquemos a las niñas y a los niños con paridad, en una sociedad que realmente sea igual para hombres que para mujeres, no podremos valorar hasta qué punto existen diferencias biológicas entre ambos sexos. Aún, lamentablemente, estamos muy lejos de haber llegado a esa realidad y este es un gran desafío que todos tenemos entre manos: tratar de un modo verdaderamente semejante a niños y a niñas.
Quizás nos puede parecer exagerada la afirmación que sostiene que no educamos igual a niños y a niñas. Creo que nos puede costar verlo y reconocerlo porque tenemos tan normalizado construir, desde que nacen, el mundo alrededor de las niñas de un modo y alrededor los niños de otro que lo hacemos de un modo automático y «ni lo vemos». Vamos a dedicar este apartado precisamente a poner reflexión y atención sobre estas diferencias de trato que desarrollamos desde el principio de la vida de un bebé según sea niño o niña.
Empecemos por el principio. Pensemos por un momento que un bebé aún no ha nacido y su familia se dispone a prepararle la habitación. Cuántas veces habéis oído expresiones como estas: «Necesitamos saber el sexo del bebé para empezar a pensar en cómo decorar su habitación», «no puedo aún comprar cositas para el bebé porque no sé si es niño o niña», «te estoy guardando ropita y juguetes de mis hijos, lo estoy clasificando para darte, si es niña, lo que fue de mi hija y, si es niño, lo de mi hijo; suerte que tuve niño y niña, así seguro te voy a poder dar».
Si verdaderamente tratáramos igual a los bebés, independientemente de su sexo, si los rodeáramos de los mismos juguetes, de las mismas imágenes, ¿necesitaríamos saber su sexo para decorar y preparar su habitación? No sería necesario, ¿no? Este pequeño ejemplo muestra cómo ya desde el primer día de su vida, lo que hacemos que rodee a niños y niñas, con lo que los vestimos, lo que les facilitamos que vean, no es lo mismo.
En los casos más extremos, los de niños y niñas que son tratados de manera radicalmente distinta en función de su sexo, en los que este trato se ciñe sin fisuras a lo que socialmente se sigue considerando «de niñas» y «de niños», lo que nos podríamos encontrar es lo que muestra esta imagen:
Si queréis ampliar un poco más sobre esta tendencia a comprar a las niñas «cosas de niñas» y a los niños «cosas de niños», echadle un vistazo a la web de esta artista surcoreana. En 2015, JeongMee Yoon comenzó a fotografiar habitaciones de niños y niñas para mostrar el impacto de este marketing basado en los estereotipos sexistas.
http://www.jeongmeeyoon.com
Afortunadamente, en general, el trato no es tan marcadamente desigual como muestra la foto pero, lamentablemente, hay niños y niñas que sí son tratados de una manera tan diferenciada, estereotipada y limitada. En el caso de la niña de la foto, ¿qué creéis que será más probable, que de adulta se incline por desarrollar una profesión tipificada como «propia de mujeres» (por ejemplo, enfermera, profesora de infantil, diseñadora de moda), o por desarrollar una profesión tipificada como «propia de hombres»? Esta niña de la foto, ¿qué será más probable cuando sea adulta, que tenga una mayor tendencia a desarrollar exclusivamente su maternidad y a entregarse a ella y a la familia o que tenga una mayor o igual tendencia a desarrollar sus ambiciones personales y profesionales? ¿Qué será más probable en la adolescencia, que se sienta más atraída por el amor romántico o por desarrollar sus propias capacidades y con ellas incidir en la realidad laboral, política y/o científica de su país? Formulaos también las preguntas del mismo modo, pero para el niño de la foto.
Otro ejemplo muy claro de que sigue existiendo sexismo lo encontramos en los catálogos de juguetes. En los últimos años han mejorado, pero siguen teniendo una parte rosa con juguetes para niñas que giran en torno a bebés, cocinitas, princesas y tocadores —incentivar a una niña a que se preocupe por estar guapa, cuando la imagen personal no es una verdadera preocupación hasta la adolescencia, es algo que nunca entenderé, creo que es una conducta que, de alguna manera, les roba la infancia—, y una parte azul con juguetes para niños que giran en torno a superhéroes, muñecos de acción, experimentos científicos y movimiento en exteriores. Y, para rematar, es muy común que si vamos a comprar un juguete para un regalo, tras decir: «Busco un juguete de 5 años», la respuesta sea: «¿Para un niño o para una niña?».
Si realmente el trato que damos a niños y niñas fuera el mismo, todo esto no pasaría. ¿De verdad podemos seguir manteniendo que educamos igual a las niñas que a los niños? Todo esto demuestra que aún, en pleno siglo XXI, la variable fundamental para empezar a construir la identidad de un bebé que va a nacer es su sexo. Si el sexismo piensa por nosotros, a partir del momento en que sepamos si un bebé es niño o niña, le asignaremos una serie de atributos y cualidades que consideramos que desarrollará en función de su sexo:
• Si es niña, a la bebé se le asignarán cualidades que girarán en torno a ser tranquila, obediente, pacífica, conciliadora, cariñosa, sensible, dulce, pasiva, con la ambición justa.
Читать дальше